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  • El origen de la Comunidad Homosexual Argentina, un nacimiento a “contramano” de la moralidad en el sótano de un boliche

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 21/04/2025 04:38

    La Comunidad Homosexual Argentina (CHA) participó de las marchas contra las leyes de punto final y obediencia debida y junto a la jubilada Norma Plá El 16 de abril de 1984 se creó la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), en el sótano del boliche “Contramano”, en Santa Fé y Rodríguez Peña. El impulsor fue Carlos Jáuregui y su principal objetivo era luchar contra la represión policial. En la Ciudad de Buenos Aires existían los edictos policiales y, en otros lugares, códigos de faltas. Se derogaron en 1996, para que la policía no pueda llevar presos a las personas que no encajaban en las normas del deber ser de un hombre y una mujer. Los edictos policiales permitían perseguir a trans, travestis, gays y lesbianas, con la excusa de castigar la “ebriedad, vagancia, mendicidad, desórdenes y prostitución” que estaban regulados por el artículo 2° “F”. También se penaba a las “personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieran al acto carnal”, en el artículo 2° “H”. Con la excusa de la “averiguación de antecedentes” salirse de la norma podía implicar entrar en el calabozo. A pocos meses del regreso a la democracia, el 10 de diciembre de 1983, se formó la organización. “La CHA se funda porque en el verano, luego de la asunción de Raúl Alfonsín, siguió vigente la represión y hubo una gran razzia en un boliche de Balvanera. La brigada de moralidad se llevó presos a casi doscientas personas. Sus dueños se exiliaron y un grupo de personas autoconvocadas se reunieron en Contramano, que era un lugar que había abierto recientemente y que su dueño, José Luis Delfino, cedió para pensar que hacer frente a las detenciones arbitrarias de la policía. Había diferentes posiciones y personas: gente que tenía conciencia política y venía del Frente de Liberación Homosexual (FLH), gente que venía del exilio, gente quería estar bailando en un lugar y que la policía no lo molestara”, rememora Gustavo Pecoraro, escritor, activista LGTBIQ+ y de la respuesta al vih. Él, además fue el convocante a la primera Marcha del Orgullo en la Argentina, en 1992. “Putos Unidos” fue el nombre que propuso Carlos Jáuregui, un profesor de historia que venía de transitar por experiencias en Francia y Nueva York. Pero la propuesta de Jáuregui no prosperó. “Era muy revolucionario y disidente en ese momento”, enmarca Pecoraro. En cambio, quedó el título de Comunidad Homosexual Argentina (CHA). La asamblea bolichera eligió a Jáuregui de Presidente y Alejandro Salazar de Vicepresidente. Eran cien personas en la asamblea pero solo catorce dieron sus nombres para formar una organización legal: Jáuregui, Selmar Acevedo, Héctor Pérez y algunos más. El primer objetivo fue juntar dinero para sacar una solicitada en el diario Clarín con el título “Con represión y discriminación no hay democracia”. La Comunidad Homosexual Argentina (CHA) peleó por la personería jurídica, por la sexualidad como un derecho humano y contra los edictos policiales Pecoraro subraya: “La democracia se había olvidado de nosotros”. Por eso “la organización nació con un espíritu combativo”. Pecoraro sintió que la CHA era un espacio indispensable de militancia y, en el invierno de 1984, entró con su grupo “Alternativa Socialista por la Liberación Sexual” a militar en la comisión directiva. “El objetivo era que nos dejaran de perseguir y arrestar y que la gente gay, como nos nombrábamos en esos años, pudiera vivir en libertad”, resaltó. “Hay nombres que la gente nunca va a conocer pero que están en nuestro recuerdo e hicieron que la CHA se moviera”, destacó. Él se fue, junto a otros, cuando la CHA tomó una deriva conservadora. Un hito en el trabajo de la CHA fue la campaña “Stop Sida”. “En el 84´, cuando nació la CHA, estábamos a merced de la policía y, en el 85´y 86´empezamos a estar a merced del sida y del vih que significó la masacre de mucha vanguardia militante extraordinaria de la CHA. Hay decenas