22/04/2025 07:41
22/04/2025 07:40
22/04/2025 07:39
22/04/2025 07:37
22/04/2025 07:36
22/04/2025 07:33
22/04/2025 07:32
22/04/2025 07:30
22/04/2025 07:30
22/04/2025 07:30
» Diario Cordoba
Fecha: 22/04/2025 03:25
Jorge Bergoglio murió la madrugada de ayer a los 88 años. El papa Francisco ha sido el primer pontífice nacido en Argentina, aunque de ascendencia italiana, y el primero que lo ha sido procedente de la orden de los jesuitas. La figura de Bergoglio se explica muy bien por los ataques furibundos que ha sufrido desde los sectores más inmovilistas del catolicismo y de la política internacional, pero también por el desconcierto del mundo progresista con el que coincidía en temas como el de la inmigración a pesar de no haber sido nunca un progre típico. El mandato de Bergoglio no se explica sin recordar las circunstancias de la renuncia de su antecesor, Benedicto XVI, tras conocerse las redes de impunidad que se tejieron en los años de Juan Pablo II para ocultar las denuncias de abusos sexuales en múltiples países contra miembros de la Iglesia. Ratzinger rompió con esos clanes amparados en una moral aparentemente ultraconservadora y exigió al conclave el análisis de los informes que denunciaban esas prácticas, además de otras de naturaleza económica, antes de votar. El resultado fue la elección de Bergoglio, el entonces cardenal de Buenos Aires que iba en metro sin tener ninguna veleidad revolucionaria, como lo demuestra su actitud en el tema de los desaparecidos durante la dictadura de aquel país. Y la sorpresa para muchos, de dentro y de fuera de la Iglesia católica, es que Francisco nunca dejó de ser Bergoglio. Abandonó los zapatos renacentistas, las habitaciones pontificias y las celebraciones de masas para calzar como la gente normal, vivir con el resto de cardenales en la residencia de Santa Marta y viajar más a los países no católicos del Sur del planeta que a los del Norte. Nunca visitó España ni siquiera cuando el Barça quiso llevarlo al palco del viejo Camp Nou para vibrar con su admirado Messi. Fue implacable con las denuncias por abusos e impuso la tolerancia cero que algunos episcopados, como el español, tardaron en entender que iba en serio. En eso ha sido implacable igual que con la corrupción económica. El agotamiento en esa lucha le ha impedido realizar reformas de calado más allá de promover un trato humano con gays y transexuales y dejar entreabierta a la reconsideración de la prohibición del divorcio o al menos a su desjudicialización eclesiástica. Con todo, ha plantado algunas semillas que habrá que ver cómo fructifican en la figura de su sucesor. Sin abrir la puerta al sacerdocio femenino, ha exprimido hasta el límite las posibilidades de incorporar a la mujer en el gobierno de la Iglesia, nombrando a la primera responsable de un dicasterio o designando a muchas mujeres como miembros del Sínodo. Ha primado a la periferia frente a Europa y Estados Unidos en el nombramiento de cardenales de manera que la mayoría de electores serán de su cosecha. Y ha introducido el concepto de Iglesia «sinodal», uno de los avances del Concilio Vaticano II que ninguno de sus antecesores había desarrollado y que introduce elementos de participación de todas las instancias eclesiales que pueden acabar teniendo un fuerte impacto en la organización y la doctrina de la Iglesia católica. En resumen, Francisco ha sido un Papa contracultural, que ha liberado definitivamente al papado de los últimos atributos aristocráticos que le quedaban, ha sido vilipendiado por algunos conservadores por su acción implacable contra los abusos sexuales, ha sido tachado de miedoso por los que quieren adaptar la Iglesia al catecismo progre y se ha escapado de la polarización contemporánea. Sin la espectacularidad de Juan Pablo II y sin la ortodoxia de Benedicto XVI, Bergoglio podría acabar dejando una huella más profunda.
Ver noticia original