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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/04/2025 06:46
Federico Andahazi: “Esto que dieron en llamar batalla cultural es un gran malentendido” Antes de El anatomista, su primer libro, finalista del Premio Planeta y publicado en 1997, Federico Andahazi ya había tomado apuntes sobre Hippolyte Bouchard —o Hipólito Bouchard, como fue castellanizado—, un militar y corsario francés nacido en 1780 en un pequeño pueblo cerca de Saint-Tropez, Bormes-les-Mimosas, que llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata, se unió a la lucha por la independencia y recibió la nacionalidad argentina. Incluso conoció a varios escritores que lo tenían en el radar hacía tiempo, que habían acariciado la idea de hacer una novela de él. “Y casi todos se encontraron con la misma dificultad: es un personaje muy difícil de trabajar”. Mares de Furia Por Federico Andahazi eBook $ 12,99 USD Comprar “Cuando te encontrás con que hubo un tiempo en que California perteneció a la Argentina y que este personaje clavó la bandera argentina y declaró que eso era parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata... es impactante. Pero además, cuando te enterás que eso es nada más que el titular, porque la historia es realmente increíble, ahí te encontrás con una novela”, dice el escritor del otro lado del teléfono un mediodía nublado de abril. Fueron años recolectando datos, leyendo y releyendo sus memorias, construyendo, ya no un personaje, sino un época. Así escribió Mares de furia, que acaba de llegar a las librerías publicado por el sello Grijalbo. “El problema de tan novelesca historia es ver cómo abordar desde la ficción algo que en realidad ya tiene esa misma forma. Es un personaje muy difícil de trabajar por varios motivos. Cuando me encontré con la historia de Bouchard, inmediatamente fui a la bibliografía a ver qué había. A medida que vas encontrando material te das cuenta que las fuentes son muy poquitas y que lo que hay es una repetición una y otra vez de la misma historia. A diferencia de El anatomista, que es una historia que transcurre en la Edad Media, muy lejos en el tiempo en términos históricos, esta es bastante reciente“, agrega el autor sobre su doceava novela y el libro número dieciocho de su firma. "Mares de furia" (Grijalbo) de Federico Andahazi —En el libro aparece con fuerza la idea de la patria, que en ese momento era algo muy extraño: no tenía el significado que tiene hoy. Y con Bouchard pasa algo interesante: él no es argentino, es francés, y vos hacés una analogía con Ulises y su “Ítaca elegida”. —Primero hay que tener en cuenta que la patria de un corsario es su barco. Su barco y el mar. Eso te ordena el resto de las cosas y te pone en perspectiva de qué tipo de personaje ir a buscar. Pero acá hay un dato interesante: la Argentina fue un barco pirata, un barco corsario, antes que una república, porque todavía eran las Provincias Unidas del Río de la Plata, todavía no se llamaba la Argentina. Bouchard salió a dar la vuelta al mundo en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata y la patria. La fragata sale a un año de la Declaración de Independencia, pero todavía no sabíamos qué tipo de sistema de gobierno nos íbamos a dar. Estaban quienes, como San Martín, proponían una monarquía incaica: ir a buscar un rey incaico para gobernar el país. Otros hablaban de una monarquía constitucional. —¿Entonces? —Eran muy pocos los que sostenían una república que fue finalmente lo que terminó imponiéndose. En esa discusión se estaba cuando Bouchard sale a dar la noticia de que había nacido una nueva patria, un nuevo país independiente. De hecho, Bouchard consigue que otro país reconozca a la Argentina, pongamos entre comillas, como una como un país independiente, que es el rey Kamehameha de Hawái. Ese fue el primer reconocimiento que tuvimos. Nadie sabía muy bien qué era la patria. La patria como tal estaba compuesta por extranjeros. Y digo también entre comillas extranjeros, porque finalmente es muy difícil establecer qué es lo argentino si no se lo pone también en perspectiva de todos aquellos que vinieron acá a hacer la revolución. Pienso en Brown, por ejemplo. Acá no se tenía ninguna tradición marítima. No solamente la Argentina, en toda América