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  • La muerte del papa Francisco debilita al frente progresista en la batalla ideológica global con la ultraderecha

    » Diario Cordoba

    Fecha: 27/04/2025 05:15

    La religión también es política internacional. Siempre lo ha sido. Ha formado el sustrato ideológico de buena parte de los conflictos de la historia, y ha modelado la visión del mundo y la acción exterior de los líderes que las practicaban. Pero en Roma ha habido papas católicos más centrados en la doctrina y la fe y otros con más ganas de influir en los debates políticos globales. El alemán Benedicto XVI no será recordado por sus posicionamientos sobre las guerras del siglo XX o el capitalismo. El polaco Juan Pablo II, por el contrario, fue durante su pontificado el azote del comunismo. Para muchos, incluso, una figura clave en la caída del telón de acero. El papa Francisco intentó ser más como este último. Su activismo político fue constante y agresivo. Y la bandera que enarboló era, por lo general, la de los valores progresistas en lo que atañe a los asuntos del mundo. El jefe de Estado del Vaticano se oponía a la creciente influencia de la ultraderecha internacional. El pontífice argentino sostuvo una batalla ideológica frontal contra los excesos del capitalismo salvaje, la falta de acción contra el cambio climático provocado por el hombre, el maltrato a los inmigrantes practicado por líderes como Donald Trump o la guerra de Israel en Gaza. Lo hizo de forma constante y por escrito, en encíclicas (cartas solemnes) como Laudato Si o en sus motu proprio (cartas firmadas por el pontífice); o verbalmente, en decenas de entrevistas, en las que fue prolífico, o en sus comunicaciones urbi et orbi. En estos asuntos, si Jorge Mario Bergoglio hubiera pertenecido a un grupo parlamentario europeo, podría haber sido de los socialdemócratas o de los verdes y, quizá algo menos, de los populares; pero nunca de la ultraderecha que representan Santiago Abascal, Giorgia Meloni o Marine Le Pen. Estaba enfrente. En muchos casos, como el del presidente de Estados Unidos, de forma explícita. En otros dosieres, eso sí, el papa Francisco se mantuvo en la línea conservadora de sus predecesores. “El papa Francisco ha sido muy explícito y progresista en los asuntos relacionados con el impacto de la internacional de las políticas de derechas sobre los seres humanos, como el trato injusto de los inmigrantes o el negacionismo del cambio climático”, dice a EL PERIÓDICO Teresa Coratella, directora en Roma del centro de pensamiento ECFR. “En eso ha sido como Juan Pablo II. Pero, como él, ha sido muy conservador y cercano a los líderes conservadores en cuestiones sociales como la familia y la igualdad de derechos de la mujer en la sociedad, aunque mostrara más empatía”. Para Michele Dillon, experta en catolicismo estadounidense de la Universidad de New Hampshire, el papa Francisco "ganó una gran influencia moral, especialmente en la cuestión del cambio climático", y era "un líder internacional respetado cuando articulaba sus discursos sobre las obligaciones políticas y morales de las naciones por ejemplo en sus discursos ante Naciones Unidas". "Los argumentos de Francisco y el vocabulario que escogía -por ejemplo la noción del medio ambiente como 'bien común' o la desigualdad causada por la 'economía de la exclusión'- han permeado a la forma en que vemos esos asuntos y le sobrevivirán", añade. Choque con los católicos republicanos El choque de Bergoglio con la Iglesia Católica de Estados Unidos es paradigmático en este sentido. Uno de cada cinco adultos del país norteamericano se declara católico. La mitad son republicanos y la otra mitad, demócratas, según el Instituto Pew Research. El pasado 10 de febrero, Bergoglio escribió una carta a los obispos estadounidenses pidiéndoles que se resistieran a la deriva anti-inmigratoria de Donald Trump. “He seguido con atención la importante crisis que está teniendo lugar en los Estados Unidos con motivo del inicio de un programa de deportaciones masivas”, escribió el papa. Mostraba su “desacuerdo” con las medidas que igualaban “la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad”. Reconocía “el derecho de una nación a defenderse y mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves”, pero cargaba contra la deportación de “personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente”. Apuntaba hacia el autoritarismo de la Administración Trump, que ha enviado a centenares de inmigrantes a una prisión de máxima seguridad en El Salvador, desoyendo la orden de paralización de los jueces y a pesar de que la práctica mayoría no tenía siquiera antecedentes penales. “Un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados”, decía, para terminar exhortando “a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados”. La misiva no tuvo influencia alguna en la política asertiva de Trump contra los