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  • Con Thatcher y contra Trump: Vargas Llosa y un pensamiento difícil de encasillar

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/04/2025 08:32

    Vargas Llosa, pasión política. (Andina) Cuando le preguntaron, Mario Vargas Llosa dijo que, en gran medida, la responsable de su viraje ideológico fue Margaret Thatcher. Sin anestesia lo dijo: “Para mí fue importantísimo lo que significó en Gran Bretaña el gobierno de Margaret Thatcher”. Era una entrevista con Jorge Lanata en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2018. El periodista quiso saber cómo ese escritor que venía del comunismo se había convertido en ese ultraliberal que tenía enfrente. El peruano habló de Fidel pero, sobre todo, de la Inglaterra de Thatcher: “Era un país adormecido por las reformas laboristas y el espíritu emprendedor de la revolución industrial se había apagado. Ciertamente había libertad pero parecía un país muerto en vida. Thatcher infundió en la sociedad británica el espíritu empresarial, obligando a las empresas a competir en ese sistema frío pero eficaz que es el libre mercado, eliminando a las empresas que no funcionaban y premiando a las que sí. E inundó otra vez al país con cultura democrática”. Ese es el hombre. Había apoyado la Revolución cubana, había puesto su corazón en el socialismo. Pero pasaron cosas: “Cuando era joven era difícil no pensar que el socialismo iba a ser la solución al gravísimo problema de opresión y pobreza que sufría Perú”, contó esa vez. Pero, después, vio en Cuba la creacíón de “Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAPs), adonde fueron a parar intelectuales disidentes y homosexuales”. Y también el arresto del escritor disidente Heberto Padilla. Se fue corriendo de posición. Y luego, Thatcher. Con el tiempo, se había corrido tanto que solía agitar el fantasma del “populismo”. En la Argentina fue durísimo contra el peronismo: “Argentina es rehén de un grupo de autoritarios encabezados por Cristina Kirchner”, opinó, por ejemplo. Para España también tenía:“¿Conoce usted a algún liberal español?”, dijo, cuando le hablaron de Rajoy. No, no era fácil encontrar liberales tan liberales como ese en el que él se había convertido. Pero, ojo, un liberal que toma distancia de la derecha conservadora. Se lo dijo claro a Mauricio Macri, que en ese momento era el presidente argentino, en Madrid, en 2017: “Yo crecí en un mundo donde la gran división era entre los que apoyaban los golpes militares, por un lado, y por otro la revolución. Una izquierda que no creía en la democracia, creía en la revolución, el socialismo. Ha habido un desencanto de la derecha que creía en golpes militares y la izquierda que ha tenido fracasos enormes. Eso le dio una chance a la democracia muy grande. Ya el conflicto en América latina no es entre golpes militares o revolución mesiánica sino entre las democracias débiles con corrupción que socavan el proceso democratizado”. Mario Vargas Llosa con Mauricio Macri. Mario Vargas Llosa tenía posiciones que podían sorprender. Defendía la legalidad del aborto -”Es la madre la que debe decidir si quiere o no tener un hijo”-, y también estaba a favor de la legalización de las drogas -”Legalizar la droga es la única forma de acabar con el narcotráfico”. En 2019 la capitana de barco alemana Carola Rackete rescató a 40 inmigrantes que andaban a la deriva por el Mediterráneo y los llevó a Italia. ¿Aplaudieron su gesto humanitario? No, el gobierno italiano la metió presa y la declaró “peligrosa para la seguridad nacional”. Y Vargas Llosa saltó contra Matteo Salvini, que era el hombre fuerte del gobierno italiano. “Cuando las leyes, como las que invoca Matteo Salvini, son irracionales e inhumanas, es un deber moral desacatarlas, como hizo Carola Rackete”, escribió. Es que, además, estaba a favor de la inmigración porque, decía, si los europeos querían mantener el alto nivel de vida que tenían, alguien tenía que aportar al sistema jubilatorio. Muchos, mejor, pensaba. Otra vez, puede sorprender. Pero estas posiciones no llamarán la atención de quien haya leído Conversación en La Catedral, quizás su novela más importante. Era 1969 y allí el autor, que superaba apenas los 30 años, se metía en las entrañas del APRA, Alianza Popular Revolucionaria Americana, un partido peruano que se proclamaba antiiperialista, nacionalista y a favor de la justicia social. Estuvo años proscrito y llegó al gobierno en 1945 en una coalición que finalmente fue derrocada por un Golpe de Estado. En la novela todo esto ya ha pasado y un personaje le pregunta a otro: “¿Por qué el APRA que se ha vuelto proimperialista sigue teniendo el respaldo del pueblo?” Culpa de la derecha, le contesta el otro. “No entiende que el APRA ya no es su enemigo sino su aliado”. Agudo, Vargas Llosa apuntaba hacia quienes hablaban por izquierda pero actuaban por derecha. El relato, sin embargo, queda, y en el libro cuando una mujer dice que los apristas “son unos ateos, unos comunistas”, el protagonista le responde que no: “Son más derechistas que usted y odian a los comunistas más que usted”. Algunos han comparado al APRA con el peronismo. “Todo tranquilo, eso de que el APRA controlaba el Perú era un gran cuento”, dice un militar. “Ya vio, los líderes corrieron a asilarse en las embajadas. Nunca se ha visto una revolución más pacífica”. Se sabe: Vargas Llosa no se privó de decir que si el gobierno de Macri no había llevado prosperidad a la Argentina no había sido por culpa del liberalismo sino por haberlo aplicado de manera gradual. Pero tampoco que el conservador Boris Johnson era “un mentiroso y un payaso”. Estuvo a favor de Ronald Reagan pero dijo que la primera elección de Donald Trump en los Estados Unidos “Rebajó a este país a la condición de una nación tercermundista” por “el racismo, la demagogia, el espíritu guerrero, el nacionalismo”. Y también opinó que Vladimir Putin era “un dictador sanguinario”, pero apoyó a Jair Bolsonaro frente a Lula, aunque criticó que el entonces presidente del Brasil se opusiera a las vacuna contra el COVID. Firme, pero no estereotipado, Vargas Llosa fue uno de esos intelectuales interesados por todo, por el arte y por la política, por el lenguaje y por el mundo. Vale la pena leerlo, siempre da sorpresas.

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