Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • “El óptico del Papa”: la intimidad de las visitas de Francisco al local de ocho metros cuadrados donde le arreglaban los anteojos

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 24/04/2025 16:36

    "Alessandro y Luca Spiezia administran la óptima a dos kilómetros de distancia del Vaticano" El lugar tiene apenas ocho metros cuadrados, una puerta pequeña, dos ventanas a ambos lados de la única vía de acceso, dos carteles de neón en letras amarillas y la decoración de unos anteojos del mismo color. Está emplazada sobre la vía del Babuino, en la dirección 199, a metros de la basílica de Santa Maria in Montesanto, enfrente del Hotel Russie -donde se hospedó Mauricio Macri en 2016 en su visita presidencial a Roma y el Vaticano-, a minutos de la Plaza de San Pedro y de la Casa Santa Marta, residencia del papa Francisco durante su pontificado. Es la historia de un comercio, de una familia bendecida y de un Papa que entendía que los anteojos se cambian en las ópticas, no en otro lado. Alessandro Spiezia es optometrista y óptico. Abrió el local que lleva su apellido el 10 de marzo de 1967, donde procura conservar el encanto por la tradición y el respeto por los oficios. Alguna vez realizó trabajos para un abanico de ilustres que aglomera a Marcello Mastroianni, Federico Fellini, Pietro Germi, Luigi Comencini, Lucia Bosè, Francis Ford Coppola y Bill Clinton. Pero desde septiembre de 2015, lo conocen como “el óptico del Papa”. Infobae visitó este rincón de Roma escondido a dos kilómetros de la residencia donde el lunes por la mañana falleció Jorge Mario Bergoglio. Alessandro y su hijo Luca están vestidos de traje, y en honor a sus antepasados del sur italiano, acompañan a las palabras con los ademanes de sus manos, en un rasgo absorbido por la cultura argentina. El padre es el que cuenta cómo empezó todo. “En 2015, el Monseñor Karcher viene y me dice que su Santidad necesita anteojos. Y le dije: ‘Entonces vamos a Santa Marta’. Al día siguiente, vuelve y me dice: ‘mire Alessandro, el Santo Padre ha decidido venir al local porque, según su punto de vista, las gafas deben hacerse en la óptica. No es el óptico el que tiene que ir’”. Alessandro y Luca en la óptica inaugurada en 1967 en la calle del Babuino, en el corazón de Roma Era un lunes. Al mediodía los llamaron y le confirmaron que el Papa iría entre las siete y media de la tarde y las siete y treinta y cinco minutos. “Conociendo el tráfico en Roma, me sorprendió que comunicaran el horario con tanta precisión”, le contó al Corriere della Sera. Llegó en punto, a bordo de un auto modesto, sin seguridad, sin escolta, vestido de blanco. “Lo primero que me dieron ganas de decir fue ‘Santidad, bienvenido a casa’. Y él me dio esa maravillosa sonrisa como me ha dado en tantos años. Vino, medimos la vista, todo. Pero mucha gente no creía que su Santidad pudiera estar en una tienda haciendo anteojos”, relata en diálogo con Infobae. Contó que estaba serio, que sonrió cuando le enseñó la foto de sus hijos y cuando descubrió que en la calle se había reunido un grupo de curiosos. El trabajo consistió en preparar lentes multifocales porque padecía hipermetropía y presbicia, pero no quería que le cambiara los marcos. Se probó monturas pero prefirió que solo fuese un reemplazo de los cristales. Según su relato, el Papa le argumentó que mejor no reemplazar la montura así “ahorramos dinero” y le dijo que prefería conservarlo hasta que se rompieran. “No quiero gastar mucho”, expresó. Alessandro le ofreció, además, otros anteojos de lectura que fueron rechazados y le preguntó, preso de su curiosidad, por qué había elegido su local: tanto el oftalmólogo como un monseñor le habían recomendado la óptica Spiezia. La segunda visita fue hace casi un año. El Papa llegó en silla de ruedas y solo cambió las monturas de sus anteojos El primer encuentro duró poco más de cuarenta minutos. Antes de irse, Francisco les advirtió: “Cuando estén listas las gafas mándenme la factura, por favor. Quiero pagarles lo que les debo o no voy a volver”. Volvió. La relación fluyó y creció con los años. Los Spiezia asistían con cierta periodicidad a Santa Marta para calibrarle las gafas. El 3 de julio de 2024, nueve años después de la primera visita, recibió un llamado del propio Papa: “Alessandro, buenos días, soy