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  • Del increíble día que fue campeón con Central al orgullo de ver una tribuna con su nombre en Córdoba: las memorias del Pato Gasparini

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/04/2025 02:38

    Gasparini en Racing de Córdoba. La imagen es de 1977 Pertenece a una raza única, irrepetible y añorada. Los números 10 de las décadas del ‘70 y ‘80 en el fútbol argentino. Fue una época de esplendor, donde casi todos los equipos podían enorgullecerse de tener uno. Él apareció casi en silencio, del mismo modo que el equipo del que es emblema y máximo ídolo. Pero enseguida se hizo habitué del elogio por su calidad, pegada y panorama. Era un placer ver jugar a aquel Racing de Córdoba, pero más aún, observar la categoría infinita de Roberto Gasparini. El Pato. Divertido, carismático y lleno de anécdotas. Un verdadero personaje, al que es un gusto escuchar. Hace unos años, en una medida excelente, se decidió que cada una de las cuatro tribunas del más grande estadio de la provincia de Córdoba, el Mario Kempes, llevase el nombre de un símbolo de sus clubes más populares. Con absoluta justicia, la que le corresponde a Racing, fue bautizada como Roberto Gasparini, que así lo vive: “Es un gran orgullo, pero también para toda mi familia. No fue una decisión cualquiera, o que lo hicieron porque soy amigo de un político, sino que fue votado por la gente y esa es una alegría inmensa, como le debe haber pasado a Daniel Willington con Talleres, Luis Artime en Belgrano y Osvaldo Ardiles en Instituto. Eso quiere decir que te portaste bien dentro y fuera de la cancha. Porque si solo lo hacés en la faceta de jugador, el día que dejás de hacer goles, no te da bola nadie (risas). En mi caso, por suerte, puedo ir a ver a cualquiera de los equipos de la provincia y no tengo ningún problema”. Equipo de Racing de Córdoba antes de disputar la histórica final del Nacional 1980 frente a Rosario Central. Gasparini es el anteúltimo de los agachados. El segundo de esa fila, Luis Amuchástegui Cuando aún resonaban los ecos de la gloria del Mundial ‘78 y a una semana del histórico y sorprendente título de Quilmes como campeón Metropolitano, comenzó el Nacional de aquel año. Allí, Racing de Córdoba le dio los primeros trazos a su historia en el fútbol grande y el Pato fue protagonista: “Tenía 20 años y jugaba en la liga local. Pasar a disputar con equipos de AFA fue hermoso. El Coco Basile era el entrenador, que en los primeros partidos me mandaba al banco, pero siempre terminaba entrando, hasta que me pude afirmar como titular. Fue un cambio inmenso que lo sentimos, sobre todo, en que cuando cometíamos un error, nos costaba caro con un gol en nuestro arco. Era un aprendizaje permanente. Nuestro primer partido oficial fue contra Argentinos Juniors en su cancha. Perdimos 1-0 y el gol lo hizo Maradona. Agarró la pelota en el borde del área sobre la derecha, recortó para la zurda y chau, a otra cosa (risas)”. El estadio Córdoba colmado un par de horas antes de comenzar la final del Nacional 1980 La reaparición se dio en 1980. Sería un torneo histórico para Racing de Córdoba, una verdadera revelación: “Es el único segundo que los hinchas recuerdan con gratitud. A los de los otros equipos, los putean para toda la vida (risas). Arrancamos con humildad y fuimos sumando puntos. Cuando los demás se dieron cuenta que éramos un buen equipo, ya estábamos bien ubicados. Conseguimos la histórica clasificación en la última fecha, porque Estudiantes empató en Jujuy y nosotros goleamos a Racing 5-1. En el octogonal nos tocó Argentinos Juniors, pero por suerte no jugó Diego, porque estaba concentrado con la Selección y avanzamos. La semifinal fue una fiesta. Goleamos a Independiente en Córdoba 4-0 y les dimos un baile tremendo (risas). Ellos vinieron con todas las figuras, incluido Bochini. Es uno de los mejores partidos en la historia de Racing sin lugar a dudas. En la revancha