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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 25/04/2025 09:48
Por Santiago O´Donnell No todas las filtraciones periodísticas siguen las mejores prácticas del oficio. La filtración de la denuncia judicial de Viviana Canosa es un buen ejemplo. Canosa había vinculado a una lista personas, entre ellas no pocas celebridades, a una supuesta red de trata. Además de los nombres, la denuncia incluye la descripción del supuesto modus operandi de la red y una lista de lugares donde la explotación y el reclutamiento de los menores habría tenido lugar. La conductora televisiva no presentó pruebas concretas que vincularan a las personas que nombró con los delitos que denunció. Tampoco relató hechos específicos que ubicaran a esas personas en tiempo y espacio durante la comisión de un delito. Sin embargo la denuncia tuvo una enorme repercusión mediática. Había surgido de una pelea pública entre Canosa y otra importante conductora de televisión, Lizy Tagliani, que fue escalando de una denuncia mediática de Canosa por un supuesto hurto cometido décadas atrás, a la sugerencia de Canosa de que Tagliani habría abusado de un menor, hasta el anuncio de Canosa de que al día siguiente denunciaría en tribunales a una supuesta red de trata. Para cuando Canosa bajó las escaleras de Comodoro Py después de formalizar su denuncia ante un fiscal federal, la esperaba un enjambre de periodistas. El tema se había adueñado de la agenda periodística de todo el país. Pocas horas después, en sus programas de televisión, los periodistas Tomás Méndez y Luis Ventura dieron los nombres y las direcciones que había nombrado Canosa en su presentación judicial pero que se había abstenido de mencionar en público. Méndez incluso mostró al aire fragmentos de una copia del documento judicial. En cambio Ventura se “reservó”, según sus palabras, algunos nombres que había mencionado Canosa por razones que no explicó. Llamativamente los dos periodistas coincidieron en opinar que para ellos la denuncia de Canosa era trucha y que quedaría en la nada. Se trató sin dudas de la filtración periodística del año. El impacto fue inmediato. Los medios informativos transmitieron la novedad en cadena nacional. Al principio gran parte de esos medios se abstuvieron de nombrar a los acusados. Sin embargo algunos de los famosos mencionados rápidamente salieron a desmentir la información. Por hacerlo pagaron un costo. Al hablar del tema para defenderse alimentaron el incendio mediático y abrieron la puerta para que los periodistas que no los habían vinculado con la denuncia empezaran a hacerlo para dar cuenta de los descargos. El daño ya estaba hecho. Doblemente. Por un lado el daño a los denunciados. Para cualquier persona, pero sobre todo para una persona pública, la mera vinculación con una conducta tan aberrante como es la explotación sexual de niños tiene en efecto devastador para sus vidas y carreras. Un daño irreparable. Para el inconsciente colectivo no hay ulterior desmentida que valga. Y en este caso, al no haber sido denunciados con pruebas concretas, las posibilidades de que la condena social sea injusta no puede subestimarse. Por otro lado el daño a la investigación. Asumiendo que valiente o temeraria la denuncia de Canosa tuviese algún valor, asumiendo que aunque sea una partecita fuera verdad o ayudara a desenmascarar a un abusador de menores, lo cual es perfectamente posible y como mínimo merece ser investigado por la justicia, al apurarse en divulgar la información vertida en forma confidencial, da lo mismo si la causa estaba o no formalmente bajo secreto de sumario, Méndez y Ventura pusieron en preaviso a los posibles pedófilos y proxenetas, que los hay los hay, permitiéndoles borrar su huellas e intentar invisibilizar su actos antes de que el magistrado que recibió la denuncia empiece a investigar. Mas allá de los niños, más allá de las pruebas que Canosa y otros testigos puedan presentar en la causa, más allá de la capacidad o no del juzgado para frenar futuras filtraciones de documentos tan sensibles como pueden ser los datos y declaraciones de víctimas, y más allá de lo que termine decidiendo el juez y del impacto de esa decisión en Canosa y los denunciados, la filtración de su denuncia es problemática porque salpica nuestro derecho al acceso a la información de interés público y nuestro derecho a la libre expresión. La mejores prácticas indican que al momento de evaluar la conveniencia de publicar, esto es de hacer público, un documento confidencial, o datos de ese documento, o ese documento con algunos datos tachados, el periodista debe sopesar el interés público de la información vertida en el documento, contra el derecho la intimidad de las personas afectadas. Se trata en muchos casos de una decisión difícil y es cierto que en general, con el aval de una larga jurisprudencia favorable, los periodistas suelen favorecer el interés público porque hace a la esencia de su oficio y es lógico que así sea. Pero en este caso no había ni margen para la discusión, es todo lo contrario. La violación a la intimidad es enorme, mientras que el interés público es mínimo o nulo. Porque a no confundirse: no estamos hablando del interés público en la pelea mediática entre Canosa y Tagliani, ni del hecho de que Canosa denunció una red de trata. Estamos hablando de nombres vinculados a una información que según los mismos periodistas que la dieron sería mentira. ¿Y cuál sería el interés público en una noticia falsa? ¿En conocer una mentira? Ok, se puede argumentar que el documento demuestra la supuesta endeblez de la denuncia. Pero para eso no hace falta nombrar nombres. Por supuesto que Mendez y Ventura saben esto de memoria, experiencia les sobra. Entonces, ¿por qué filtraron los nombres? La respuesta se esconde detrás del gran misterio de la filtración. ¿Quién filtró el documento? Ninguna fuente es desinteresada. “Hasta mi mamá cuando me llama tiene una agenda” declaró alguna vez un periodista al ser consultado sobre la supuesta parcialidad de una fuente. ¿Y qué busca la fuente en este caso? Una pista es el discurso unívoco, en distintos canales de televisión, de los periodistas que difundieron los nombres: denuncia trucha, no va ningún lado. Una segunda pista podría ser que en el pasado ambos periodistas han manejado información relacionada a servicios de inteligencia. Lo cual no tendría nada de malo. Cada periodista cultiva sus fuentes y los mejores están acostumbrados al barro. Pero hay reglas básicas del periodismo que nos recuerdan que antes que informantes somos seres humanos. No dar el nombre de un muerto hasta que se notifique los familiares, por ejemplo. No cantar un allanamiento judicial. Cuidar la intimidad de un menor víctima de abusos. Dañar irreparablemente la reputación de personas presuntamente inocentes en base a información dudosa también está en la lista. Las filtraciones son el futuro del periodismo. Como objetivo y como método. Como objetivo, porque sólo muestran lo que un poder quiere ocultar. Como tal, las filtraciones prescinden de la publicidad y de la propaganda, las dos grandes corrientes de comunicación pública que han contaminado el ecosistema informativo. Y como método, porque por definición la filtración implica la publicación de datos o documentos verificables. Esas publicaciones pueden estar acompañadas por un texto o video explicativo. Pero lo que importa es el documento o la foto o la base de datos que se filtró, y cada cual puede sacar sus propias conclusiones. El documento filtrado no es un antídoto infalible para las fake news y la posverdad pero ayuda a desmalezar información corroborable. La filtraciones son necesarias para que circule la información de interés público retenida por un interés particular. Y son necesarias también para que el libre debate de ideas exista en la sociedad. Si la información no circula las democracias mueren. Pero las filtraciones malas solo lastiman. (*) Periodista, publicado en Filtraleaks
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