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» El litoral Corrientes
Fecha: 13/04/2025 14:12
n Esta institución existió en Corrientes como en todo el Virreynato del Perú, luego se trasladó al Virreynato del Río de la Plata desde su creación. En todas partes, por más defensas que pretendan hacerle fue dañina, perjudicial y malévola; ninguna leyenda negra, buscaban oro, tesoros, saqueaban a las civilizaciones preexistentes, avaricia, ambición desmedida fueron el norte de estos presuntos civilizadores. No es casualidad que nuestro José Francisco de San Martín lo primero que hizo al entrar a Lima fue destruir esa institución, con mucha bondad dejó partir a los tenebrosos miembros del horrendo conjunto de principales complicados, quedaban los espías, familias enteras de alcahuetes, verdugos y torturadores, que a medida que pasaba el tiempo encontraban un puñal que los ayudara a viajar al otro barrio, el de los muertos, empuñado por algún pariente vengativo En Corrientes se la recuerda por los historiadores, únicamente cuando entraron las tropas paraguayas realistas obedeciendo al Consejo de Regencia allá por los primeros años de libertad, imaginen ustedes el bochorno de encontrar en la biblioteca del Cabildo el Contrato Social de Rousseau, el diablo mismo en la ciudad, por lo que se ordenó quemar los ejemplares en la plaza 25 de Mayo actual, plaza mayor entonces, todo en contra de la Primera Junta de Gobierno, la gloriosa Insurrecta. Quiénes integraban el tenebroso tribunal, manejaban la vida pública y privada de los habitantes de la pobre aldea, sí, la vida privada gracias a los confesionarios sumados a los espías indígenas, esclavos, etc. que les pertenecían, que miraban todo, escuchaban más tras las puertas, ventanas con la sutileza de los viles. Los sacerdotes los franciscanos, posteriormente los dominicos, mercedarios, cerrando los jesuitas eran los presuntos custodios de la fe, lo más grave es que se formaban redes de alcahuetes, buchones, soplones, chismosos que por dos monedas denunciaban a su madre por parir, igual daba. -. En la mayoría de los casos tenían por finalidad quedarse con los bienes de los pobres miserables, el condenado transmitía su desgracia y degradación a su familia por contagio. Soplones los había de todo jaez, desde el más encumbrado hasta el más vil miserable borracho harapiento bueno para nada. Aprendieron sobre la marcha que Lima quedaba muy lejos, así que acortaron los tiempos entregando, como era legítimo, a las autoridades seculares disimulando los delitos, según ellos, para que obren en consecuencia. Imaginen ahora un cautivo, torturado, maltratado hasta casi morir que era arrastrado al Cabildo, a sus mazmorras inmundas, bajo la justicia de los Alcaldes que en la mayoría de los casos no sabían leer ni escribir, quienes temblaban cuando les entregaban el paquete con el membrete del remitente: “la inquisición”. Julián era un buen hombre, andaba por los treinta años, casado con una buena mujer de profesión tejedora, él dependiente de una tienda de ultramarinos, vivían en una humilde casa por la calle 9 de Julio entre lo que hoy sería San Juan y Mendoza, casi a la mitad de cuadra, qué tenía la pareja que molestaba al diabólico engendro tribunalicio: nada menos que educación, sorpréndanse, era cien veces más peligroso una pareja educada, que sabía leer y escribir que el conjunto de borregos ignorantes del patriciado inventado de la aldea que presumía de ciudad. El pecado que tenía Julián era su afición a la lectura, leía lo que encontraba a mano, mayormente de prestado por supuesto, los libros eran objetos de lujo ultramarinos, no estaban al alcance de su presupuesto, muy pocos lectores habitaban este suelo guaraní. Su casa se componía de los muebles básicos, algo de ropa más buen pasar, enseñaban a leer y escribir a sus hijos lo que era muy raro en ese tiempo. Él aprendió de su padre, un inmigrante español casado con una indígena paraguaya, mujer bella como la flor de mburucuyá que le enseñó su lengua nativa, dominaba el castellano y el guaraní. A su esposa, de un hogar humilde de los arrabales, la conoció un día en la plaza mayor, muy jovencita, él captó enseguida la mirada curiosa de ella sobre el libro que llevaba en sus manos, la invitó a leerle unas páginas junto a sus amigas por el qué dirán, como se dice habitualmente. La cautivó de entrada creía él, sin embargo, ella consumió con su mirada el amor que transmitía, no hubo caso no pudo sacarse de encima esa mirada que lo atrapó como anzuelo al armado, estaba flechado, algunos dirán payé, otros encantamiento, los más sabios amor. Sereno le prometió matrimonio después de un mes de frecuentarse en el paseo frente a sus amigas, que no paraban de reírse ante la pareja ruborizada. El don Juan solo tenía su empleo, más una bolsa de sueños por realizar. Impuso públicamente una condición, nos casaremos señaló; cuando tú Paulina aprendas a leer y escribir, yo te enseñaré. El coro de niñas río con ella mientras lucubraba qué contestar, finalmente expresó: -bueno- dijo, -que así sea- y siguió la lectura. A partir de entonces Julián salía del trabajo, se dirigía al humilde rancho de Paulina con un par de velas y un libro religioso, ella era inteligente, aprendió rápido como también el oficio de su padre el tejedor, todo se realizaba bajo la estricta vigilancia paternal de la niña. Pasó el tiempo. Un año y meses, llegó la prueba que debería llevarse a cabo en el mismo lugar en que se vieron la