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» Diario Cordoba
Fecha: 21/04/2025 01:44
El día no pintaba bien. Había sufrido una noche dramática. A todos nos llega alguna tarde o temprano, no hay nada que hacer. Las ventanas estaban cerradas, vivo en un cuarto piso; aun así, no conseguí evitar su asalto. Sin avisar, la tragedia irrumpió en mi dormitorio a las dos de la mañana: de súbito, sin educación ninguna, el zumbido de un mosquito estalló en mi oreja. Encendí la luz, intenté neutralizar al enemigo, pero me esforcé en vano. Al final, acribillado, vencido, terminé arrastrando los pies hasta el salón. No existe una vida sin desdicha. Conviene asumirlo deportivamente. A pesar del varapalo nocturno, aposté por afrontar el día con dignidad. Postergué con diligencia todo lo que pude, acometí con oficio lo inaplazable y, después de comer, descansé un rato; leí el nuevo poemario de Pablo García Casado, elegante y mordaz, y de esta forma recuperé la energía necesaria para emprender la remontada por la tarde. En La Corredera me encontré con un amigo con grandes capacidades predictivas, lo que nos permitió resguardarnos bajo un soportal justo antes de que a los demás les sorprendiera el chaparrón. Tras la primera cerveza, nos mudamos a una taberna. Era martes, pero Córdoba estaba muy viva. Todo el mundo caminaba con determinación. Los adolescentes escupían cáscaras de pipas sin parar y buscaban con la mirada, como tigres acorralados, posibles amores o enemigos. En la calle Lineros, mucha gente esperaba sentada en las aceras. Sorteamos la multitud y, como una rima facilona, como una casualidad inverosímil, fuimos a parar a la taberna Los mosquitos. El ambiente era de festín posterior a una batalla. Los camareros culebreaban con maña entre los comensales, con su gracia seria y desconcertante. La viga que hay en mitad del local, que rezuma riesgo y milagro, siempre me mira de reojo. Encontramos un hueco en la barra y pedimos fino y jamón. Entonces ya tuve claro que había conseguido revertir mi suerte. Pero encima esta se redobló: de pronto, el sonido de los tambores inundó el local; con marchas de Semana Santa épicas, premonitorias, ya daba igual lo que nos contásemos. A veces la forma descarga de responsabilidad al fondo. Terminamos en el Limbo. Dicen que la ciudad está estancada, pero a mí no me lo parece. Quizá me relacione con personas que no responden a la idiosincrasia del lugar. Allí, entre copas, nos contamos nuestros planes. Mi amigo, como un druida con buena apariencia, me dio pistas sobre un futuro que encaramos con ambición pero sin ansia. Aquella noche no se atrevieron conmigo los mosquitos. *Escritor
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