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» Diario Cordoba
Fecha: 18/04/2025 13:18
Un grifo, goteando. / EP Al poco de llegar a mi lugar de vacaciones, comencé a escuchar dentro de mi cabeza el ruido de un grifo abierto. No hablo de un goteo más o menos rítmico, sino de uno de esos chorros que golpean con fuerza el fondo del lavabo o la pila. Lo escuchaba mientras intentaba leer el libro que había elegido para esos pocos días de descanso y mientras cenaba con la familia o los amigos, pero también en medio de la noche: a eso de las tres o las cuatro de la madrugada abría los ojos y ahí estaba el chorro desperdiciando agua a todo tren. Significaba que lo “oía” también con los ojos en una suerte de sinestesia que me impedía retomar el sueño. Pensé que, al salir con prisas de mi casa de Madrid, me había dejado abierto el de la cocina, que era el último que recordaba haber utilizado. Sonaba como era habitual en él: igual que una idea reprimida. Eso era lo que pensaba cada vez que lo utilizaba, asombrado ante su caudal: que se expresaba de modo tempestuoso, como el agua que logra abrir un boquete en el muro de una presa. Me daba envidia porque llevaba años intentando provocar en mi conciencia un agujero a través del cual liberar, sin corsé alguno, mi escritura. Y bien, dado que el sonido se producía dentro de mi mente, se me ocurrió que, si lograba entrar en ella, en mi mente, y localizar la hemorragia, podría detenerla y resolver de este modo el problema a distancia. ¿Pero cómo entrar en la mente? No es fácil ni siquiera para una persona que ha practicado, como yo, la meditación trascendental. Lo logré no obstante gracias a uno de esos estados de semiinconsciencia que se alcanzan a la hora de la siesta, tras una comida copiosa, regada con abundante vino. Había en mi mente pasillos, recuerdos con goteras, pensamientos llenos de humedad. Me guiaba a través de laberinto por el ruido del agua. Resultó que el grifo abierto se encontraba en el lavadero de la casa de mi infancia, junto a un cubo de carbón. Estaba alto para mi estatura, pero conseguí auparme y lo cerré. Abrí entonces los ojos y permanecí atento a lo que sucedía en mi interior: el ruido había cesado. El grifo abierto, en fin, era el de un lavadero de mi infancia. ¿Pero qué ocurría entonces con el de Madrid?
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