Latina, todos los comandantes navales venían de Europa. San Martín había nacido acá, pero servía para el ejército español. Se construyó esa patria y esa identidad patriótica a medida que iban luchando. Eso fue la épica de la fragata Argentina, una especie de Arca de Noé al revés, porque había gente de todas las nacionalidades: tenías norteamericanos, ingleses, franceses, portugueses, gauchos. Lo que los unía era una ilusión de algo que todavía no se sabía muy bien qué forma iba a tomar. La propia historia va construyendo eso que uno después llama patria. Retrato de Hipólito Bouchard —Hay un momento en la novela donde Bouchard intenta convencer a Corney, uno de los personajes, y le dice: “Lo que le ofrezco es una patria, capitán”. Y si bien hay ilusión, también existe el desencanto: con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, Francia “no ha hecho más que esclavizar, saquear y someter a otros pueblos alrededor del mundo”. —Totalmente. Hijo de esas contradicciones era el propio Bouchard. De hecho, muchos se preguntaban acá para qué había venido de Saint-Tropez a luchar: si si venía realmente por esos principios de la Revolución Francesa o venía a hacerse rico, porque finalmente era un corsario. Un corsario no es otra cosa que un pirata con patente de corso. Yo creo que su propia historia demuestra que cuando él tuvo que optar, eligió por luchar de manera desinteresada. Y eso lo demuestra. Este su participación en San Lorenzo. El tipo, digamos, este era quien era porque era un marino y pelear en tierra no era algo completamente extraño para él. Pero sin embargo, prefirió pelear en tierra y sumarse a los granaderos que podía haberlo hecho, que haber seguido y haber peleado en otra con otras flotas, o directamente, digamos, salir a piratear como hicieron tantos marinos. Esos principios terminaron imponiéndose. —¿Qué posibilita la ficción en el campo de la historia? —Creo mucho en las hipótesis literarias. Muchas veces por la vía de la ficción uno consigue reconstruir parte de la historia donde faltan páginas, donde está perdida la fuente original. En una novela histórica finalmente lo que pesa son las hipótesis literarias sobre esa historia. Yo creo firmemente en eso. "Argentina definitivamente no es un país normal: pasan cosas que no pasan en otros lugares" —Es un libro histórico pero leído en esta época. ¿Qué efectos creés que puede tener sobre ciertas discusiones actuales y coyunturales? —Creo que este presente está signado, no solamente acá en la Argentina, sino a nivel global, por estos personalismos tan peculiares. Entonces si pensamos en la Argentina, si pensamos en Estados Unidos y pensamos en otros líderes mundiales, hay ahí un componente más o menos romantizado como locura. Es lo que se imponen en estos grandes líderes. ¿Viste esa idea de “este tipo está loco”, “este tipo vino a romper todo”? Algo de eso aparece claramente en Bouchard. Si no estás un poco loco, esta epopeya, esta épica, es imposible hacerla. Hoy pensás en esa escena, que es con la que arranca el libro, la destrucción y el incendio de California, y es demencial. Ese periplo fue demencial. Y tuvo una cantidad de sucesos que solamente se explican desde una cabeza distinta a la que tenemos hoy. Esos tipos, como Tomás Espora, la mano derecha de Bouchard, que se embarca por primera vez con catorce años, ¡catorce años!, es todo delirante y demencial. Creo que eso también es lo que caracterizó a la historia argentina. Argentina definitivamente no es un país normal: pasan cosas que no pasan en otros lugares. No deja de parecerme bastante ilustrativo y explicativo que la Argentina haya sido un barco pirata antes que una república. Se juntan estos elementos: la locura, la épica, la piratería, y pareciera ser que esto se va repitiendo una y otra vez a lo largo de la historia. Como una matriz de lo argentino. —Y hay un personaje que es William Taylor, que aparece con esta con esta disyuntiva de dejar la escritura, la literatura, y para pasar a la acción. La audacia de pasar a la acción. ¿Cómo resuena eso ahora? —Creo que la respuesta a eso la dio hace ya muchos años Lord Byron, para mi juicio el poeta más brillante que dio Inglaterra, que en un momento de su vida decidió ir a luchar por la independencia de Grecia. Dio la vida por ese ese ideal. Este