perdimos 5-3, pero nos clasificamos con justicia a la final, donde perdimos con Central, quizás, por no saber defender. En la ida, cuando perdíamos 3-1, debimos tomar alguna precaución, pero seguimos yendo al frente como era nuestra forma. Terminó en goleada 5-1. En Córdoba, nuestra gente confiaba plenamente, porque llenó el estadio. Ganamos 2-0 y no nos alcanzó, pero estuvimos ahí. La clave de ese cuadro era que cada uno de nosotros sabía lo que tenía que hacer dentro del campo, por eso se daba esa excelente complementación. Mucho tuvo que ver el Coco Basile que fue como un padre para nosotros y ese fue su primer gran equipo. Su mérito fue convencernos de jugar igual en todos lados, sea en Córdoba o en Buenos Aires. Ganamos mucho de visitante y por eso nos clasificamos”. Levantando el trofeo que compartieron con la selección de Corea del Sur, en medio de un torneo increíble en 1981 El fútbol se ha ido poblando de leyendas, momentos y situaciones particulares. Racing de Córdoba atravesó una de ellas a mediados del 1981, que así evocó Gasparini: “En Corea del Sur, desde hacía varios años, se disputaba una copa que se llamaba Presidente, donde concurrían muchos equipos, todos campeones en sus ligas. Lo invitaron a Central, pero no podía por estar jugando la Libertadores, entonces fuimos nosotros, que habíamos salido segundos. Ganamos el torneo, pero fue una odisea increíble. Por empezar, nos dieron los pasajes, con fecha de regreso a los diez días, porque suponían que perdíamos y volvíamos enseguida (risas). El viaje fue tremendo y luego, una vez allá, jugábamos cada dos días y en distintas ciudades. Hacía un calor terrible y la comida fue todo un tema. Al principio nos dieron carne, pero a los pocos días nos dijeron que era de perro. Enseguida dijimos que no. El resto eran cosas crudas y rarísimas. Volvimos a lo primero, porque ya nos comíamos entre nosotros (risas). La final fue contra la selección de Corea y como terminó 2 a 2, nos dijeron que ambos éramos campeones, con un cambio reglamentario a último momento. Insólito. Para el regreso tardamos 64 horas. Pasamos por Japón, Las Vegas, Canadá y que se yo cuántos lugares más”. Su paso por Junior de Barranquilla en 1985 El Pato Gasparini configuraba al número 10 clásico. Panorama, buen trato de pelota, habilidad y mucha llegada al gol. Esas cualidades no pasaban desapercibidas y así le llegó la gran oportunidad del fútbol europeo: “Viajé a España en diciembre del ‘81. Pasé el año nuevo en Madrid y enseguida viajamos a Alicante, para incorporarme al Hércules, donde iba a ocupar una de las dos plazas de extranjero. Uno de ellos era el aquero polaco Tomaszewski, que se quería volver a su país, que atravesaba un conflicto social. Ese lugar era para mí. La historia es que me presentaron, al lunes siguiente firmaba el contrato y debutaba el miércoles contra el Real Madrid por la Copa del Rey. Cuando estaba terminando el partido de liga del domingo, el arquero del Hércules se tiró al piso, chocó con un delantero, que le abrió la rodilla. Fui al vestuario y ahí me comunicaron que, ante esa situación, Tomaszewski no se podía ir, por lo que me quedaba sin cupo. Increíble pero cierto. Y me tuve que volver”. Equipo de Rosario Central la tarde que se consagró campeón en la cancha de Temperley de la temporada 1986/87. Parados: Adelqui Cornaglia, Alejandro Lanari, Edgardo Bauza, Julio Pedernera, Ariel Cuffaro Russo y Hernán Díaz. Abajo: Osvaldo Escudero, Roberto Gasparini, Fernando Lanzidei, Omar Palma y Hugo Galloni El destino le iba a volver a jugar la carta de ser parte de otra de las mejores ligas del mundo muy poco tiempo después: “A fines de ese año, me vendieron al Milan, que estaba en la B, porque, por un tema de apuestas, lo habían descendido y allí no podía tener extranjeros. Pagaron la seña, pero había que esperar hasta junio que regresara a primera. Nos compraron junto con Juan José Urruti, compañero de Racing de Córdoba. En marzo, vino