Francisco”. Le dijo que tenía que renovar sus anteojos y el italiano se ofreció a ir a visitarlo. “Ya han venido varias veces, no quiero molestarlos”, le respondió el Santo Padre. “Es decir, un hombre poderoso de la tierra, un Papa, nos dijo ‘no quiero molestaros’”, insiste Alessandro en valorar la investidura moral del pontífice. Volvió a los pocos días, de nuevo sin escolta, sin seguridad, con apenas un acompañante, pero esta vez en silla de ruedas. Llegó a las cinco de la tarde en punto, se puso de pie y caminó con cierta dificultad hacia el local. Estaban Luca, el hijo de Alessandro, y Anna María, la esposa, a pedido de Francisco, que quería conocerla. Para entonces ya habían confeccionado una relación de cariño y amistad. Esta vez, dijo el óptico, el Papa estaba más tranquilo, más sereno, “como si estuviera en casa”, definió. Hizo chistes, repartió golosinas, dedicó tiempo a saludar y acariciar a quienes se habían acercado a verlo. Y se cambió los lentes. Una postal de la primera visita del papa Francisco en 2015 y el alboroto que desató su llegada (AP) “Nunca le cambiamos las monturas de las gafas porque él no quería, tenía sus propias monturas. El primer par de gafas lo reparamos cinco o seis veces. Yo le dije ‘ni hoy ni mañana, pero estas gafas ya nos van a dejar pronto’. Entonces él del bolsillo sacó otro par de anteojos y dijo ‘menos mal, son dos pares por si pasa algo…’”, rememora Alessandro. Habló con él, con su esposa, con su hijo. “Era una persona maravillosa, estupenda -describe Alessandro-. No era el Papa, era el papá del mundo, porque amaba todo y a todos. Daba ese amor, esa alegría, ese cariño que sólo él podía dar. Por eso, en estos años, en estos diez años de conocerlo, le estaré agradecido por el resto de mi vida, porque me dio tanto amor, tanto amor. Así que ahora, la ausencia del Papa para mí es un gran dolor, una gran pena. Es como si falleciera mi padre por segunda vez”. Francisco hasta lo llamó para saludarlo en su cumpleaños, algo que ni siquiera habían hecho sus propios familiares. Era esa clase de cliente. Insistió en pagarle cada uno de sus servicios. “‘Alessandro, Luca, quiero pagarles las gafas’, nos decía. Entonces me enviaba a la persona encargada con el dinero. Luego, al cabo de unos días, yo tomaba el mismo dinero, lo metía en un sobre con una nota mía que decía ‘Santidad, este dinero es para los pobres’. Él estaba contento con esto, porque ayudaba a los humildes, ayudaba a los menos ayudados. Por eso se alegró, quizás si me dio tanto afecto y cariño es porque entendió que yo compartía con él el mismo pensamiento de ayudar a los más pobres. Una vez me dio las gracias por el dinero que le había enviado y en un segundo de silencio me dijo ‘eres una buena persona’. ¿Qué más queremos de la vida? Más que esto no puedo tener”. Los dueños de la tienda junto a una de las autoras de este artículo Luca también rescata otra anécdota que grafica la intimidad del vínculo y la simpleza de Francisco. La historia ocurre en uno de los encuentros en Santa Marta. Cada vez que iban, recibían de regalo caramelos, dulces, libros, rosarios. “Una vez estamos sentados, me doy la vuelta, miro al Santo Padre y le digo ‘dígame sinceramente, ¿qué desearía usted en este momento?’. Pasan diez segundos, se pone derecho, abre los ojos y dice ‘una pizza’. ‘Santo Padre, ¿de qué sabor?’, le pregunté. ‘No, no, no, no importa. No, no, nada’. Si me hubiera dicho lo que quería, me hubiera ido de Santa Marta, hubiera ido a buscar la pizza y se la hubiera llevado porque él siempre te daba todo pero nunca quería nada. Y esta confianza que yo me permitía con el Santo Padre era gracias a él, porque era el que nunca dejaba que le pesara el hecho de ser Papa, sino que era una persona normal como todo el mundo. De hecho, que se presentara no como el papa Francisco, sino diciendo ‘mucho gusto, soy Francisco’ dice mucho. Entró en el corazón de la gente por esta sencillez”. Alessandro lo describe como “una persona tan importante, tan hermosa, tan espontánea” que vivió desde joven el sufrimiento de los más vulnerables, que se esforzó para ayudar a todo el mundo. “Los argentinos deben estar orgullosos por esta gran persona que tuvieron. Quizás lo tuvieron poco tiempo porque después vino a Italia, pero deben sentirse honrados”, concluye.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por