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  • Papa Francisco: misericordia en tiempos de grieta

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 24/04/2025 09:54

    Por Enrique A. M. Rolón (*) Desde chico aprendí que el Papa o el Santo Padre era el sucesor de San Pedro -por consiguiente, el representante de Cristo en la tierra- y que sus enseñanzas como parte integrante de nuestra fe no se podían discutir. Recuerdo a Pablo VI, impulsor del Concilio Vaticano II; luego lo sucedió “el Papa de la sonrisa”, como se le decía a Albino Luciani (Juan Pablo I) y después vino Juan Pablo II, un gran santo, carismático, líder indiscutible que llenaba estadios y era seguido por multitudes. En esa época ningún católico criticaba al Papa y menos abiertamente. A su muerte lo sucedió Benedicto XVI, quien se destacó por su sabiduría y la profundidad en sus escritos y sus conocimientos filosóficos y teologales. Quizás como tenía el carisma de su predecesor no fue aclamado. Ya en 2013 llegó lo inesperado: un Papa argentino. Recuerdo como si fuera hoy que estaba siguiendo en un bar enfrente de mi trabajo las noticias sobre el cónclave cuando apareció la fumata blanca y la noticia -al principio poco entendible- de que el Papa era el cardenal Jorge M. Bergoglio. Ese momento lo compartí con un conocido mío, creyente pero poco practicante, que se emocionó y lloró con tal acontecimiento. La novedad de un papa argentino era notable, más aún cuando éste eligió el nombre “Francisco”, en honor a San Francisco de Asís, haciendo realidad uno de los carteles que había en la plaza San Pedro. Fue emocionante observar su saludo desde el balcón del Vaticano en italiano y su pedido de bendición a los fieles que estaban en la plaza. Todo en nuestro país era alegría: muchísimas personas conocían al Papa; se divulgaban sus anécdotas, se organizaron tours para visitar los lugares donde había estado Francisco, se publicaron varias biografías -entre ellas, la más interesante, al menos en mi opinión, la escrita por Elisabetta Pique, periodista del diario La Nación-. En mi caso era mayor todavía esa emoción porque era hincha de San Lorenzo de Almagro, el club de mis amores. Por supuesto nos enorgullecíamos de tener un Papa argentino y queríamos su visita, que finalmente no se pudo dar. Con el paso del tiempo aquella enseñanza que había recibido de no discutir al Papa comenzó a olvidarse, muy posiblemente como efecto de la famosa grieta que separó a los seguidores y detractores de los políticos de turno y por la influencia de algunos medios de comunicación. Así se empezó a no quererlo tanto, ya que cualquier palabra que decía, cualquier acto en el que participaba, fotos que se le tomaban, personas que recibía e incluso a los que declaraba beatos o santos -todo lo que hacía, en definitiva, que trascendía muy rápidamente por lo instantáneo de las comunicaciones- eran interpretadas en clave argentina, es decir, los gestos o actitudes estaban de un lado o del otro de la grieta. Esta grieta, al menos entre muchos de mis conocidos, incluso parientes muy cercanos, se profundizaba cada vez más y así se lo criticaba muy fuertemente; algunos hasta me dijeron que no creían que Francisco fuera el sucesor de Pedro o el “jefe” de la iglesia Católica, ya que era de tal partido, porque recibía a unos y a otros no, criticaba el capitalismo, sólo se acordaba de los pobres y no del resto, etcétera, etcétera. En la pandemia empecé a seguir más de cerca sus enseñanzas y ahí descubrí muchas de sus frases: la iglesia en salida y como hospital de campaña, los pastores con olor a oveja, la preocupación por los descartados de la sociedad, por los migrantes, por la paz y los diversos conflictos bélicos, en especial el de Medio Oriente y Ucrania y leí varios de sus textos, aunque -confieso- no en forma completa (encíclicas, cartas pastorales, etcétera). Pese a lo rico de su mensaje se le seguía pegando y -es más- le pregunté a un amigo sacerdote cómo enfrentar todo esto, a lo que me respondió que para conocerlo había que leerlo. Así, para contar con noticias de primera mano, no “clasificadas” ni sacadas de contexto, empecé a seguir los servicios de noticias del Vaticano (Vatican News) y tomé dimensión de su incansable servicio a los demás, de su preocupación por diversos temas: la dignidad de la persona, el interés por las más pobres y descartables, el diálogo interreligioso, el cuidado de la tierra, el lugar de las mujeres en la iglesia, la belleza de la familia y de la amistad, que la iglesia es de todos y que debe estar abierta a quien la requiera. Si algún aspecto o característica de Dios se me grabó o aprendí con el papa Francisco fue y es su misericordia; que Dios es un padre que nos quiere, independientemente de las “macanas” que hicimos y que -siempre- nos espera con los brazos abiertos dispuesto a perdonamos. El pasaje del evangelio que hizo que me emocionara es el del hijo pródigo. No es casualidad que haya partido en un año jubilar, año del perdón y después de vivir la Semana Santa y la Pascua de Resurrección en la que Jesús derrotó al pecado. Seguramente, como sucede con muchísimas personas, será reconocido y se tomará dimensión de todo lo que hizo luego de su muerte. Si se me permite una pequeña digresión futbolera: con Messi pasó lo mismo, aunque en vida: sólo se lo reconoció verdaderamente cuando ganó el Mundial de Qatar. No tengo dudas, y ojalá lo veamos, será proclamado santo. (*) Profesor Adjunto por concurso de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social – Facultad de Derecho (UNC). Vocal de la Sala Primera de la Cámara del Trabajo de Córdoba

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