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  • Sacerdote católico: una vocación vigente

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/04/2025 04:41

    El sacerdocio es una vocación, un llamado a ser alguien, para luego hacer (Freepik) Llamados a ser En noviembre de 2011 la revista Forbes publicó un estudio de la Universidad de Chicago en el cual el sacerdocio era considerado “el empleo más feliz del mundo”. Tal vez esto sea así porque, precisamente, el sacerdocio es algo mucho más misterioso y fascinante que un trabajo: es una vocación. Es difícil apreciar el sentido y el valor de una vocación en una sociedad en la que, al decir del filósofo Byung Chul Han, la persona se explota a sí misma para lograr el máximo rendimiento de productividad. Aristóteles decía que las mejores actividades son aquellas que no están al servicio de otra cosa. Las llamaba actividades inútiles, es decir, no son útiles para otra cosa, sino que tienen valor por sí mismas. La pregunta ¿para qué sirve? atenta permanentemente contra estas actividades. Para qué sirve tirarme en el suelo a jugar con mi hijo, tomar unos mates con mi abuela o comer un asado con amigos… No sirve para nada, sino que vale inmensamente en sí mismo. De este modo, las acciones que tienen que ver con el juego, la amistad, la oración, la familia, el arte y el deporte son más importantes que limpiar la casa, ganar dinero, afeitarse, depilarse, salir de shopping, comprar por Mercado Libre, tener un desayuno de trabajo o un brunch empresarial. Las acciones inútiles tienen más que ver con el ser que con el hacer. Nos revelan la dignidad de lo que somos, más que nuestras capacidades de producción y rendimiento. Y las vocaciones tienen que ver con estas actividades. La vocación nos revela aquello que estamos llamados a ser. Por eso, las vocaciones miran más al ser y las profesiones más al hacer, aunque más de una vez pueden entremezclarse bastante. Llamados para ser al modo de Jesús Si el sacerdocio es una vocación, tiene que ver más con un llamado a ser alguien, para –secundariamente– hacer algo. El sacerdote no es solamente el que administra los sacramentos o gestiona los ritos de la Iglesia católica. El sacerdote está llamado a ser pastor al modo de Jesús Buen Pastor. Como dice el Evangelio de Juan, “el Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). El sacerdote está llamado a dar la vida para comunicar vida según el estilo de Jesucristo. Comunicar vida en abundancia, la vida de Dios, en definitiva, a Jesucristo mismo, que es la Vida. Así, cuando el sacerdote es reducido a algo que hace, se desdibuja el sentido de su vocación. Por el contrario, cuando la razón de ser da el tono existencial al sacerdocio, el sacerdote no deja de comunicar vida. Ya sea que celebre los sacramentos, esté de misionero en el Amazonas, enseñe en Puerto Madero, viva en la Villa 31, tenga la tarea de capellán de un colegio de barrio, de un hospital o una cárcel, incluso estando internado en un hogar geriátrico; sea párroco o monje, joven o anciano, con muchos o pocos talentos en diversos modos y grados, estará siendo signo vivo de la presencia de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir. Desde esta experiencia, la presencia del sacerdote nos recuerda que Dios está entre nosotros, que no nos deja solos y que quiere hacerse cercano. En el misterio de su elección nos revela a todos los hombres que hemos sido elegidos para ser hijos de Dios. Se trata de un camino de formación personal según el corazón de Cristo que ha comenzado en el Bautismo, se intensifica en el tiempo de formación específica para el sacerdocio, que la Iglesia llama “seminario”, y se prolonga durante toda la vida. Porque en todas las vocaciones, la formación es permanente. Así como siempre se está aprendiendo a ser padre, también siempre se está aprendiendo a ser sacerdote. Se trata de dejarse modelar el corazón para que con el pasar del tiempo florezcan en la persona de aquel que ha sentido el llamado al sacerdocio una participada semejanza a Cristo en su sabiduría, en su profundidad