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» Diario Cordoba
Fecha: 23/04/2025 14:18
Un fotograma de ‘Los puentes de Madison’, de cuyo estreno se cumplen 30 años. Me encuentro leyendo una noticia celebrativa sobre Los puentes de Madison y si Francesca debió o no haber bajado de la furgoneta, y salto enseguida a otro enlace que a su vez me lleva a otro artículo sobre la película. De ahí pirueteo a otro más. Y de nuevo otro brinco. Así durante un rato, de aquí para allá, sin orden ni concierto. Cuando quiero darme cuenta, llevo 45 minutos leyendo sobre la filmografía de Clint Eastwood; sobre por qué hace 30 años nos impactó esa película; sobre qué habría pasado si Meryl Streep y Clint Eastwood hubieran huido juntos de aquel inapetente condado de Iowa y sus condenados puentes; sobre por qué los hijos de la Meryl Streep de ficción son tan irritantes y sobre los tipos de manivela que pueden llegar a tener las furgonetas norteamericanas y qué pasará ahora con la cadena de producción de manivelas si se le suben los aranceles. Voy rebotando de web en web, o de un puente a otro, de un enlace de este periódico a otro de El País y más tarde a otro de La Vanguardia porque no tengo un sitio único que agrupe todo aquello sobre Los puentes de Madison que inusitadamente ha despertado en mí ese repentino e inopinado interés por esa feliz y lacrimosa historia de amor. Ninguna web me ofrece un pack exhaustivo de Clint Eastwood. La respuesta es sencilla: Clint Eastwood sigue vivo. En cualquiera de esos diarios, clico sobre el tag ‘Papa Francisco’ o ‘Mario Vargas Llosa’ y se me abre una abundante oferta de noticias, entrevistas, análisis, reportajes, artículos de opinión, obituarios, diez grandes novelas o las claves del papado, las casas del escritor repartidas por medio mundo, el papa y la mujer, Vargas Llosa y las mujeres. Cuando dejo de navegar, me sorprendo cotilleando el salón de Isabel Preysler. Todo en el mismo sitio, bien empaquetadito y en orden. Para alcanzar ese nivel de packing hay que morirse. Ignoro si hay alguien capaz de ingerir tal cantidad de informaciones. Los medios de comunicación son un bufé inacabable. Es una costumbre arraigada en los medios la de tener preparada una batería de artículos para el minuto siguiente a que la diñe un famoso (ya no digo un personaje relevante, eso era antes, digo un famoso, basta con ser alguien popular que pase de 80 para encargar 700 palabras de una necrológica anticipada). En 1966, Gay Talese escribió un delicioso artículo para Esquire en el que contaba la historia de Alden Whitman, el necrologista de The New York Times, al que el pope del Nuevo Periodismo bautiza como Mr. Bad News (Don Malas Noticias). La morgue del Times disponía de hasta 2.000 obituarios en remojo listos para su publicación el día de autos. Whitman y sus compañeros debían ir actualizándolos periódicamente porque determinados personajes, malditos sean, no se morían ni a tiros. Cada vez que Whitman leía en su periódico que Doña Tal o Don Cual, ya achacoso, era ingresado en el hospital o sufría un ataque de asma, fruncía el ceño, aspiraba del cigarrillo incrustado en su pipa y debía de pensar: "date por muerto"… Figuradamente. "Después de escribir una muy buena necrológica anticipada, su orgullo de autor es tanto que no ve la hora de que esa persona caiga muerta para poder contemplar su obra maestra en letras de molde" (Gay Talese, Retratos y encuentros, Alfaguara, 2010). El papa murió el día 21, aunque las redacciones llevaban ya tiempo velando su cadáver en decenas de carpetas de nombre inquietante: ‘Papa Francisco’, ‘Muerte del papa’, ‘Por si muere el papa’. En los diarios todavía tenemos periodistas que alternan su trabajo habitual (política, cultura, deportes,…) con la noble tarea de matar gente. Se mata de mentira (porque esa gente sigue viva), pero han de saber que en su ciudad, en su provincia, en su comunidad, en este país, en este mundo, ya hay miles de personalidades que tienen escrita su necrológica mientras inauguran tal o cual cosa o hacen una escapada de fin de semana con la familia (quiéranlos mucho). Algunos pagarían por leerla y otros por poder cambiarla, lo cual es sencillo, aún están a tiempo de ser mejores personas, hagan una buena obra y pasen a la historia con un final que les redima. Hay que morirse, como murieron los personajes de Robert y Francesca en Los puentes de Madison, que tuvieron (después de muertos, nunca en vida) su novela y luego su película. Con 94 años, Clint Eastwood sigue entre nosotros y ya tiene preparada su necrológica, como la tuvo Francisco. Algunos aún tienen tiempo de cambiarla. Para otros ya es tarde. Como Meryl Streep, hace tiempo que decidieron no saltar de la furgoneta.
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