27/04/2025 13:25
27/04/2025 13:22
27/04/2025 13:21
27/04/2025 13:21
27/04/2025 13:21
27/04/2025 13:20
27/04/2025 13:12
27/04/2025 13:12
27/04/2025 13:11
27/04/2025 13:11
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/04/2025 04:39
En algunos días, los cardenales electores se reunirán en la Capilla Sixtina a definir el sucesor de Francisco (Photo by Mandel NGAN / AFP) Fue en Viterbo, ochenta kilómetros al norte de Roma. Fue en el siglo XIII, más precisamente en 1268. Las internas en la Iglesia Católica eran lo suficientemente convulsionadas como para que el Sumo Pontífice de ese entonces, Clemente IV, se hubiera trasladado a esa localidad para ejercer su papado con cierta serenidad. Es que en Roma los ánimos estaban demasiado agitados: eran tiempos de Cruzadas en Tierra Santa, del declive casi final del Imperio Romano de Oriente y de la aristocracia de esa ciudad intentando tallar en cada decisión de la Santa Sede. Pero en noviembre de 1268 Clemente IV murió y, tal como ocurre ahora tras la muerte de Francisco, la máxima autoridad de la Iglesia Católica quedó en sede vacante. Y, como ocurrirá dentro de pocos días cuando la Capilla Sixtina albergue el cónclave hasta que por la chimenea salga la universalmente famosa “fumata blanca”, había que decidir quién sería el siguiente Sumo Pontífice. Pero llegar a ese nombre fue extremadamente complicado: pasaron casi tres años, hubo tres cardenales muertos y, por primera vez, los llamados a decidir fueron encerrados hasta que el nuevo Papa estuviera elegido. Fue el cónclave más largo de la historia y cambió algunas de las reglas sobre cómo se tomaría la decisión más importante de la Iglesia de ahí en adelante. Esa noticia que, en algunas semanas, el mundo volverá a recibir, primero desde una chimenea y, después, desde un balcón. Una decisión imposible Tras la muerte de Clemente IV, nadie esperaba que elegir a un sucesor resultaría tan complicado como finalmente ocurrió. Viterbo se había complicado en la Santa Sede, así que se dispuso que la catedral de San Lorenzo albergara el proceso para decidir. Pero la interna al interior de la curia por aquellos años daba cuenta de una grieta innegociable para los dos grandes “bandos” de la época. Los carolinos y los gibelinos eran los dos bandos en disputa tras la muerte de Clemente IV: la decisión tardó casi tres años en tomarse. Por un lado, los carolinos esperaban que se ungiera como Papa a un francés, mientras que los gibelinos se inclinaban por un pontífice asociado al Sacro Imperio Romano Germánico. Los grupos de influencia más chicos dentro del Colegio Cardenalicio, habitualmente vinculados a algunas de las familias italianas más destacadas de esos años, iban y venían entre preferir a los carolinos o a los gibelinos, pero no alcanzaban para “torcer” una elección que requería, como ocurre en nuestros días, que el ganador obtuviera al menos dos tercios de los votos. El 29 de noviembre de 1268, con ese escenario como telón de fondo, empezó el proceso de elección, que todavía no era conocido como cónclave aunque ya desde hacía algunos siglos se había formalizado cada vez más. Por ejemplo, desde hacía unos doscientos años los electores debían ser cardenales, y no sacerdotes de menor escalafón. Tampoco podían votar, como ocurría en un principio, integrantes de la aristocracia romana que no hubieran recibido el nombramiento cardenalicio. La elección empezó como era habitual hacerlo: los cardenales se reunieron y empezaron a votar cada uno a su candidato. El problema es que, por la tajante división entre dos visiones sobre quiénes debían gobernar la Iglesia, era imposible alcanzar un resultado definitivo. Ni a los carolinos ni a los gibelinos les alcanzaba para acceder al papado, y ninguno de los bandos estaba dispuesto a negociar. Y el tiempo pasaba. Una ciudad desbordada Como no llegaban a un acuerdo, los cardenales dejaron de reunirse a votar diariamente y pasaron a sesiones semanales. Creían que eso daría tiempo a las negociaciones que ocurrían fuera del momento protocolar de la elección. Pero tampoco resultó, así que de semanales pasaron a ser reuniones que se celebraban con varias semanas en el medio. El cónclave se lleva a cabo en la Capilla Sixtina: los cardenales están encerrados bajo llave (AP Foto/Pier Paolo Cito, Archivo) Los carolinos y los gibelinos buscaban conseguir nuevos apoyos con promesas que tenían más que ver con la “rosca política” que con las conversaciones vinculadas a lo espiritual. Nada que no pueda percibirse en la película Cónclave, que volvió al cine tras la muerte de Francisco y que puede verse en Amazon Prime Video, y nada que no vaya a parecerse al cónclave que tendrá lugar en las próximas semanas en la Capilla Sixtina. Pero terminó 1268, pasaba 1269 y transcurría 1270 y ningún papable conseguía los dos tercios de los votos. Y Viterbo sufría. Es que la ciudad estaba obligada a alojar a los cardenales y sus séquitos, y, claro, a alimentarlos. Eso suponía un gasto que la población y las autoridades ya no podían sostener, porque fue justamente esa población la que empezó a padecer la escasez en el acceso a los recursos, repartidos no sólo entre los habitantes locales sino también con los cardenales y su gente. Llegó un momento en que los buenos modales hacia la Iglesia tocaron un techo porque el escenario se volvía insostenible para Viterbo. Las autoridades locales decidieron primero que los cardenales recibirían una ración cada vez menor de alimentos y agua, intentando que eso acelerara la