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» Diario Cordoba
Fecha: 25/04/2025 05:49
Miserando atque eligendo -Lo miró con misericordia y lo eligió- era el lema que lucía el escudo papal, toda una declaración de intenciones. A unas horas escasas del funeral de Estado por el papa Francisco en la basílica de San Pedro, nos sigue sobrecogiendo la sorpresa de una muerte repentina pese a la enfermedad y, sobre todo, nos sobrepasa la silueta de una figura enorme en la historia de la Iglesia. Muchos son los análisis de estos días sobre el legado que deja atrás su ministerio durante estos 12 años, sus fortalezas y debilidades. Surgen expertos eclesiólogos y vaticanistas en todas las tertulias para aportar su punto de vista: que si pudo o no le dejaron, que si apostó por los más débiles y la sostenibilidad del planeta pero no fue más beligerante con la igualdad de la mujer, que si no tuvo la finura intelectual de Benedicto XVI ni la talla política de Juan Pablo II, que si llegó o no tarde con la lucha frente a la pederastia, que si fue duro con los sectores más conservadores o tantas otras aristas de una vida intensa. La reflexión que realizo en pocas líneas es la de un cristiano de a pie y el de un ciudadano observador. Como ciudadano pienso que se ha marchado un líder con autoridad moral en la escena internacional. Cuando los líderes mundiales no sirven de referentes bien por debilidad o por codicia, recobra valor el discurso radical e insobornable de Francisco por la dignidad de la persona y los derechos humanos, por la justicia como base de la paz, por el encuentro entre religiones y credos como fuente de la convivencia. Y ese discurso va seguido, además, de gestos comprometidos que lo hacen creíble. Y con su autoridad moral, reconocida por todos los mandatarios mundiales, se convirtió en una de las personalidades más influyentes de nuestro tiempo. Un liderazgo que necesitamos en unos momentos inciertos, llenos de tensiones, oportunistas y trileros. Como cristiano, Francisco dio un ejemplo de humildad, de austeridad y de opción preferencial por los pobres sacudiendo nuestras conciencias. Apuntaba a la generosidad del abrazo, a la inclusión de las periferias, al diálogo con todos los ámbitos de la sociedad, a recoger a quienes yacen en los márgenes del camino. Francisco era evangelio, por eso era una persona molesta para poderosos y acomodados, para los del narcisismo ambiental, para los doctores de la ley, para los fundamentalistas identitarios, para los fariseos y publicanos de nuestra hora. Frente a perfiles más intelectuales o políticos, Francisco fue el Papa bueno que nos habló siempre desde el corazón, el buen pastor cercano que huele a sus ovejas, que le gustaba comunicarse con la gente en lenguaje abierto y cordial, el hombre sencillo que quiso evitar oropeles y distinciones, el hermano que cogía el teléfono o contestaba cartas de aliento. Francisco fue una primavera de la Iglesia a quien debemos gratitud. Les confieso mi simpatía por este hombre al que también pude conocer hace años y con el que tenía algunas simpáticas coincidencias como que naciéramos el mismo día de diciembre, que mantuviera esa lírica franciscana de la ternura y fraternidad universal, su amor a la naturaleza, junto con esa determinación y rigor jesuita, que vivió en la frontera de los problemas sin huir de los mismos con una mirada de padre y un abrazo sincero. Que creyó siempre en una Iglesia universal, evangélica, misionera y profética: lo que más necesita hoy la Iglesia es curar heridas y dar calor a los corazones, dijo. Que apostó «por una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino solo conciudadanos». Que insistió en dejarnos este Año jubilar de la Esperanza y nos pidió que fuéramos felices y lucháramos por nuestros sueños. *Abogado y mediador
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