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  • Tierra de herejes o demonios

    » Elterritorio

    Fecha: 13/04/2025 11:23

    sábado 12 de abril de 2025 | 6:00hs. El actual departamento Misiones del vecino Paraguay, en inmediaciones de la ciudad de San Ignacio Guazú, más de cuatro siglos atrás estuvo habitado por guaraníes, guaycurúes, chamacocos, payaguas, entre varios grupos originarios. Corría el año 1609 cuando el cacique Arapysandú, en nombre propio y de otros pares, emprendió viaje hacia Asunción para solicitar sacerdotes que los educaran en la fe cristiana; en el trayecto se enteró que el Gobernador Hernandarias bajaba por el río hacia Buenos Aires, lo alcanzó en la desembocadura del Tebicuary, gesto que fue de gran ayuda para el funcionario hostigado por nativos “hostiles”, escuchó el pedido de los caciques, lo habló con el obispo de entonces y ante la falta de respuesta concreta del religioso, trasladó el tema a la máxima autoridad jesuita de la región, que dispuso lo necesario para atender la solicitud; así surgió la reducción de San Ignacio Guazú, el 29 de diciembre de aquel año. En las inmediaciones continuaron con su vida habitual otros grupos de nativos que no estuvieron dispuestos a someterse a los religiosos ni a los encomenderos, sobresalían los de Tañarandy por su bravura y tenacidad en la defensa de sus tierras y sus costumbres; dicen que la denominación deriva de “teta añaretá” o tierra del infierno -que el devenir del tiempo lo convirtió en tierra de irreductibles-; el espíritu de la conquista española con fuerte base en el dogma católico estigmatizó a la zona y a sus pobladores, como de costumbre el tiempo transcurrió, el sincretismo se produjo, pero los prejuicios se mantuvieron casi intactos. De acuerdo con numerosas publicaciones en medios paraguayos, hasta finales de la década de 1990 el siglo pasado “(…) Tañarandy era una compañía rural en los suburbios de la ciudad de San Ignacio, habitados por campesinos considerados humildes e incultos, aquellos que en la visión cultural campesina guaraní del Paraguay son considerados como campaña gua o koyguá (habitantes del campo, poco instruidos), y hacia quienes existía tradicionalmente cierto sentimiento de desvalorización, marginación o desprecio, por parte de los ciudá gua (habitantes de la ciudad) (…)”, entonces entró en escena Koki Ruiz. Delfín Roque Ruiz Pérez nació en San Ignacio Guazú en 1957, apodado Koki desde siempre, alguna vez recordó que “(…) Cuando era niño (entre 1950 y 1960), la gente de la ciudad siempre se refería a los pobladores de Tañarandy con prejuicios, con un tono burlón, considerándolos los koyguá, los campaña gua, tañarandygua era una especie de insulto, de burla (…)”, poco después en otra entrevista afirmó que en el seno de su propia familia, tan tañarandyguá como sus vecinos, se manejaban los mismos prejuicios discriminadores, comentó entonces que “(…) una de nuestras hermanas nació aquí, en la estancia de mis abuelos, porque se adelantó el parto y no hubo tiempo de ir al hospital. Nosotros, los que habíamos nacido en la ciudad nos burlábamos diciéndole que era de Tañarandy. Ella lloraba porque no quería ser una koyguá, no quería ser de la campaña (…)”. Aquella casa de los abuelos se transformó en un espacio dedicado exclusivamente al arte y a la creación, la “Barraca de Tañarandy” o la “Barraca de Koki” como la llamó la gente, fue el lugar, el epicentro, la cuna de un hecho sin precedentes en la vieja región guaraní; en un momento de 1992 Koki, concurrió a un velorio en casa de un vecino, poco antes había vuelto al pueblo para cumplir con una obra que la Municipalidad de San Ignacio Guazú le había encargado; a pesar de los años, todo parecía estar igual, detenido en una dimensión limitada entre su niñez y los recuerdos, contó después “(…) me fascinó todo el ritual de los velorios, las mujeres vestidas de negro, el luto cerrado y algunas cuestiones simbólicas, como por ejemplo mantener la silla vacía del difunto en la mesa del comedor durante el almuerzo. Supe que había una veta cultural muy rica para trabajar en lo artístico y que había que hacer algo bueno con toda la gente de Tañarandy (…)”, lo demás es historia. Rescató costumbres de la zona, de esas que parecen “mágicas”, antorchas ardientes, candiles hechos con cáscaras de apepú y grasa animal, interminables procesiones y el canto doliente de los estacioneros, prácticas que se habían diluido lenta y silenciosamente hasta casi desaparecer; aquella Semana Santa de 1992 fue el principio, así la recordó el artista “(…) la primera celebración la hicimos solo en el patio de La Barraca. Invité a unos pocos vecinos de Tañarandy, que me ayudaron a hacer las luminarias y las antorchas. Aunque ya no se hacían los candiles de apepu, varios adultos mayores recordaban la técnica y nos la enseñaron. Lo mismo pasó con las antorchas de takuara. Todo estaba muy vivo en la memoria. Entre los que asistieron estaban don Taní (José Estanislao Coronel, ex combatiente del Chaco, poblador pionero ya fallecido) y sus hijos. Me interesaba que estuvieran sobre todo las hijas, que siempre vestían de negro. Para contrastar le pedí a los varones que vistieran camisas blancas. Para mí eran personajes reales de una obra artística, parte de una escenografía fantástica. La procesión que hicimos fue de apenas unos cien metros. Resultó algo muy lindo, pero entonces no pensamos en que eso tendría continuidad. A los pocos días regresé a Asunción”. Año tras año los vecinos se apropiaron de la celebración, cada Viernes Santo, cuando cae el sol, se encienden las fogatas, los miles y miles de candiles de apepú delimitan el Ivaga rape, con la Virgen de los Dolores guiando, con la noche reinando, las arpas llamando al pasado, las voces invocando las más profundas convicciones, escenas clásicas sostenidas desde pequeños escenarios -los cuadros vivientes-, una explosión de sensaciones, una experiencia única de arte y creatividad que este año se transformó definitivamente en legado. Koki trascendió este plano en el mes de diciembre, dejó una herencia incunable: sus hijos Macarena, Almudena y Julián, su trayectoria y la celebración de Tañarandy, como se la conoce fuera de Paraguay, dejó lo más grande que un artista puede entregar la creatividad corporizada como propuesta social transformada en experiencia colectiva. Imperdible ocasión para quien guste; un gran agradecimiento al Dr. Camilo Cantero por su tiempo y su sapiencia. ¡Hasta la semana que viene!

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