inmigrantes. Desde aquella fecha, la Casa Blanca ha mantenido en El Salvador a Kilmar Ábrego García, a pesar de que reconocieron que la deportación de este joven de 29 años, padre de tres hijos y que llevaba diez en Estados Unidos sin cometer delito alguno, fue un “error administrativo”. De hecho, cargaron contra él. La fiscal general, Pam Bondi, compareció en rueda de prensa exhibiendo un collar con una gran cruz en el pecho, al tiempo que decía que Ábrego García “no va a volver y punto” y que “en ninguna circunstancia se va a quedar en Estados Unidos”: “es salvadoreño, y ahí es donde el presidente pretende que se quede”. La prisión a la que le han enviado es el Centro de Confinamiento del Terrorismo. El presidente Nayib Bukele se jacta de que de allí no sale nadie. Centenares de presos han muerto desde su apertura, porque se practican torturas de forma sistemática. Ábrego García no ha sido sometido a juicio alguno. Irónicamente, la última autoridad extranjera que vería el papa Francisco con vida sería la del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, que se declara católico practicante. Enemigos dentro del cónclave El posicionamiento del papa Francisco contra las políticas de Trump, y su relativo progresismo, le granjearon la enemistad de los obispos ultraconservadores estadounidenses. Él destituyó en 2019 a Charles Chaput, ex arzobispo de Filadelfia y uno de sus críticos más feroces, y aseguró retador: “rezo para que no haya cismas, pero no tengo miedo”. Desde entonces, ha ido ganando críticos en la curia estadounidense. Uno de ellos será una figura de máxima importancia en el frente ultraconservador en el próximo cónclave: Raymond Burke, cardenal trumpista que divulgó todo tipo de teorías de la conspiración durante la pandemia de covid y activista contra la inmigración. A él se le ha unido el “papable” Robert Sarah, cardenal africano que defiende la falsa “teoría del reemplazo” racial en Europa, que propugna que hay un plan para reemplazar a los blancos de raíz judeocristiana en el Viejo Contiente. El choque muestra que, aunque el posicionamiento político del papa tiene un efecto de refuerzo de ciertas narrativas y de menoscabo de otras, el impacto concreto solo puede valorarse a largo plazo. “No importa cómo de popular sea el papa o quién sea -Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco- sabemos por las encuestas que la mayor parte de los católicos norteamericanos, sudamericanos o europeos forman sus ideas en la mayor parte de asuntos de forma independiente a las encíclicas papales, ya sea sobre aborto, cambio climático, moralidad sexual o desigualdad económica”, opina Michele Dillon. Choque frontal con Netanyahu El papa Francisco ha sido especialmente impetuoso en sus críticas a la violencia de Israel contra los palestinos de Gaza y Cisjordania. “No es guerra, es crueldad”, dijo recientemente. La ofensiva ordenada por el gobierno de derecha nacionalista y ultraderecha de Tel Aviv, encabezado por el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y jaleada por los ministros ultraortodoxos judíos como Itamar Ben-Gvir o Bezalel Smotrich, ha causado ya más de 51.000 muertos en Gaza y mil en Cisjordania, en su mayor parte mujeres y niños, en respuesta a los ataques de Hamás que causaron cerca de 1.200 fallecidos en Israel, la mayoría civiles. En una entrevista, Bergoglio apuntó a que la operación militar puede ser constitutiva de delito de genocidio, como investigan los tribunales de La Haya. Bergoglio hablaba casi cada mañana por videoconferencia con el patriarcado de Gaza para mostrar su solidaridad. La última vez, el pasado sábado, pocas horas antes de fallecer. Les preguntaba por cómo estaban los niños y por si habían comido. Israel impide desde hace casi dos meses la entrada de alimentos, agua o medicinas en Gaza. Sobre Netanyahu pesa una orden de busca y captura de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, entre otros precisamente el uso del hambre como arma de guerra. El israelí fue uno de los pocos líderes mundiales que no lamentó la muerte del papa cuando se conoció el pasado lunes. Tras presiones internas (el papa Francisco puso mucho empeño en el diálogo interreligioso, condenó el antisemitismo y exigió la liberación de los rehenes retenidos por Hamás), este viernes la oficina del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha puesto un breve mensaje deseando al pontífice que descanse en paz. Sobre la otra gran guerra del momento, la invasión rusa de Ucrania, Bergoglio mostró más ambigüedad. Aunque afeó al patriarca ortodoxo ruso Cirilo su apoyo a Vladímir Putin, al mismo tiempo que condenaba la guerra pedía alejarse de patrones de “buenos y malos” y recordar que, antes de la invasión, “la OTAN ladraba a las puertas de Rusia” y que la guerra pudo evitarse, emulando parte del argumentario de Moscú y, ahora, de Washington.

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