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  • El arte de la ignorancia

    » Diario Cordoba

    Fecha: 16/04/2025 16:58

    José María Aznar, Mario Vargas Llosa y Mariano Rajoy con José Manuel García-Margallo y los expresidentes de Colombia y Chile, Andrés Pastrana y Sebastián Piñera, en un acto en Madrid en 2016. / EFE La anécdota es apócrifa, pero en el contexto político de la España de finales de los años 90 del siglo pasado resultó totalmente verosímil. Esperanza Aguirre venía de confesar en un programa de radio que no sabía quién era Santiago Segura, en ese momento con mucha presencia en los medios por su papel en El día de la bestia, de Álex de la Iglesia (catorce nominaciones, seis Premios Goya en 1996). "Fue como si hubiera dicho que no sabía quién era Cervantes", recordó la expresidenta madrileña en su biografía. Luego nació la leyenda de Esperanza Aguirre y Saramago. Era época de mitos y falsas leyendas, como la de Ricky Martin y la mermelada, que hoy no toca. Pregunten a un boomer. Siendo ministra de Cultura con José María Aznar, cuentan que un periodista le preguntó a Aguirre por el Nobel de Literatura de José Saramago en 1998. "No conozco a Sara Mago", dicen que dijo. Sara de nombre, Mago su apellido. Sin serlo, aquello corrió como cierto porque en aquella España que llevaba siglos de cainismo entraba dentro de lo posible. Y no ha cambiado mucho. Hoy no habría cámara de televisión, vídeo en redes sociales o clickbait de X que no hubiera registrado semejante patraña de haber sido verídica. No perdamos la esperanza. Algún usuario con conocimientos de inteligencia artificial recreará tarde o temprano la anécdota espuria en versión televisiva de 24 pulgadas con formato 4:3 para hacerla pasar por veraz. Lo de Ricky Martin debe de andar en remojo. Pregunten. Las redes sociales, las que representan el infierno y las del cielo azul que pronto han tornado en purgatorio, han recibido la muerte de Mario Vargas Llosa de manera dispar. De forma laudatoria la mayoría, y no pocas con la adversativa de por medio. "Era un gigante de las letras, pero"; "nos deja un escritor colosal, pero", construcción gramatical de uso acostumbrado en oraciones como "no soy racista, pero" o "no soy machista, pero". Échense a temblar cuando escuchen un pero. En el caso del hispoanoperuano, el pero consistía en el conservadurismo neoliberal del escritor cuajado de imágenes tomadas junto a Aznar, Rajoy o la exministra que nunca dijo que no conocía a Sara Mago. La trayectoria de Vargas Llosa reducida a simple facha de encargo. Como si André Gide, John Dos Passos o el propio Cervantes vinieran de militar en la FAI. El peruano dejó escrito aquel interrogante de ¿En qué momento se ha jodido el Perú?, que se emplea a menudo para preguntarnos por el origen de tantas cosas. ¿En qué momento dejamos que la ignorancia se colara en el centro del debate? Mucho antes de lo de Esperanza Aguirre y Santiago Segura, por cierto. El portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, admitió recientemente en un coloquio que se encuentra "desconectado" de los libros. Incapaz de citar un título de lectura reciente, reconoció que "ni acumulo libros en la mesilla porque es una renuncia absoluta en estos momentos". Curiosa admisión para quien vive de las palabras. La mesa redonda, es bueno decirlo, se titulaba Letras. El Ayuntamiento de Madrid quiere bautizar una sala de ensayo del barrio de Chamberí con el nombre de Mario Vaquerizo. Ante la polémica desatada —ni Vaquerizo es una referencia musical para nadie ni Chamberí es el barrio donde vive—, el alcalde de la capital, José Luis Martínez Almeida, ha argumentado que el marido de Alaska "ejemplifica muy bien lo que fue por ejemplo la Movida de Madrid". La mujer de Vaquerizo ya guitarreaba en 1978 con Kaka de Luxe, aunque su pareja tenía entonces cuatro años. El nacimiento oficial de la Movida, bien si se cuenta el homenaje en 1980 al fallecido batería de Los Secretos o el Concierto de Primavera de 1981, le cogió a Vaquerizo con seis o siete añitos, bendito sea. Para cuando el movimiento acabó, pongamos en el 83 o el 84 —lo sucesivo ya era fuego amigo—, es improbable que Vaquerizo frecuentara el Rock-Ola o El Sol o el Marquee o la Escuela de Caminos o el Colegio Mayor Mendel, o antes la Casa Costus, ni siquiera los más tardíos Splass o Voltereta. Las calles mojadas le vieron crecer, no así los templos de la Movida madrileña. Según las hemerotecas, Alaska y Mario se conocieron en 1999. Almeida parece sufrir ese síndrome del paso del tiempo que ataca a los que andan a punto de cumplir el medio siglo: cualquier cosa de hace 40 años ocurrió hace 20. Ignoro si el alcalde de Madrid habrá leído a Pérez Galdós. Nadie debería concurrir a tal puesto sin haberse asomado alguna vez a las páginas del insigne canario. Lo mismo vale para un portavoz en el Congreso, sea del partido que sea, o para quienes ponen peros a la obra de un artista (a la obra, debe insistirse) y la acompañan de imágenes junto a tal o cual ideología. Asomarse a Galdós o a cualquier otro, pero a Galdós. La miseria mayor es la ignorancia, dejó escrito.

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