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  • El poder de los relatos en la política: El nuevo acuerdo con el FMI y el superávit fiscal.

    Gualeguay » Debate Pregon

    Fecha: 13/04/2025 17:35

    El politólogo argentino Mariano Torcal sostiene que “la narrativa política tiene la capacidad de construir legitimidad, incluso en ausencia de resultados visibles. El relato le da sentido a lo que el ciudadano no comprende del todo”. Esta idea nos lleva a pensar cómo los gobiernos y los líderes políticos utilizan estrategias discursivas para “enmarcar” sus decisiones y orientarlas a su electorado, moldeando no solo la opinión pública, sino también el humor social. La política contemporánea no se limita a los hechos: también se juega en la forma en que esos hechos se cuentan. La filósofa belga Chantal Mouffe, reconocida por su enfoque en la teoría política y la democracia agonista, plantea que los relatos políticos no buscan simplemente describir la realidad, sino construir una identidad colectiva. “La política no es la gestión de lo existente, sino la construcción del ‘nosotros’ y el ‘ellos’. Y esa construcción siempre se hace a través de narrativas”, afirma ella. De este modo, los discursos no solo explican decisiones, sino que articulan quién es el enemigo y quién el salvador, configurando el campo de lo posible. Un ejemplo actual y revelador de cómo funciona esta lógica discursiva es la narrativa en torno al nuevo préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). A mediados de marzo de 2025, el gobierno libertario argentino, con el ministro de Economía Luis Caputo al frente, anunció la reestructuración del acuerdo con el Fondo y una nueva solicitud de financiamiento. Esta decisión, celebrada por el oficialismo como una muestra de responsabilidad, fue interpretada por sus seguidores como un acto necesario para sostener el orden macroeconómico y garantizar la continuidad del programa económico. Sin embargo, no hay que retroceder demasiado en el tiempo para encontrar a Milei en una posición completamente distinta a la actual como Presidente. Durante la gestión presidencial de Cambiemos, el por entonces economista libertario acusaba al Presidente Mauricio Macri de haber hipotecado el futuro del país con el endeudamiento con el FMI. En varias entrevistas y publicaciones en redes sociales, Milei calificó de “delincuentes” a quienes habían firmado aquel acuerdo, incluyendo al propio Luis Caputo, Secretario de Finanzas de aquel momento. Hoy, sin embargo, ambos protagonizan una nueva etapa del vínculo con el Fondo, ahora en clave de salvación. El punto importante de esta aparente contradicción está en el relato. Desde el discurso oficialista se plantea que la realidad heredada obliga a tomar decisiones excepcionales. Y para justificar este giro discursivo y político, surge un nuevo relato: el del superávit fiscal. Según el gobierno, Argentina cerró los primeros meses de 2025 con superávit, lo que demostraría que esta vez, a diferencia de la gestión de Macri, el endeudamiento no es producto del déficit, sino de una estrategia ordenada para consolidar el modelo. Pero esta afirmación ha sido cuestionada desde distintos sectores técnicos que denuncian que el superávit es, en realidad, un relato más. El equilibrio fiscal se logró a través de mecanismos contables poco transparentes, como la postergación de pagos a empresas proveedoras de energía y la entrega de bonos a largo plazo en lugar de efectivo. A esto se suma la exclusión de intereses de deuda en los balances oficiales, una práctica que maquilla las cifras reales. Una de las acciones más cuestionadas es la postergación sistemática de pagos a grandes empresas del sector energético, a las que el Estado debe miles de millones por subsidios y compensaciones tarifarias. En lugar de saldar esas obligaciones en tiempo y forma, el gobierno ha optado por no pagar durante meses, acumulando una deuda que no se registra como gasto ejecutado en el período correspondiente. Este tipo de atraso no es gratuito: deteriora la cadena de pagos del sector energético y obliga a las empresas a financiarse con recursos propios o endeudarse, mientras el Estado “mejora” artificialmente su resultado fiscal y le posibilita a Javier