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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/04/2025 05:11
El pastor luterano alemán Dietrich Bonhoeffer es un símbolo de la resistencia antinazi: fue arrestado en 1943 y ejecutado el 9 de abril de 1945 en el campo de concentración de Flossenbürg. El tiempo que pasó en prisión lo dedicó a tratar de entender y explicar la conducta de sus compatriotas, en la correspondencia que intercambió con sus padres y con un amigo, Eberhard Bethge, que luego de su muerte fue compilada y publicada bajo el título Resistencia y sumisión. ¿Cómo fue posible que un país culto y avanzado como Alemania, la tierra de tantos poetas, científicos y filósofos trascendentes, cayera bajo el influjo del nazismo, de una doctrina cuyos fundamentos eran el racismo y el supremacismo era el interrogante que se planteaba Bonhoeffer. ¿Cómo explicar la aparente incapacidad de una inmensa porción de la población para tomar conciencia de las atrocidades que se estaban cometiendo? ¿Cómo explicar la complicidad activa o pasiva de tantos frente a acciones que violaban principios esenciales de una ética humana? Fue entonces cuando formuló su célebre tesis sobre la estupidez, una de las fases más trascendentes de su legado intelectual. Las cartas de Bonhoeffer desde la prisión Para Bonhoeffer, la respuesta a los interrogantes que suscitaba la actitud de la gente ante el régimen estaba en la estupidez y no en la maldad. Pero no se refería a la estupidez como un rasgo individual sino como un fenómeno social, colectivo y de índole moral antes que intelectual. Tampoco lo ve como algo innato al individuo. La estupidez surge de la vida de relación porque se contagia. Por eso podemos ver a personas muy inteligentes comportarse como estúpidas, porque ello es un rasgo de personalidad y no resultado de la falta de capacidades mentales. La persona estúpida es peligrosa pero no porque no sea inteligente, sino porque ha renunciado a razonar críticamente ya que tiende a aceptar dogmas y órdenes sin cuestionarlos. “La estupidez es un enemigo más peligroso para el bien que la maldad”: es una de las definiciones más difundidas. El mal puede ser combatido con más facilidad porque es evidente, decía, genera reacciones contrarias, motiva a exponerlo y a enfrentarlo. En cambio la estupidez no puede ser enfrentada con la racionalidad, la lógica o las evidencias, porque no atiende a esos argumentos. Pensemos que Bonhoeffer había pasado años predicando y tratando de convencer a sus compatriotas de no adherir al nazismo, una batalla que debió librar en el seno de la propia Iglesia Luterana porque buena parte de sus autoridades también cayeron en esa riesgosa estupidez que él percibía. Dietrich Bonhoeffer fue el sexto de ocho hermanos. Empezó sus estudios de teología a los 17 años La lectura de la exposición de la hipótesis de Bonhoeffer sobre la estupidez resulta de una actualidad y vigencia sorprendentes. “La estupidez -escribió- es un enemigo más peligroso del bien que la malicia. Se puede protestar contra el mal; éste puede ser expuesto y, si es necesario, prevenido mediante el uso de la fuerza. El mal siempre lleva en sí el germen de su propia subversión, pues deja en los seres humanos al menos una sensación de inquietud. Contra la estupidez estamos indefensos. Ni las protestas ni el uso de la fuerza sirven de nada en este caso; las razones caen en oídos sordos; los hechos que contradicen los prejuicios de uno simplemente no deben creerse —en tales momentos, la persona estúpida incluso se vuelve crítica—, y cuando los hechos son irrefutables, simplemente se descartan como intrascendentes, como incidentales. En todo esto, la persona estúpida, a diferencia de la maliciosa, está completamente satisfecha de sí misma y, al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa al atacar. Por eso, se recomienda mayor precaución al tratar con una persona estúpida que con una maliciosa. Nunca más intentaremos persuadir al estúpido con razones, pues es absurdo y peligroso”. Esta alusión al peligro posiblemente se deba al fenómeno de la delación del que Bonhoeffer habrá sido testigo, por otra parte inherente a todos los regímenes totalitarios. El pastor luterano Dietrich Bonhoeffer Bonhoeffer precisó que la estupidez no es un defecto intelectual sino moral. Tampoco es un rasgo congénito, sino que en determinadas circunstancias las personas se vuelven estúpidas o permiten que les suceda. Es menos un problema psicológico que sociológico y por eso suele ser un fenómeno de contagio. El hecho de que una persona estúpida sea testaruda no implica que sea independiente, advierte Bonhoeffer. Al contrario, está bajo hechizo y al tratar con esa persona, la impresión que se tiene es que se está hablando con eslóganes y consignas. La estupidez no es lo mismo que la ignorancia, por lo tanto no puede ser vencida por la vía de la instrucción, como puede serlo la ignorancia, sino por la vía de una liberación. Y eso debe darse primero por una acción externa, antes que interna. O sea, del estúpido no se puede esperar nada. Para Bonhoeffer, este fenómeno se da bajo ciertas condiciones. Todo ascenso de un poder fuerte, ya sea político o religioso infecta de estupidez a buena parte de la Humanidad. Frente a esto, las personas, más o menos conscientemente, renuncian a su autonomía de pensamiento. El poder utiliza propaganda, intimidación o manipulación emocional para instalar un conformismo acrítico. Bonhoeffer junto a sus padres La hipótesis de Bonhoeffer es de una vigencia palmaria. No sólo se aplica a la Alemania de los años 30; también explica muchos otros fenómenos más o menos masivos que se