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  • Francisco, el pastor con olor a oveja

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/04/2025 03:22

    El papa Francisco junto a Eduardo Valdés Recuerdo perfectamente dónde estaba y qué hora era cuando supe que Jorge Mario Bergoglio había sido elegido Papa. Llamé a Alicia Oliveira, su gran amiga, y la encontré llorando desconsoladamente. No lloraba de emoción, como tantos argentinos ese día. Lloraba de tristeza, porque intuía que no lo vería más. Pero Alicia se equivocaba: nunca dejó de estar con nosotros, porque Francisco se convirtió en una voz universal. Un guía moral que, sin estridencias ni estrados, puso al mundo frente a sus responsabilidades. Si tengo que elegir una faceta de su legado, me quedo con su geopolítica pastoral. Francisco fue el hombre que entendió que el poder espiritual también puede ser puente. Un facilitador de encuentros, un provocador de diálogo. Intercedió entre Cuba y Estados Unidos, en tiempos donde el mundo parecía olvidar la importancia de tender la mano. Luego de la derrota del “Sí” en Colombia en el plebiscito por la paz, convocó al ex presidente Álvaro Uribe y al presidente en ejercicio, Juan Manuel Santos, al Vaticano. No se quedó en la declaración: viajó a Bogotá el 6 de septiembre de 2017 para acompañar la reconciliación. Con la misma fuerza, realizó gestiones de paz entre Rusia y Ucrania, Armenia y Azerbaiyán, Armenia y Turquía, las dos Coreas, Israel y Palestina, Irán y el G5 por el desarme nuclear. A veces sus esfuerzos dieron frutos. Otras no. Pero nunca dejó de intentarlo. La diplomacia de Francisco fue una diplomacia distinta. Espiritual, valiente, sin cálculo electoral. Su primera herramienta fue la oración. Cuando Barack Obama anunció una inminente invasión a Siria, Francisco convocó a una jornada mundial de oración. La plegaria de judíos, musulmanes y Bautistas (la iglesia de Obama) fue tan intensa que el presidente estadounidense se vio forzado a declinar la acción bélica sobre Siria en plena cumbre del G20. No se necesitó ningún misil, alcanzó con un rezo firme, colectivo y movilizador, observando esta situación cobra mas relevancia su “Recen por mi”. Francisco junto a Diego Maradona y Eduardo Valdés La elección de Lampedusa como su primer viaje fuera del Vaticano fue un gesto de coherencia. Eligió las periferias del mundo, allí donde los discursos no alcanzan y la realidad duele. En ese enclave olvidado de Italia, donde miles de iraquíes, libios y sirios se arrojaban al mar para escapar del infierno, Francisco denunció con crudeza: “¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos?”. Contestó por todos: “Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto”. En ese lugar clamó “la cultura de la indiferencia” y agregó que el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio. “Ellos no son migrantes, son refugiados”, dijo el Papa. Francisco no fue un líder neutral. Tomó partido. Denunció al capitalismo financiero que excluye a quien no produce, que degrada a los jóvenes sin empleo, a los ancianos, a los pobres, a los hambrientos y nos instó a luchar contra la cultura del descarte. Y con la misma fuerza, se enfrentó a los fabricantes y vendedores de armas: “Esos son los que inventan las guerras”, afirmó sin eufemismos. En lugar de resignarse, propuso una alternativa: la cultura del encuentro. Una sociedad donde las diferencias puedan convivir sin anularse, donde nadie sea considerado inservible, donde cada vida tenga valor por el solo hecho de ser vivida. Desde su experiencia en Buenos Aires, llevó al mundo su vocación por el diálogo interreligioso y el Ecumenismo como forma de integrar a la humanidad y luchar por la Paz. “No es justo identificar al islam con la violencia”, sentenció en épocas que el fundamentalismo del ISIS azotaba en la región. En la sinagoga de Roma les dijo a los judíos: “Ustedes son nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe”. Nos recordó que todos pertenecemos a una única familia: la familia de Dios. Viajó a Irak para encontrarse con la máxima autoridad musulmana Chiita el ayatolá Alí al Sistani, donde el cristianismo estaba prácticamente en extinción. Después de 1000 años se encontró con el Patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa y viajó a Oslo para participar de la celebración de los 500 años de la reforma protestante liderada por Martín Lutero. La fraternidad no era una consigna vacía dentro de su prédica. Era una frontera ética. “O somos hermanos, o nos destruimos”, repetía. Porque, como él mismo lo explicó, no hace falta violencia armada para hacer enemigos: basta con prescindir del otro, mirar hacia otro lado como si no existiera. Nos dejó dos encíclicas esenciales: Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común tal como denominó al planeta, y Fratelli Tutti, sobre la necesidad de una fraternidad activa y comprometida. Nos enseñó que toda persona tiene derecho a tierra, techo y trabajo digno. Puso en palabras aquello que tantas veces se intentó silenciar: que la dignidad humana no puede ser una excepción, sino una regla. En lo personal, me quedo con la imagen de un Papa cercano. Austero. Firme. De mirada serena y convicciones profundas. Lo vi abrazar a los pobres, a los jubilados, a los trabajadores, a los excluidos del sistema, a los presos y a los enfermos. También lo vi escuchar a poderosos sin rendirse ni doblegarse. Tras una prolongada internación, el viernes santo -el día de la crucificción y muerte de Jesucristo- irrumpió emocionando al mundo. El domingo de Pascua nos conmovió saludando a la multitud en la Plaza de San Pedro y celebrando la resurrección. Decidió que el lunes de la Pasquetta, cuando se conmemora que el ángel se encuentra con el sarcófago vacío porque Jesús resucitó, era el día de su partida. Quizás eligió ese día para irse para encontrarse con él. Sin embargo no se fue del todo. Su voz, su ejemplo, su testimonio, siguen entre nosotros. Gracias, Francisco. Por no olvidar nunca de dónde viniste. Por recordarnos a todos hacia dónde deberíamos ir.

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