de compañeros anónimos que construyeron esa organización y que enfrentaron al Estado y la represión”, enmarca Pecoraro. “No se valora esa militancia de los ochenta cuando estábamos solos, sin apoyo económico, ni político, ni de nuestros pares y, aún así, pensamos que era importante seguir militando en una organización imperfecta pero esperanzadora para el futuro del colectivo LGTBQ+ cuando no había ni financiamiento, no se podía hacer trabajo parlamentario ni hablar con el Estado”. Flavio Rapisardi, docente universitario y militante LGBT fue vicepresidente de la CHA, pero tuvo que esperar a cumplir 18 años para empezar a militar. A los 17 podían endilgar la figura de “corrupción de menores” a pesar que ya militaba en la Juventud Peronista de Secundarios, de Avellaneda y en la organización “El taller de el barrio”. Ingresó a un grupo de reflexión, con Ángel Bruno de coordinador, que veía, en los años ochenta, quién recibía violencia de parte de sus padres y madres, quién iba a militar y quién iba a buscar novio. Después de seis meses algunos iban a hacer terapia, otros se iban y otros seguían. “Yo encontré un novio y me quedé militando”, cuenta Flavio. "El ejercicio de la sexualidad es un derecho humano" era una de las consignas centrales de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) La CHA era un grupo de interés, en donde cada asociado/a tenía su número y se votaba la comisión directiva, con presidente, vicepresidente y vocales. Flavio formó el nexo universitario de la CHA, que empezó a trabajar con los centros de estudiantes, mientras también se creó un grupo de mujeres. En ese momento fueron a una Marcha de la Resistencia, con Eduardo Antonetti, que ya falleció, con la bandera de la CHA, aunque tenían 10 metros adelante libres y 10 metros atrás de puro espacio porque “nadie se quería confundir”. La calle no estaba acostumbrada a sus banderas y la lucha gay tampoco a que ellos llevaran otras consignas más allá de su pertenencia. Por eso, se produjo un quiebre cuando sintieron que los habían dejado solos. El Presidente en ese momento, Alejandro Salazar, llamó a elecciones y Flavio ganó como vocal. Rapisardi propuso articular con los organismos Madres y Abuelas de Plaza de Mayo para reivindicar el libre ejercicio de la sexualidad como un derecho humano. Rescata que Laura Bonaparte, Tati Almeyda, Cata Guagnini y María Adela Gard de Antokoletz tenían buena onda, aunque Hebe de Bonafini no quería saber nada. Además empezaron a participar en la organización de la marcha “No al indulto” que se reunía en la sede de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en la que estaban Alfredo Bravo y Graciela Fernández Meijide, en contra del retroceso en la justicia en los delitos de lesa humanidad que había establecido el ex Presidente Carlos Menem, en 1990. “Era muy gracioso porque nosotros íbamos por la CHA y te dabas cuenta como te miraban”, recuerda. Pero además llevaron la consigna “Los edictos policiales son la continuidad de la dictadura”. No los dejaron estar entre los organismos convocantes a charlas por las universidades y el enojo los llevó a cambiar la estrategia. Por otro lado, el auge del neoliberalismo influyó en visibilizar algunas cuestiones de género e invisibilizar algunos conflictos sociales. “Nos la pasábamos en el programa de Mariano Grondona que era un conservador, pero prefería hablar de estos temas y no del país que se estaba destruyendo”, recuerda Flavio que, en ese momento, estaba de novio con Carlos Jauregui. Un hito en el trabajo de la CHA fue la campaña “Stop Sida” y la lucha contra el vih Jauregui se fue de la CHA, en 1988, y crearon otra organización: Gays por los Derechos Civiles. En ese momento, hasta la quinta marcha del orgullo, la CHA no adhirió porque argumentaban que el orgullo gay no tenía sentido ya que no había orgullo heterosexual. En ese contexto, Carlos Jáuregui dijo “El orgullo es una respuesta a la vergüenza”. Hay organizaciones y grupos que surgen en ese contexto: Cuadernos de Existencia Lesbiana, Las Lunas y las Otras, la CHA, Travestis Unidas (fundada en 1992 por Kenny de Michelis). “Aparecen las identidades como agenciamiento de