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Concordia » El Heraldo
Fecha: 13/04/2025 13:46
Eran conscientes que los barcos servirían para masacrar a sus hermanos paraguayos y se negaron. Esa guerra ruin estaba hecha al servicio de Inglaterra y sus intereses imperiales, para los cuales, Solano López y la independencia económica del Paraguay, a través del desarrollo industrial, no convenían. Así la potencia imperial usó a Uruguay, Argentina y Brasil para exterminar el proyecto del pueblo guaraní. Fue una infamia, fue la guerra conocida como de la triple infamia, y en medio de tanto impudor, de tanta entrega, en el año mil novecientos sesenta y ocho, los trabajadores no quisieron ser cómplices, deciden una de las primeras huelgas en territorio argentino. Diez años después fue la huelga de los tipógrafos por rebaja de salarios. Dalmasio Vélez Sarsfield, el autor del código civil escribió entonces: “El socialismo usa las huelgas como instrumento de perturbación, pero el socialismo no es una necesidad en América. No se pueden admitir las huelgas porque eso significaría subvertir las reglas del trabajo”. La primera huelga general de la historia argentina fue en mil novecientos dos como reacción a la ley de residencia, elaborada por Miguel Cané y dictada por el General Roca por la que los “indeseables” inmigrantes, fundamentalmente los luchadores, los dirigentes obreros, sobre todo los anarquistas, podían ser expulsados a sus países de origen. Así expresa en su poesía Juan Gelman, la ley de residencia: “queda prohibido para el extranjero/ jornalero albañil, bracero o pobre/ pedir aumento de salario, unirse,/luchar por su camisa, el delantal/ la cuchara, el repollo, los manteles/ Tiene permiso para sufrir hambre, golpes y lágrimas, humillaciones,/ como los chinos de esta sucia tierra, /puede olvidar de apoco que es un hombre y si lo recordase, hereje bárbaro, /archívese, publíquese y devuélvase/ encadenado a su lugar de origen” / Esta es la ley, célebre por su número odiado, maldecido/ esta es la ley cuarenta y uno cuarenta y cuatro, clavada está en el medio de mi pueblo/ todavía golpea en lo más puro” (Juan Gelman “un viejo asunto”). Luego vinieron cientos de huelgas más, como las de principios de siglo reprimidas salvajemente, como la huelga de las escobas, no es mi propósito describir todas en este espacio, pero la huelga de los inquilinos, o la de las escobas tiene un heroísmo especial. Los dueños de los conventillos aumentaron desmesuradamente los alquileres de esos pútridos cuchitriles inhabitables, donde se alojaban, principalmente, trabajadores inmigrantes. Entre la espada y la pared, entre comer o pagar el alquiler, las mujeres resistieron en mil novecientos siete, en la huelga de los inquilinos. Se organizaron y dejaron de pagar los alquileres. La policía asesina de Ramón Falcón emprendió el desalojo de los huelguistas (fundamentalmente mujeres y niños), recibiendo una inesperada resistencia. Las mujeres y niños enfrentaron el desalojo con baldes de agua caliente y escobazos que impidieron la embestida y echaron a los uniformados. Otra huelga memorable, triste y conmovedora, fue la de los peones patagónicos en Santa Cruz, en mil novecientos veinte uno, durante el gobierno de Irigoyen, por mínimas reivindicaciones laborales. Sin embargo el Presidente de la República envió al Teniente Coronel Varela a negociar. En una primera instancia se acordó un convenio que reconocía los derechos de la peonada, pero fue incumplido por los patrones. En su segunda intervención, Varela, General del Ejército, hizo fusilar a mil quinientos peones. Esos gravísimos acontecimientos fueron largamente silenciados por la historia oficial, hasta que Osvaldo Bayer los desentierra con una investigación fabulosa que reconstruye la verdad histórica: “La Patagonia rebelde”, inmortalizada en el libro y la película que llevan su nombre. Por último, la huelga más especial de todas, una de las que más molestó a la Dictadura Cívico Militar, fue la protagonizada por Víctor, un elefante que se decidió, junto a los animales del circo, declarar la primera huelga general de animales, para luchar contra la explotación laboral, la servidumbre, el látigo y el encierro. Es lo que narra el maravilloso cuento de Elsa Bornemann “Un elefante ocupa mucho espacio”, censurada por la Dictadura de Videla, que hoy el gobierno niega, a la para que reivindica. Elsa tuvo que recluirse, aterrada cuando vio en el diario que con la firma de Videla, el libro había caído en las listas negras. Es que los tiranos y explotadores no quieren huelgas ni manifestaciones, aun cuando están garantizadas por la Constitución nacional. No quieren las movilizaciones de los Jubilados y las reprimen brutalmente, no quieren los paros de los trabajadores por los ajustes brutales, o los despidos salvajes como están sufriendo quinientas familias de trabajadores del peaje, además de los despidos en el Hotel Ayuí, no quieren los paros docentes, a quienes con impudicia amenazan descontar salarios que ya, están por debajo de la pobreza y la indigencia, pero aun así no pueden, no pueden contra la rebeldía, la desobediencia y la lucha de nuestro pueblo, por la libertad de expresión, el derecho a la esperanza y la justicia social. LIBERTAD DE EXPRESION La primera noche ellos se acercan y toman una flor de nuestro jardín Y no decimos nada La segunda noche ya no se esconden, pisan las flores, matan a nuestro perro Y no decimos nada Hasta que un día, el más frágil de ellos, Entra solo a nuestra casa, nos roba la luna, Y conociendo nuestro miedo, nos arranca la voz de la garganta Y porque no dijimos nada, Ya no podemos decir nada. Vladimir Maiakovski
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