a buscarme Rafael Aragón Cabrera, el presidente de River, y le tuve que decir que no por esta situación. Allí fue donde lo compraron a Enzo Francescoli. Cuando llegó junio, el Milan desistió de la operación y me quedé sin ninguna de las dos”. La tarde de la consagración en cancha de Temperley El excelente rendimiento del Pato no pasó desapercibido para el doctor Bilardo, quien lo convocó a escasos dos meses de haber asumido como entrenador de la selección: “Un miércoles perdimos por penales con Independiente en Avellaneda por los cuartos de final del Nacional. Al llegar al vestuario estaba un viejo dirigente de AFA de apellido Porra que nos dijo: ‘Urruti y Gasparini se quedan en Buenos Aires porque viajan al torneo de Toulón’. No tenía ni el pasaporte, pero mi esposa me lo trajo desde Córdoba y el viernes a la mañana, partimos desde Ezeiza. Con Bilardo me llevé un montón de sorpresas. En la primera práctica, me senté en un tronco y vino un ayudante a decirme que me levantara porque eso a él no le gustaba. El debut de esa gira fue una derrota con Valladolid. En la cena posterior, estaba en la mesa con Gareca, Ruggeri y el Tata Martino. Por un comentario, nos salió una risa. Se puso como loco, diciendo que después de perder nadie podía estar así. Me di cuenta que nada tenía que ver con mi estilo. Jugué varios partidos en Toulón, pero nunca más fui convocado”. Con otro argentino, Sergio Verdirame, en su paso por Monterrey La noche del 6 de mayo de 1984 quedó en la historia porque el plantel de Racing de Córdoba ganó el Prode, gracias a su victoria sobre Ferro en el partido que cerraba la fecha. Roberto Gasparini fue el autor de los dos goles de la legendaria jornada: “No solíamos jugar al Prode, pero como había pozo vacante, tomamos la decisión. Un día, después de una práctica, nos sentamos en el vestuario de nuestra cancha y comenzamos: Partido 1 y se votaba por mayoría levantando la mano. Armamos una combinada con triples y dobles con el nombre de la esposa de Miguel Seronero, ya que los futbolistas no podíamos apostar. El día del partido, al juntamos para merendar, nos dimos cuenta que teníamos doce aciertos. Era el momento de la charla previa y el técnico Pedro Marchetta no sacó corriendo, mostrando la boleta: “¿Que charla técnica? Vamos para la cancha y ganemos” (risas). Así lo hicimos por 2-1 casi sobre el final. Al mediodía del lunes supimos que eran más de 90 los ganadores. Tocaban 17.000 dólares, menos el 30% de impuestos, nos quedaban 12.000 que debimos dividir por 40 y nos quedaron 300 a cada uno. Con eso pagamos la parrillada con la que festejamos la noche anterior y nos quedó para un postre en otro lado (risas)”. A fines de ese año 1984 llegó el momento de decirle adiós a su querido Racing. La oferta del Junior de Barranquilla concretó, por fin, el sueño de jugar fuera del país. Fue una muy buena temporada, donde marcó 27 goles, con el récord de haber convertido tres de tiro libre en el mismo partido: “Tenía un año más de contrato, pero en enero del ‘86, fallecieron en un accidente mi padre y mi hermano. Allí decidí que no podía volver a Colombia y algunos dirigentes de Racing reunieron la plata para comprarme pase y regresé por unos meses. A mediados del ‘86 me vino a buscar Central. En el clásico contra Newell´s, al patear un tiro libre, me molestó la pierna. Don Ángel Zof, que era el técnico, cuando estaba recuperado, me dijo que jugara en reserva para ir tomando ritmo, pero me negué. Después lo hablamos y contra Deportivo Español, me puso de centro delantero. Salí en el entretiempo, porque era imposible que rendiera en ese lugar. Hasta que, en una práctica, yo estando para los suplentes, se lesionó Di Leo, que era el lateral derecho. Ahí el viejo Zof lo pasó a Hernán Díaz de 8 a 4 y me colocó a mí en ese lugar. Cambió la historia, porque con el Negro Palma armamos una sociedad excelente”. Con la camiseta de Tigres de México, junto a otros argentinos. El primero de