primera vez, cuando Cupido los flechó, debía demostrar su aprendizaje. Concurrieron los padres de ambos, las amigas de Paulina, todos curiosos para observar el examen. Se inició con un dictado, lentamente la pluma en ese siglo XVII se movía con presteza galana, la muchacha dibujaba letras hermosas en el papel de hilo, era una declaración de amor pública y sincera, aprobó ante los ojos lacrimosos de varios. Continuó la lectura de un libro desconocido para Paulina, un librote titulado “Don Quijote de la Mancha”, ella eligió una página al azar, emprendió con seguridad la lectura ante el alborozo de los presentes. Bueno el maestro, excelente la alumna. El escenario no pasó desapercibido para los curas que manejaban la educación a su antojo, las mujeres no debían aprender a leer vociferaban desde los púlpitos, están expuestas al pecado mortal. Julián desde ese día consiguió un trabajo adicional después del horario de la tienda, enseñaba a leer y a escribir en su vecindario, en la mayoría de los casos gratuitamente, otro pecado, sacarles clientes a los parroquiales. En el aire flotaba un tufillo sombrío cerca del joven maestro ciruela. Un buen día una señora desconocida le acercó un libro envuelto en lona, sin esperar reacción alguna se alejó a toda prisa, no la conocía, su vestido negro presagiaba el color del destino del muchacho. Al llegar a su casa, quitar la lona observó que era de los prohibidos por la religión. Tomó el libro lo dejó en la bolsa para entregarlo al día siguiente al sacerdote de la San Francisco, conocía de felonías, pero no previó la velocidad de ellas . Cayó en la trampa, esa misma noche la Inquisición con gente que envidiaba al lector y maestro le tendieron la fullería, fue detenido con el libro pecaminoso, trataba de hablar y recibía un palazo, su esposa e hijos estaban petrificados de terror. Causaba mucha, pero cuantiosa envidia que supiera leer, que enseñara y vayan a saber qué cosas más. Cuando lo arrastraban sólo pensaba en Paulina y sus hijos, qué sería de ellos. Los de la clase alta no permitían que sus mujeres aprendieran a leer, qué se creía este pobretón al enseñar a leer y escribir, ignorantes son mejor dominados, quien sale del coso es el enemigo de Dios, todos los santos, más el rey por si acaso. Luego de torturas de todo tipo en las ergástulas del Cabildo con la presencia de los curas, el pobre infeliz no confesaba. Se rindió de pronto, fue tanta la paliza que expresó: -basta, sí lo leí-, sonrieron los sacerdotes ignorantes, se sumaron los analfabetos cabildantes, estaba rematado, el muchacho sabio. El problema de los tunantes era que debían esperar a que desde Lima se confirmara la decisión, demasiado tiempo pensaron los bellacos frotándose las manos. La noche siguiente en vísperas de San Juan, incentivaron al pueblo cerril, soez a matar al brujo, sí, era un brujo, sabía leer y escribir, con un librejo del demonio. Dirigidos por un alcahuete profesional, que por un porrón de ginebra vendía a su hijo, armaron una comparsa de tenebrosos malhechores, a los que sumaban los estólidos de siempre que formaban la muchedumbre amorfa. Con antorchas se dirigieron al Cabildo, los guardias alertados de antemano huyeron, explicaron después por temor al número superior de atacantes embozados. Sacaron al infeliz de su celda, apenas podía pararse, lo ataron a un tronco que colocaron en un pozo excavado en la plaza Mayor, con leñas, grasa y otros elementos quemaron al osado joven que se atrevió a desafiar el orden impuesto, enseñar a leer y escribir, vaya tonto. Antes de partir la víctima los maldijo, voy a veros no os preocupéis, vosotros me tendréis en sus casas, siempre. Los restos de las cenizas fueron esparcidos al viento por un sacerdote piadoso, que en voz baja rezaba al difunto. Murió Julián. Su casa fue saqueada, Paulina con sus hijos fue recibida únicamente por su familia que la trasladó al interior, lo más lejos de la aldea siniestra. La mala pécora que le tendió la trampa, era una dama distinguida de la sociedad, en combinación con el cura representante de la inquisición que era su amante, apoyado por su esposo de grandes ínfulas y adornos poco dignos en su testa. Desde el crimen la mujer comenzó a sufrir dolores increíbles, no podía conciliar el sueño, la imagen de Julián le aparecía leyéndole el Quijote de la Mancha, lo mismo le sucede al cura analfabeto nefasto, algunos dicen, yo repito, que se sabe de memoria el libro, el esposo de la funesta grita desaforado ante la presencia sutil de una sombra leyendo en su galería, el castigo del más allá es escuchar al lector. Los guardias no tuvieron mayor fortuna, como a muchos otros el espectro de Julián los visita a menudo, a los responsables los petrifica de terror, a los hijos les lee con tanta dulzura que el fantasma del leedor forma parte de los santos que adoran, algunos hasta aprendieron a leer con el espectro del más allá. Otros ignaros tampoco la llevan bien que digamos, en cualquier lugar de la ciudad de arenales, casas de corredor y olores pútridos les aparece el fantasma temido, con una sonrisa leyéndoles, no necesita moverse, la voz les acompaña largo trecho aun cuando se tapen los oídos, uno se arrojó al Paraná que lo engulló gustoso en sus oscuras entrañas. Le hicieron misas, pidieron perdón y cuánto trámite pudieron, no hay caso la justicia de la naturaleza es implacable, hay espíritus traviesos que repiten: Civilización y Barbarie
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