país está fundado por grandes intelectuales que en un momento pasaron a la acción y pudieron hacer las dos cosas. Yo pienso en Borges que alguna vez dijo que si de algo se arrepentía era de no haber vivido, es decir, que vivió a través de la literatura, de la escritura, de la de la lectura. Afortunadamente para todos nosotros. Porque tuvimos un Borges durante muchos años que nos legó todo los que nos legó. Y los errores, cuando pasás a la acción, son diferentes a los de la escritura. Podés escribir una página más o menos afortunada, más o menos desafortunada, pero no deja de ser letra escrita. Los errores o las hazañas que se cometan cuando pasás a la acción son lo que hacen historia. Y la historia está hecha de audacia. Sarmiento era escritor y finalmente terminó siendo el personaje fantástico que terminó siendo. Eso también es parte de la Argentina. Y uno como escritor también se pregunta hasta qué punto ser un narrador del presente y del pasado o tener algún tipo de participación en los sucesos. Y no es fácil. Lo digo habiendo dado algún paso por la política. Creo que lo mejor que puede hacer un escritor es escribir. "Creo que lo mejor que puede hacer un escritor es escribir" —La discusión política de los últimos años, en la que participaste activamente, era de polarización pero de gran intensidad. Ahora hay una especie de caricaturización: un artista, un escritor, alguien que se introduce en esa discusión rápidamente puede quedar atrapado dentro de un estereotipo. ¿Notás ese cambio? ¿Qué ves en esa transformación? —Hay varias cosas para decir. Me parece que hay un malentendido, en principio, con esto que se dio en llamar “batalla cultural”. A mí no me gusta hablar de batalla, me gusta hablar de discusión. Si alguien piensa que la batalla cultural se da atacando a una cantante, pegándole desde el lugar simbólico que significa ser el presidente de un país, atacar a tal o cual artista... bueno, eso no es una batalla cultural. Me parece que nunca se terminó de entender bien. Yo creo que el principal bien de un país, incluso el principal bien material, es su cultura. —¿Por ejemplo? —Francia fue lo que fue porque tenía la cultura que tenía, porque tenía la literatura que tenía, porque tenía los músicos que tenía. Cuando empezó a declinar la cultura francesa, después declinó Francia y perdió el protagonismo que supo tener. Inglaterra es lo que es gracias a su cultura. Y se impuso, no solamente por su flota, por los barcos piratas, sino principalmente por su cultura, porque Inglaterra es Shakespeare, es Lord Byron, son los Rolling Stones. Cuando uno ve que Inglaterra empieza a languidecer culturalmente, sospecha que también puede llegar a languidecer como potencia. Estados Unidos es lo que es por la cultura que tiene. Primero fue la de ese cine que dio Estados Unidos. Realmente es incomparable la literatura, la música de Estados Unidos. Pero no solo eso, es toda una estética. Podríamos citar centenares de ejemplos que terminan imponiéndose a nivel global. Y sobre eso después vienen los negocios. El gran símbolo cultural de Estados Unidos, por ejemplo, fue Harley Davidson: además de la industria que implica, fue un ícono cultural que tuvo que ver con “busco mi destino”. Primero está la cultura y después vienen la industria y el negocio. —¿Y acá? —Esto no se terminó de entender acá, en la Argentina. ¿Que el Estado no tiene que intervenir en la cultura? Me parece un error. Que la promoción de la de la cultura no es una tarea del Estado, por supuesto que no: estos subsidios delirantes que hemos visto en el cine, que hemos visto en distintas áreas, pero sí tiene que haber una política cultural, como tiene que haber una política educativa, como tiene que haber una política sanitaria. Hay un gran malentendido: esto que dieron en llamar la batalla cultural. —Durante muchos años el panorama político se rigió por la dicotomía kirchnerismo-macrismo. Las cosas estaban más o menos claras. Con la llegada de Milei, te debés sorprender viéndote en una vereda con personas con las que antes era imposible: dirigentes del kirchnerismo o intelectuales afines. Vi hace poco un editorial tuyo repudiando la represión a los jubilados y el terrible golpe que le dieron a Pablo Grillo. ¿Cómo analizás este reordenamiento, no solo político, sino cultural? —En