desarrollan incluso en la actualidad, sin necesidad de regímenes autoritarios pero con otros mecanismos de hegemonía. ¿Cómo explicar si no, por ejemplo, el brote de feminismo extremista en las sociedades occidentales en las que del patriarcado apenas si queda el recuerdo? O que tantas personas que no tienen un déficit intelectual insistan en denunciar una inexistente discriminación salarial por género? El hecho de que no puedan aportar un solo ejemplo de categoría de actividad en la cual se pague menos a una mujer que a un hombre, no los desanima en lo más mínimo. Hasta se crearon estructuras en el Ministerio de Economía para producir papers sobre algo que sólo existe como consigna… Los ejemplos sobran. HOMBRE DE PENSAMIENTO Y DE ACCIÓN “La acción no brota del pensamiento, sino de la disposición a la responsabilidad. La prueba definitiva de una sociedad moral es el tipo de mundo que deja a sus hijos”, dijo Bonhoeffer. Coherente con esa convicción, él no fue solo un intelectual. Dietrich Bonhoeffer nació el 4 de febrero de 1906 en Breslau, en el seno de una familia de buen pasar. Fue el sexto de ocho hermanos. Su padre era neurólogo y psiquiatra, y como tal cuestionó los planes de esterilización (eugenesia) de Hitler. Los hermanos Bonhoeffer Tenía 8 años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. En 1918 su hermano Walter murió en el frente. Bonhoeffer empezó sus estudios de teología a los 17 años. Se formó en Tubinga y Berlín, e hizo un año de práctica en Barcelona, España. Regresó a Berlin y presentó su tesis pero debió esperar a cumplir los 25 años, la edad mínima requerida, para ser ordenado pastor. En ese año de espera viajó a Nueva York para hacer algunos cursos de especialización. El 11 de noviembre de 1931, con 25 años, fue ordenado como ministro de la Iglesia Luterana. Desde 1933, año del ascenso de Hitler al poder, el régimen intentó tomar el control de la Iglesia, lo que desató un debate interno y finalmente una división en el protestantismo. Bonhoeffer se contaba entre los que pensaban que había que enfrentar al régimen, en coincidencia con otros pastores, como Martin Niemöller, autor del famoso poema que muchos atribuyen erróneamente a Bertold Brecht: Primero vinieron por los comunistas y no dije nada porque no era comunista. / Luego vinieron por los socialistas y no dije nada porque no era socialista. / Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque no era sindicalista. / Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque no era judío. / Luego vinieron por mí y no quedaba nadie que dijera nada por mí. El pastor luterano Martin Niemöller (1892-1984) También él fue encarcelado por el régimen, pero sobrevivió Del poema hay varias versiones porque Niemöller lo recitaba en sus sermones. Bonhoeffer por su parte escribió el ensayo El costo del discipulado, en el que hacía un llamado a una obediencia fiel y radical a Cristo, y cuestionaba duramente al cristianismo de entonces al que veía conformista y eludiendo su responsabilidad. Ahora bien, de 1933 a 1935 estuvo en Londres como pastor de dos iglesias protestantes de la comunidad alemana de Londres. De regreso a Alemania, dirigió un seminario clandestino para pastores de la llamada Iglesia Confesante, el movimiento que reunía a los protestantes que se oponían al régimen. Pero progresivamente, el gobierno fue restringiendo el accionar de Bonhoeffer. En 1936 le retiraron la licencia de profesor y ya no pudo enseñar. En 1937, la Gestapo detectó y cerró el seminario de la Iglesia Confesante y al año siguiente le prohibieron predicar y publicar sus escritos. En 1939, Bonhoeffer viajó a Nueva York y aunque tenía la posibilidad de radicarse allí, sintió que debía estar en su Patria con los suyos y regresó a Berlín. Fue arrestado en abril de 1943, por su participación en una operación para ayudar a judíos a huir hacia Suiza. Lo enviaron a prisión bajo la acusación de conspiración. Pasó un año y medio en la cárcel de Tegel en Berlín. Dietrich Bonhoeffer en la prisión de Tegel (el 2o desde la derecha) Peor a mediados de 1944, después del atentado fallido contra Hitler del 20 de julio, las autoridades dijeron haber hallado pruebas de la participación de Bonhoeffer en el complot, a pesar de que estaba en prisión desde hacía más de un año. Lo único cierto es que familiares suyos habían participado, entre ellos su tío, Paul von Hase, que fue ejecutado el 8 de agosto de ese año. Ese mismo día, Bonhoeffer fue trasladado a la prisión de la Gestapo donde fue interrogado y en febrero de 1945 fue enviado al campo de concentración de Buchenwald. De allí lo trasladaron, en abril de 1945, al Campo de concentración de Flossenbürg, donde fue ejecutado, junto a varios oficiales considerados traidores por el régimen nazi, entre ellos, el almirante Wilhelm Canaris. Su hermano Klaus Bonhoeffer fue ejecutado en Berlín junto con otros doce partícipes de la conspiración. La víspera de su ejecución, Bonhoeffer predicó por última vez, por pedido de sus compañeros de infortunio. Un camarada del campo contó que sus últimas palabras fueron: “Este es el fin; para mí el principio de la vida”. Tenía 39 años. Un testigo de la ejecución, el médico del campo Flossenbürg, escribió: “Se arrodilló a orar antes de subir los escalones del cadalso, valiente y sereno. En los cincuenta años que he trabajado como doctor nunca vi morir un hombre tan entregado a la voluntad de Dios”. El cuerpo de Dietrich Bonhoeffer fue incinerado. Una placa lo recuerda en el campo donde murió. Placa conmemorativa en el campo de Flossenbürg, donde fue ejecutado Dietrich Bonhoeffer, el 9 de abril de 1945
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