espiritual, en su paternal valentía y en su libre ternura, que no son otra cosa que la expresión de su amor, aquel que los cristianos llamamos caridad. Ordenación de sacerdotes en El Vaticano Jóvenes argentinos llamados para el sacerdocio Durante el 2024 la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR) en colaboración con un grupo de sociólogos de la Universidad Católica Argentina realizó una encuesta a unos casi 500 jóvenes de nuestro país que han elegido formarse para ser sacerdotes en la Iglesia católica. Si bien los resultados señalan un fuerte descenso de número de vocaciones sacerdotales en los últimos años, el deseo de ser sacerdote sigue siendo una realidad que interpela a los jóvenes de fe. Según los datos de la encuesta, el promedio de la edad de ingreso al seminario es de 23 años, previamente en su mayoría han tenido vida universitaria y laboral. Casi la mitad de los seminaristas no asistieron a una institución educativa religiosa, y los que lo hicieron fue mayormente en el secundario; ellos expresan que la escuela católica no influyó directamente en su discernimiento vocacional. La mayoría señala la pertenencia a la comunidad de fe (parroquia, movimiento, grupo juvenil), su protagonismo en el servicio a los demás y el testimonio cercano de una figura sacerdotal como la experiencia decisiva del despertar vocacional. En lo que se refiere a sus familias, el mayor porcentaje de los seminaristas señala pertenecer a familias de clase media (90%), practicantes en la fe (30%) o muy cercanos a la vida religiosa (40%), y con varios hermanos. Un dato interesante es el que concierne a la transmisión de la fe en su vida personal. El 74% señala que ha sido su madre en primera instancia la que lo ha vinculado con el mundo religioso y, en segundo lugar, ha sido su abuela o su abuelo. Todos estos datos son herramientas para mirar la realidad, discernir y proponer caminos. Ahora bien, más allá de los números, de acuerdo con lo que plantea Amadeo Cencini en su libro ¿Ha cambiado algo la Iglesia después de los escándalos sexuales?, creemos que el desafío central de la Iglesia en los tiempos actuales no se define tanto en la cantidad de sacerdotes, sino en su calidad. Y aquí la conciencia vocacional nos invita a recordar no tanto lo que hacemos, sino lo que somos o estamos llamados a ser. Y este desafío es toda la comunidad cristiana. Así lo expresaba con particular claridad el beato cardenal Eduardo Pironio: “Hemos de afrontar esta hora sacerdotal con realismo, con serenidad y esperanza. El problema no es exclusivo de los sacerdotes. Ni siquiera es primordial de ellos. Fundamentalmente es de todo el pueblo de Dios. Cuando hablamos de crisis sacerdotales, hemos de plantearnos antes las crisis mismas de la comunidad cristiana. El sacerdote es con frecuencia signo y fruto de esa crisis. Hemos de preguntarnos qué está haciendo el pueblo de Dios –verdaderamente válido y esencial– para ayudar al sacerdote a superar sus problemas. ¿Simplemente reza? ¡Si al menos lo hiciéramos bien! Pero ¿no hay toda una responsabilidad activa de la comunidad cristiana frente a sus pastores? ¿No ocurre a veces que los cristianos monopolizan al sacerdote para el servicio exclusivo de su salvación? ¿No lo dejan con frecuencia en peligrosa soledad porque el sacerdote vive de lo sobrenatural y lo invisible? ¿O tal vez no le contagian fácilmente su propia superficialidad o mundanismo? ¿No son a veces los cristianos los principales responsables de la sensación de fracaso, desubicación o inutilidad de los sacerdotes?” Para terminar, creemos que es bueno considerar un dato importante de la encuesta, y es que ante la pregunta sobre la experiencia en el camino formativo para el sacerdocio, la palabra más repetida por los seminaristas ha sido “felicidad”. Lo misterioso y hermoso de todo esto es que en un contexto social de individualismo, consumismo excesivo, falta de silencio y agresivo secularismo, el Señor Jesús sigue llamando a los jóvenes al sacerdocio y ellos siguen diciendo que sí.

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