decisión por la incomodidad que podía generar. El resultado fue que tres cardenales se descompensaran y murieran por la restricción de alimentos e hidratación. Así de trágico se volvió el proceso. Pero ese hambre, esa sed y esas tres muertes no fueron suficientes para que el Colegio Cardenalicio eligiera al sucesor del último Papa. Las autoridades decidieron encerrar a los cardenales bajo llave para que permanecieran reunidos la mayor cantidad de tiempo hasta llegar a un consenso. El encierro fue en el Palacio Papal que se había instalado en Viterbo luego de que Clemente IV abandonara Roma como Santa Sede. Y allí nació el nombre que llega hasta hoy: en latín, “con llave” es cum clave, lo que dio origen a que esa reunión de cardenales empezara a llamarse enseguida “cónclave”. Medidas desesperadas Hartos de que los cardenales y sus colaboradores se hicieran con sus recursos, los viterbinos apelaron a una última medida drástica: sacaron partes del techo del Palacio Papal para que, según argumentaban, “Dios iluminara las deliberaciones”. Lo cierto es que lo que se hacía sentir, más que un mensaje divino, era el frío y la lluvia. El funeral del papa Franciso fue este sábado en la Plaza de San Pedro (AP Photo/Alessandra Tarantino) El escenario ya se había vuelto insoportable tanto para la población local como para los cardenales, quienes llegaron al acuerdo de reducir la decisión a seis miembros del Colegio. Así, fue más fácil negociar entre ellos por fuera de la influencia de los dos grandes bandos en disputa en esos años, los gibelinos y los carolinos. Después de una discusión que resultó mucho más expeditiva, esos seis cardenales eligieron a Teobaldo Visconti como candidato para proponer: era un hombre ajeno a cada una de las facciones enfrentadas. Esa fue la llave que logró destrabar la decisión más larga que tomó la Iglesia respecto de quién sería su máxima autoridad. Ya era 1271, Visconti peleaba como Cruzado en Tierra Santa y, apenas le informaron sobre la situación, aceptó la misión que se le encomendaba. Se convirtió en Gregorio X apenas llegó a Viterbo con la intención de restaurar cierta normalidad en una Iglesia completamente convulsionada. Cambios que duran hasta hoy Una de las primeras medidas de Gregorio X fue volver a trasladar la sede papal a Roma. Tuvo su coronación en la Basílica de San Pedro, y ese fue el símbolo de que la Iglesia Católica volvía a tener epicentro allí donde la tradición lo indicaba. Además, Gregorio X estableció que, durante las elecciones papales, los cardenales debían ser encerrados “bajo llave”. Ese encierro es el que tendrá lugar en la Capilla Sixtina para designar al próximo sucesor no sólo de Francisco sino, tal como lo considera la Iglesia católica, de San Pedro, el primer Papa. La decisión fue tomada durante el Concilio de Lyon y se puso en marcha enseguida: el papado de Gregorio X terminó en 1274. El cortejo fúnebre de Francisco se extendió por 6 kilómetros en Roma, hasta la basílica en la que eligió para su descanso: Santa María Maggiore. REUTERS/Stringer Una vez más, la Iglesia está a punto de definir no sólo un nombre, sino sobre todo una política. Una forma de pararse en el mundo. Votarán los cardenales que tengan menos de 80 años y, aunque lo habitual es que el Papa sea elegido entre ese Colegio, el derecho canónico permite que sea Sumo Pontífice cualquier varón bautizado dentro de la Iglesia Católica que tenga al menos 60 años. Cada cardenal jura que mantendrá el secreto de lo que ocurre durante el proceso electoral y, cuando termina cada ronda de votación, las papeletas se queman en una estufa de la Capilla Sixtina. Para que no haya dudas sobre el color de la fumata, desde el cónclave de 2005, que eligió sucesor para Juan Pablo II, se agregan químicos que “consoliden” el color necesario. Tal como en esa elección que duró casi tres años, todavía son necesarios al menos dos tercios de los votos para que un candidato sea elegido Papa. Si tras tres días de varias rondas no fructíferas de elecciones aún no hay consenso, los cardenales se toman un día, que en los papeles es para orar y reflexionar, pero que suele servir para negociar en Santa Marta, donde se alojan mientras dura el proceso. Si después de siete ciclos de tres días consecutivos de votación aún no hay Papa, el Colegio Cardenalicio puede votar si aceptan que el candidato gane por mayoría simple, es decir, por la mitad más uno de los votos. Son todos mecanismos diseñados para evitar aquella crisis que empezó en 1268 y terminó en 1271. Esa crisis que le puso nombre a esta negociación que, aunque todavía no empezó formalmente, empieza mucho antes no sólo de que se cierren con llave las puertas de la Capilla Sixtina, sino incluso de que muera el Papa en funciones. En 2013, Francisco fue elegido en menos de 48 horas, en la quinta ronda de votación. Ahora el mundo está a punto de asomarse a un nuevo cónclave, esa decisión cargada de misterio, de rumores, de silencio, de tradiciones, de “rosca” y de expectativa. Lo último que ocurre en el cónclave es la pregunta al candidato ganador: “¿Cuál va a ser tu nombre a partir de ahora?”. Lo conoceremos en algunas semanas, cuando se abra un balcón del Vaticano y sea anunciado el sucesor del Papa argentino. Será justo después de pasar por el Salón de las Lágrimas, que se llama así porque es el lugar en el que, según la tradición de la Iglesia, el nuevo Pontífice es vestido para salir al balcón y su vida ya no es suya: acaba de dejar de pertenecerle.
Ver noticia original