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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/04/2025 04:45
Enseñar no puede ser un acto solitario ni sostenido únicamente por una motivación personal (Imagen ilustrativa Infobae) Mientras el mundo debate cómo garantizar el acceso a la educación en el siglo XXI, un dato inquietante se impone con fuerza creciente: nos estamos quedando sin docentes. Según el más reciente informe de la UNESCO y el Equipo Especial Internacional sobre Docentes para la Educación 2030 -una alianza creada en 2008 que aboga por el profesorado y la profesión docente en todo el mundo- se necesitan más de 40 millones de nuevos docentes a nivel global para asegurar una educación de calidad y equitativa. En América Latina y el Caribe, la cifra asciende a 3,2 millones. Argentina no escapa a esta realidad: más del 40% de las vacantes docentes actuales corresponden al nivel primario, según un informe de PickApply, reflejando una escasez alarmante en uno de los tramos más sensibles del recorrido educativo. Esta tendencia global pone en riesgo el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 4 (ODS 4), que propone garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. ¿Cómo revertir esta crisis silenciosa pero profunda? La respuesta no es sencilla ni única, pero sí urgente. Debemos repensar la forma en que concebimos, formamos, acompañamos y valoramos a quienes eligen -o podrían elegir- la docencia como camino profesional. No alcanza con destacar su importancia en los discursos: se necesita una transformación real que contemple incentivos concretos, desarrollo profesional sostenido, mejores condiciones laborales y, sobre todo, una revisión profunda del sentido y la misión que le damos a enseñar. En esta línea, quienes deseen y se formen para roles docentes deberán re-significar la profesión. Se requiere una actitud orientada a un aprendizaje que trascienda los aspectos didácticos y pedagógicos, y que abrace la idea de aprender a lo largo de toda la vida -la misma actitud que esperamos fomentar en nuestros estudiantes-. La escasez de docentes no es un fenómeno aislado. Se entrelaza con la crisis vocacional de muchas juventudes, con la percepción social de la profesión y con un sistema que, en muchos casos, no ha sabido modernizarse al ritmo que exige el presente. A esto se suma un fenómeno que a primera vista podría parecer contradictorio: la caída sostenida de la natalidad. Según un análisis de EduLab, Argentina ya está atravesando esta transformación demográfica: se estima una caída de alrededor del 31% en la matrícula escolar en los próximos años. Aunque pudiera pensarse que con menos estudiantes sobran docentes, la realidad muestra lo contrario. Faltan perfiles, faltan incentivos, y también persisten lógicas laborales que dificultan la continuidad en el rol docente. En los últimos años, se observa una creciente rotación, abandonos durante el ciclo lectivo, dificultades para asumir compromisos de formación continua y, en muchos casos, una complejidad creciente en trabajar de manera colaborativa, tanto entre docentes como con otros profesionales que podrían enriquecer la tarea educativa con miradas complementarias. Estas señales también deben ser parte del diagnóstico. Durante la pandemia quedó en evidencia lo que muchos ya sabíamos: la escuela no es solo un espacio de transmisión de saberes, sino también un lugar de contención, vínculo y ciudadanía. En ese tiempo, docentes e instituciones desplegaron una creatividad y compromiso admirables. Pero también se visibilizó la fragilidad del sistema y la sobrecarga estructural que recae, casi exclusivamente, sobre quienes enseñan. Hoy, más que nunca, necesitamos reconocer que enseñar no puede ser un acto solitario ni sostenido únicamente por una motivación personal. Debe ser un compromiso colectivo, que convoque a toda la sociedad y en particular a las escuelas, como espacios estratégicos para reconstruir el valor social de la educación. Es imprescindible fortalecer la formación inicial y continua, generar condiciones reales de acompañamiento, fomentar el trabajo en equipos multidisciplinarios, garantizar el acceso a herramientas pedagógicas y tecnológicas, y reconocer profesionalmente el esfuerzo docente. Pero también debemos abrir la puerta a nuevas modalidades de enseñanza, más flexibles, colaborativas y contextualizadas. Esto no implica relativizar los saberes, sino entender que los caminos para llegar a ellos pueden y deben diversificarse. En un contexto de transformación permanente, la docencia debe poder volver a entusiasmar. No desde la retórica, sino desde proyectos educativos potentes, innovadores, con comunidades participativas y espacios que dignifiquen el oficio y lo vuelvan viable a largo plazo. Pensar hoy en el futuro docente no es solo una cuestión de proyección técnica o estadística. Es también una apuesta por la equidad. Porque donde falta un docente, crece la desigualdad. Y porque detrás de cada vacante sin cubrir hay una historia educativa interrumpida. En tal sentido, un primer paso sería empezar a mirar esta crisis con responsabilidad ciudadana. Ver en las plataformas o propuestas de los candidatos que elegimos cada dos años qué lugar le asignan a la educación, cuáles son sus compromisos reales, y, sobre todo, cómo valoran y proyectan las políticas públicas dedicadas a garantizar el derecho a aprender.
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