principio lo que está pasando es que cayó una bomba de profundidad en el sistema político y en el sistema cultural argentino. Nadie esperaba que pasara esto que pasó: se rompió todo, quedó completamente destrozado el mapa político que vos mencionabas. Y uno tiene el reflejo de pensar que esta es la primera vez que pasa en la Argentina, pero en realidad esto ya pasó. Me parece que el mapa político, sobre todo en lo que tiene que ver con la cultura, está empezando a parecerse a lo que fue durante el menemismo. Es decir, estábamos en un espacio que, grosso modo, parecía común, pero adentro de eso había muy serias diferencias que se vieron después durante el kirchnerismo. Durante el menemismo había una apariencia de uniformidad en la oposición, pero realmente era muy diversa. Y eso eclosionó con el kirchnerismo. Me parece que también puso blanco sobre negro las diferencias que existían ya previamente a la eclosión del kirchnerismo. "Hay que estar muy atentos porque lo que se está produciendo es un quiebre de Occidente" —¿Sos optimista respecto a lo que se viene? ¿Qué desenlace imaginás? —No, no soy optimista en absoluto. Soy muy pesimista, incluso a nivel global. Lo que se está configurando en el mundo es muy preocupante. Hay una incertidumbre de todos los sectores que no solamente se expresan en términos económicos. Estamos asistiendo a una especie de colapso económico global que no sabemos para dónde va a derivar. Y muchas veces también es cierto que en la Argentina somos completamente miopes frente a lo que pasa a nivel global. Vos mirás los canales de noticias en general y casi no se le da importancia a lo que pasa en el resto del mundo. Y no se puede entender lo que pasa y lo que va a pasar en la Argentina si no es a la luz de lo que está pasando en el mundo. Y somos una ficha bastante poco significativa. Lo que yo pronostico es espantoso. —¿Qué va a pasar? —Me parece que estamos asistiendo a algo bastante parecido a un colapso de lo que se conoce. Son crisis que se dan de manera muy repentina. Con el diario del lunes podías prever que la crisis de 1930 se iba a producir por lo que pasó durante los años veinte. Son análisis a posteriori, claro. Hay que estar muy atentos porque lo que se está produciendo es un quiebre de Occidente. Eso es lo que, no sé si a propósito o sin darse cuenta, imita un poco Milei: esta cuña que pone Donald Trump entre Estados Unidos y Europa. Eso directamente significa pulverizar Occidente. Entiendo las razones, pero me parece que Europa durante la posguerra se la llevó bastante gratis. Yo entiendo los motivos del conflicto, pero lo cierto y objetivamente es que vos tenés un quiebre de Occidente y un ascenso muy grande de China. Y acá en la política eso se refleja en esa cuña que está poniendo Milei con el PRO, que es bastante parecida a lo que le está pasando a nivel global de romper un frente donde se suponía que los intereses deberían ser comunes. —Pese a este pesimismo que estás marcando, hay un optimismo que tiene que ver con esta pulsión de escribir en el medio del desastre. ¿Por qué seguir escribiendo? ¿Qué puede aportar la literatura en un escenario catastrófico como este? —Muchas de las mejores producciones literarias se dieron precisamente en los momentos más críticos de la historia. Y eso tiene sentido: en momentos críticos la escritura es mucho más fértil. Insisto: por vía literaria, por ese camino curioso que emprendemos los novelistas, desde la ficción, de intentar bordear la realidad y de alguna forma construirla, reconstruirla, trabajarla, lo que termina explicando los procesos históricos, a veces a priori y a veces a posteriori, es la literatura. Yo creo que la literatura es una forma de entender la historia, es una forma de entender los procesos, no lisa y llanamente, sino de otra manera, a veces parabólica, a veces metafórica. Hay ejemplos clásicos remanidos: 1984 fue una novela que predijo lo que iba a suceder. También con narrativas mucho más íntimas, con universos propios de los autores, como podría ser el de Kafka. Cuando ves esa desintegración de la realidad que propone Kafka, esa desesperación frente a una justicia que siempre se escapa, es un poco también lo que uno terminó viendo varios años después de su obra.
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