» Rafaela Noticias
Fecha: 22/04/2025 18:11
El invaluable legado del Papa Francisco en materia de protección del ambiente El lunes 21 de abril amanecimos en Argentina con la triste noticia del fallecimiento del Papa Francisco: una persona que ha predicado y difundido durante su vida valores, principios y convicciones que conmovieron a los habitantes de todo el mundo, incluso a aquellos que -como quien suscribe estas líneas- no han transitado por los sacramentos y tradiciones establecidos tanto por la religión como por la iglesia católica. El legado de Francisco es enorme e inconmensurable y seguramente tomemos dimensión de su real magnitud dentro de algunos años. Entre las variadas temáticas que han preocupado a quien hoy recordamos, me gustaría aportar algunas breves reflexiones acerca de una de ellas que se vincula con la especialidad que elegí luego de haber obtenido mi título de abogado y que me acompaña aún hasta estos días: la problemática socioambiental. Si tuviera que sintetizar en una sola frase el significado de las ideas del Sumo Pontífice en materia de protección del ambiente, señalaría que dijo lo que todos deberíamos decir e hizo lo que todos deberíamos hacer. Quienes estudiamos estos temas (desde lo jurídico, en mi caso) recibimos una gratísima sorpresa durante el año 2015 con la publicación de la Carta Encíclica Laudato Sí firmada por Francisco el 24 de mayo. En dicho documento, el Sumo Pontífice ofrece un pormenorizado análisis acerca de la degradación ambiental producida a nivel global con motivo de las actividades humanas y reclama la instrumentación de acciones eficaces y rápidas tendientes al cuidado de la “casa común”. Se dispensa una fuerte crítica al consumismo irresponsable y al desarrollo económico despreocupado por las variables social y ambiental, al tiempo que se reclama dejar de lado una visión antropocéntrica de la cuestión para pasar a una concepción ecocéntrica que coloque el eje en los bienes comunes. La Encíclica se destaca por sus profundos fundamentos y por el respaldo estrictamente documentado con que cuenta toda la información allí volcada. Los datos y contenidos históricos, filosóficos, sociológicos, económicos, ecológicos, culturales y jurídicos ostentan una envidiable claridad conceptual que los torna prácticamente irrefutables. El volumen y la calidad de cada una de las enseñanzas que refleja el documento redundan en la imposibilidad de efectuar un repaso completo en estas sucintas palabras, de manera que selecciono a continuación -deliberadamente y a título ejemplificativo- algunas de las pautas basilares que desarrolla Francisco. El desafío urgente de proteger nuestra casa común reclama la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. No puede pretenderse construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos (parágrafo 13). Los problemas que afrontamos están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura (parágrafo 22). Un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres (parágrafo 49). Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia (parágrafo 53). El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y -por tanto- el derecho universal a su uso es una “regla de oro” del comportamiento social y el “primer principio de todo el ordenamiento ético-social”. La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó su función social (parágrafo 93). La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (parágrafo 111). La ecología integral es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Toda la sociedad -y en ella, de manera especial el Estado- tiene la obligación de defender y promover el bien común. La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras (parágrafos 156 y 159). La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación (parágrafo 178). Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno (parágrafo 181). El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente. Conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos (parágrafo 190). Tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo (parágrafo 191). Necesitamos una política que piense con visión amplia y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad (parágrafo 197). Luego de esta Encíclica, el Papa continuó luchando por la protección del ambiente a través de diferentes manifestaciones públicas, entre las cuales merece destacarse “Laudate Deum”, exhortación apostólica difundida el 4 de octubre de 2023. Este documento -que sigue la línea de “Laudato Sí”- concentra su atención en la crisis global generada por el cambio climático, al que califica como uno de los principales desafíos que enfrenta la comunidad global. Se denuncia además la falta de reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre. Veamos algunas ideas puntuales que emanan de “Laudate Deum”. Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes (parágrafo 5). Ya no se puede dudar del origen humano -“antrópico”- del cambio climático (parágrafo 11). No son ilimitados los recursos naturales que requiere la tecnología, pero el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio (parágrafo 22). En contra de este paradigma tecnocrático decimos que el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero “marco” donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque estamos incluidos en ella, somos parte de ella (parágrafo 25). Terminemos de una vez con las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, “verde”, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos. Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos. Por eso se requiere un acompañamiento de todos (parágrafo 58). El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios y consumir con prudencia va creando una nueva cultura. Este solo hecho de modificar los hábitos personales, familiares y comunitarios alimenta la preocupación frente a las responsabilidades incumplidas de los sectores políticos y la indignación ante el desinterés de los poderosos. Advirtamos entonces que, aun cuando esto no produce de inmediato un efecto muy notable desde el punto de vista cuantitativo, sí colabora para gestar grandes procesos de transformación que operan desde las profundidades de la sociedad (parágrafo 71). A modo de cierre de estas breves consideraciones, corresponde destacar una vez más la encomiable tarea que ha desplegado a lo largo de su vida -no solo durante su pontificado- quien falleció recientemente. Francisco ha logrado transmitir con sapiencia y firmeza sus conocimientos, convicciones y acciones en la totalidad de las complejas temáticas que abordó durante su tránsito por este planeta. Todo esto lo hizo manteniéndose siempre al margen de las mezquindades y egoísmos que son tan frecuentes en los ámbitos de poder, colocando sus fuerzas del lado de los que más necesitaron de su ayuda. Claro está que dichas características de su comportamiento le generaron críticas y hasta enemigos, lo cual no hizo más que engrandecer cada vez más su figura. Los aportes del Papa a la materia ambiental han ratificado su condición de líder mundial, no solo para la comunidad cristiana sino para todos los habitantes del planeta. En momentos complejos como los que atraviesan nuestras sociedades -plagadas de discursos y acciones sumamente peligrosos para la tutela y el progreso de los derechos fundamentales-, la visión y la prédica de Francisco quedarán por siempre como guía a seguir para aquellos que bregamos por comunidades mucho más justas, equitativas, solidarias, plurales, comprensivas, inclusivas, y preocupadas también por las generaciones que nos sucederán. Pablo Lorenzetti - Abogado (UNL). Especialista en Derecho Ambiental (UBA).
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