Milei decir cada tanto en sus discursos que su gobierno está practicando un ajuste fiscal sin default. Por otra parte, además, en muchos casos, cuando finalmente se reconocen las deudas, se procede a su cancelación no con dinero en efectivo, sino con bonos a largo plazo, muchos de ellos con vencimientos superiores a cinco o diez años. Estos instrumentos financieros no sólo transfieren la carga al futuro, sino que además permiten al Tesoro registrar ese pago como realizado sin que haya habido una erogación efectiva en el presente. Se trata, en términos técnicos, de una especie de “contabilidad creativa”, que maquilla el déficit presente trasladándolo a otras gestiones. Otra práctica que ha generado fuertes críticas es la exclusión de ciertos intereses de deuda en los balances fiscales. En lugar de computar todos los intereses devengados, el gobierno ha optado por registrar solo aquellos efectivamente pagados en el período, lo cual permite reducir artificialmente el gasto público. Esta omisión parcial es relevante porque oculta el verdadero peso del endeudamiento actual, especialmente en un contexto de altísimas tasas de interés internas, donde el Banco Central y el Tesoro colocan instrumentos de corto plazo con rendimientos elevados para absorber liquidez. En otras palabras, el Estado puede haber comprometido pagos importantes a futuro —tanto a proveedores como a bonistas—, pero al no registrarlos ahora, presenta una imagen de orden fiscal que no se condice con la realidad estructural. El relato del superávit, entonces, no se sostiene por una mejora genuina de las cuentas públicas, sino por una combinación de recortes brutales en áreas sensibles y una batería de maniobras contables que difieren el problema sin resolverlo. El analista y ensayista español Ignacio Ramonet, en su clásico “La tiranía de la comunicación”, explica que “el relato político moderno no necesita coherencia histórica, sino eficacia simbólica”. Esto significa que los políticos ya no están obligados a mantener una línea argumental constante, sino a generar sentido en el presente. El superávit, entonces, se transforma en un símbolo: ya no importa si es real o sostenible, sino que cumple una función política inmediata. Permite construir el discurso de que “esta vez es distinto”, que el préstamo con el FMI no será como el de Macri, porque ahora sí hay responsabilidad fiscal. En este sentido, el relato del superávit funciona como legitimador del nuevo endeudamiento. Se intenta instalar la idea de que, como el Estado ya no gasta más de lo que recauda, el préstamo no representa una amenaza, sino una herramienta de transición. La ciudadanía, al igual que en otros momentos históricos, se encuentra frente a una disputa simbólica donde los datos se mezclan con las emociones y las narrativas simplifican procesos económicos complejos. La eficacia del relato oficial no depende tanto de su consistencia como de la aceptación emocional que logra en su base electoral. Para muchos votantes libertarios, el préstamo con el FMI no representa una traición, sino una medida dolorosa pero necesaria. Del mismo modo que para ciertos sectores del kirchnerismo las inconsistencias sobre la inflación o la corrupción nunca fueron motivos de ruptura, en el mileísmo el relato actúa como paraguas simbólico que protege de las críticas. En definitiva, la disputa por el sentido es central en la política. Cada decisión, cada medida económica, cada conflicto institucional es acompañado por una narrativa que busca resignificarla. Los relatos, entonces, no solo informan: construyen percepción, moldean identidades y generan adhesiones. En tiempos de redes sociales y consumo acelerado de información, esta batalla simbólica se libra minuto a minuto. La ciudadanía, lejos de ser pasiva, también se vuelve protagonista de esta disputa. Pero lo hace desde sus propios marcos ideológicos, desde sus creencias previas, desde su necesidad de confirmar lo que ya piensa. Por eso, como señala Chantal Mouffe, la verdadera batalla política no se da tanto en los hechos, sino en la manera en que esos hechos son contados y sentidos. Y en esa batalla, el relato es la herramienta más poderosa. Julián Lazo Stegeman

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