los parados es Jorge Borelli, el arquero, Ángel Comizzo. El Pato el último de los agachados Central fue encadenando una enorme campaña, en medio de uno de los torneos más parejos de aquellos años. Llegó a la última fecha, sabiendo que, con el empate en la cancha de Temperley, era campeón. Una jornada agridulce para el Pato: “Le quise hacer un sombrero al paraguayo Aguilar, que se me tiró con las dos piernas como desde cinco metros y me lesionó en la rodilla. Tuve que salir y a él lo expulsaron. Me quedé en el vestuario siguiendo el partido por radio y fue una gran alegría haber salido campeones, aunque no pude dar la vuelta olímpica. Me inmovilizaron la pierna. Viajamos de regreso a Rosario, donde la gente se juntó en el Gigante de Arroyito para festejar. Los directivos habían pedido un patrullero, para que me llevara directo a mi casa. Era increíble la cantidad de personas que había. Entonces le dije al médico: ‘Llevame para la cancha, que esta fiesta no me la pierdo’ (risas). Nos encontramos con mi señora en la puerta y me subieron hasta la platea, porque no podía caminar. Debajo de esa tribuna había un salón, donde se estaba desarrollando un casamiento. Cuando me vieron, me hicieron pasar, me sentaron en un sillón y ahí nos quedamos con mi mujer y los chicos. Un delirio (risas)”. El breve pero intenso romance con los Canallas llegó a su fin al concluir la temporada 1987/88, cuando nuevamente se abrieron las puertas de una transferencia al exterior: “Necaxa nos vino a buscar junto con el Negro Palma, que había estado en River con Griguol, pero sin jugar mucho. Justo llegó Menotti y le pidió que se quedara, entonces mi fui yo solo para México. Estuve un año allí, donde me fue muy bien, pero el técnico Maño Ruiz me dijo que no me tenía en cuenta, a punto de cerrar el libro de pases. Cuando me estaba por volver para Rosario, apareció Tigres y luego Monterrey, para completar mi paso por ese país. A principios del ‘95, se dio la vuelta definitiva a Argentina para ponerme la camiseta de Talleres. De chico, todos en la familia éramos hinchas de Talleres. Mi viejo, muy fanático. Al punto que cuando ya fui jugador profesional y lo tenía que enfrentar, llevaba a mi madre y a mi esposa a la cancha, pero él se iba. Mi hermano del medio se fue a jugar a Belgrano y se hizo hincha y a mi me pasó lo mismo, desde que llegué a las inferiores de Racing y hasta el día de hoy. Por todo lo que viví luciendo esa camiseta. Después estuve en Estudiantes de Río IV y el regreso a Racing, que peleaba en el Argentino B, donde nos volvimos a juntar con Amuchástegui y Urruti, como en los viejos tiempos”. En la actualidad con el equipo de sus amigos Era el momento de la despedida, de dejar atrás esa vida de jugador, plena de adrenalina. Sin embargo, no fue algo traumático para Gasparini: “No me costó para nada, porque yo hacía una vida normal, más allá del fútbol. Ahora lo disfruto como espectador por televisión o yendo a la cancha. Y, por supuesto a mi familia, aunque con mi esposa tenemos a nuestra hija e hijo viviendo en España, a donde vamos todos los años. A los tres nietos los vemos en las videollamadas. Ellos me dicen Patuli (risas), porque no hay nadie que no me llame Pato, el apodo que me viene desde la infancia, por la manera de caminar”. El Pato Gasparini. Un fenómeno dentro de la cancha, que también lo fue, y es, fuera de ella. Esa combinación que, a veces, no es moneda corriente. Los de mi generación, que andamos por los 50, fuimos afortunados de ver cada domingo a esos cracks, que llenaban de magia cada centímetro del verde césped. Siempre le estaré agradecido a mi viejo, que un mediodía de domingo, me dijo de ir a ver Vález contra Racing de Córdoba en Liniers. Mis 9 años lo miraron con asombro. Su respuesta se hizo realidad pocas horas después: “Quiero que veas al 10. Se llama Gasparini”. Gracias viejo por el consejo. Gracias Pato por el fútbol.

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