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  • Los almuerzos del domingo de Pascua en las colonias de antaño

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 16/04/2025 21:52

    Los almuerzos de Pascua eran motivo de celebración y reencuentro familiar, ya que para esa fecha llegaban hijos y familiares no solamente desde distintos puntos de la región sino del país. Pascua y Kerb, eran las dos únicas épocas del año en que toda la familia se reencontraba y se reunía en torno a la mesa paterna. Era común que se compartieran camas, que se durmiera en el piso, incluso en la cocina, debajo de la mesa. Hay que tener presente que todas las familias tenían más de media docena de hijos y que los ancianos padres vivían al cuidado de sus hijos hasta el último instante de sus días. También podían compartir techo, alguna tía o tío soltero o viudo. Nadie quedaba sin protección. Era considerado una herejía recluir a un anciano, padre o abuelo, en un geriátrico. Los almuerzos de Pascua, tras haber asistido todos a misa para celebrar la resurrección de Jesús y la bendición del agua bendita, eran un momento de fiesta, de mesas largas y de alegría. El plato típico, que se cocinaba en el horno de barro o en la cocina a leña, era el lechón al horno con papas y el tradicional Füllsen. Los que no podían acceder al lechón, lo reemplazaban por carne de cordero. Y los que tampoco tenían posibilidades para este manjar, horneaban la habitual carne roja vacuna. Y los más humildes, que siempre los hubo, cocinaban abundantes y sabrosas comidas tradicionales, elaboradas a base de harina, como los Maultasche o los Wickelnudel. Pero en ninguna casa dejaba de haber fiesta. La comida no era un problema. Las comodidades y las camas tampoco. Se dormía donde se podía y se comía lo que había. Además, todos colaboraban. Todas las visitas traían algo. Nadie llegaba con las manos vacías. Absolutamente nadie. Aun la persona más humilde aportaba algún alimento. Lo importante era estar en familia, juntos, reunidos y unidos bajo el mismo techo. Porque nadie sabía con certeza cuándo volverían a reencontrarse todos otra vez. Después del almuerzo, a la hora de la sobremesa, surgía algún acordeón, y era momento de cantar las inmemoriales canciones traídas del Volga, y entonces, se reía, se lloraba, muchas veces se bailaba. Todos querían hablar y contar lo que habían vivido desde la última vez que se habían visto. Generalmente pasaban seis meses, un año o más, entre un encuentro y otro. Porque en aquellos tiempos no era sencillo viajar y desplazarse de una localidad a otra. Buenos Aires quedaba muy pero muy lejos, y viajar era casi un lujo inaccesible para la economía de la mayoría. Muchos ahorraban durante meses, y en algunas ocasiones, durante más de un año, para poder retornar a la colonia y volver a ver a sus padres. Por eso el almuerzo de Pascua tenía tanta relevancia en el universo cotidiano de los alemanes del Volga. Porque era la fiesta para celebrar la resurrección de Jesús, pero también la fiesta del reencuentro familiar. Y para muchos de nosotros, todavía lo sigue siendo en la actualidad. Porque forma parte insoslayable de nuestra identidad.

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