conflicto”, contextualiza Rapisardi y profundiza: “También formamos el Colectivo Eros, de universitarios, que terminó generando el área queer en la Universidad de Buenos Aires (UBA)”. “La CHA se disuelve por un tiempo. Pero Alejandro Salazar llama a César Ciglutti para ofrecerle la personería jurídica, que pasa a ser Presidente, y la refundamos y yo paso a ser Vicepresidente. Empezamos a militar con la marcha del orgullo”, recuenta Rapisardi. La agenda empezó a estar centrada contra los edictos policiales y la represión hacía las trans. “Hacíamos patrullajes civiles en la zona roja y nos enfrentábamos a la policía, fiscalizábamos para evitar encarcelamientos”, describe. Con el tiempo se creó la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FLGBT), pero la CHA no se sumó. El Estado tomó muchas demandas en el Plan Contra la Discriminación impulsado por la Alta Comisionada de Naciones Unidas Mary Robinson. “La importancia de la CHA es que fue un modo de exploración de como establecer una agenda de derechos de la diferencia sexo genérica en Argentina”, valoriza Rapisardi. “Ahora hay un desmantelamiento total y no hay una reacción acorde. Tengo esperanza en la generación nueva, pero me preocupa que crean que lo que tienen está dado y no va a ir para atrás”, advierte. Por su parte, el abogado y escritor José Luis Pizzi considera a Carlos Jáuregui y a César Ciglutti hermanos de la vida. Ahora vive en Alemania donde coordina “Salón Berlinés”, un espacio literario donde da lugar a autoras/es en idioma español o alemán que van de paso o son residentes. Empezó a trabajar, justo, el día del amigo, el 20 de julio de 1992, en Gays por los Derechos Civiles y en la CHA hasta el 2001 que se fue de Argentina. En el diario “Crónica” lo adjetivaban el “abogado de los putos” y le sacaban fotos marchando con su hija Lucía a caballito. Jáuregui sobrevivió a su muerte -20 de agosto de 1996- como un icono. Y como un amigo inolvidable. Con César Ciglutti dieron batallas legales y festejaron años nuevos, entre risas y tribunales. César ejerció la presidencia de la CHA hasta su muerte el 31 de agosto del 2020. “La personería jurídica llegó en 1992. Un fallo de la Corte Suprema decía que una organización no podía promover el bien común si promovía la homosexualidad que era un tercer género híbrido”, rememoró Mónica Santino. Ella fue presidenta de la CHA, jugadora de futbol y, actualmente, es integrante de La Nuestra Futbol Feminista, de la Villa 31. Entró a la CHA en 1989, con más preguntas que respuestas, y con mucho miedo, a una sede en Viamonte y Rodríguez Peña. La dirección había sido publicada en la revista Eroticón y se la compartió una compañera de trabajo. “Yo creía que era la única lesbiana habitante de este mundo”, recuerda. Y remarca: “Creía que no había más mujeres como yo”. Le abrió la puerta Teresa de Rito que había sido fundadora y sindicalista. En ese momento había tensiones entre mujeres lesbianas y varones gays. La discusión era si se tenían que llamar mujeres homosexuales o mujeres lesbianas. “Lo pienso en retrospectiva y es increíble”, contextualiza Santino. Empezó con un grupo de reflexión y siguió militando. Su primera función fue abrir la puerta como se la habían abierto a ella, después condujo un espacio de reflexión y, en noviembre de 1990, participó con Rosa Delgado (que después fue secretaria de la CHA), en el V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en San Bernardo, Argentina. Peleó contra los edictos policiales, llevó registro de las detenciones de la división policial moralidad que cazaba homosexuales para llenar calabozos, acompañó la lucha contra las leyes de obediencia debida y de punto final, sufrió represión (una fractura en la mano) en una de las las marchas de los jubilados, que convocaba Norma Plá, participó de encuentros de mujeres y diversidades y militó por ver la sexualidad como un derecho humano. La etapa de la militancia en la CHA terminó en 1996 cuando se derogaron los edictos policiales y se volcó completamente al fútbol feminista. Una historia que, además del closet, salió del sótano. Y a contramano.

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