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  • Santa Rosa

    » Diario Cordoba

    Fecha: 01/04/2025 01:55

    La tarde iba a requerir coraje y entereza, así que aquella mañana estuve escuchando canciones de María Dolores Pradera. Llegué renqueando a los días de sol; desesperado por tanta lluvia, me rebelé, y lo pagué con un resfriado. Aun así, empecé a caminar con paso firme hacia mi destino. A veces es posible desoír el malestar propio. Ahora que ha llegado el buen tiempo, me alegro por los adictos, que ya no son los únicos que fuman y beben en las terrazas; esas soledades, los días de frío y viento, duelen a la vista. En una mesa de aluminio, al abrigo de un toldo con ventana de plástico, diferencié a uno, al que delataba una cerveza que brillaba demasiado a las diez de la mañana; barba de seis días, pelo graso pegado al cráneo, cruce de piernas imposible, mejillas de mojama: vidas que se fuman mecánicamente, sin ganas. Me crucé con carritos de la compra y de bebés hasta que llegué a la calle que buscaba. Santa Rosa es ladrillo visto y ajetreo; saludos (mealegroveros) de una señora en bata rosa desde su balcón; parejas jóvenes construyendo un futuro a diez minutos del centro; una frutería, un supermercado, una tienda de trajes de gitana, una librería-papelería: una ciudad en apenas doscientos metros de calle. Las aceras palpitan. Entré en la cafetería La Tostá, que tiene sillas y mesas de exterior en su interior. Los cristos se mezclaban con estrellas del carnaval; los atrapasueños, con el escudo del Córdoba CF. Susanna Griso moderaba un debate sobre el libro inspirado en el crimen de José Bretón, y un hombre, frente a la pantalla, negaba con la cabeza. Al otro lado, dos chavales con sudaderas y gorras de publicidad manchadas de pintura hablaban de fútbol y bebían anís; en la terraza, una mujer metía el sobre de azúcar del café en su bolso. Levanté la vista y me fijé en un altarcillo que había detrás de la barra, junto a una camiseta deportiva enmarcada, y adiviné llaveros del Atleti y un dólar. El camarero salía de vez en cuando a darle caladas a un cigarro de liar; en la cocina, una mujer revisaba el móvil con los codos apoyados sobre la encimera. La tostada estaba buenísima. Pagué y le pregunté al camarero por el mapamundi que había colgado en la pared, que estaba al revés. «Lo compré así y lo dejé así», me respondió, y nos reímos. Salí encantado de la cafetería. Ya no me inquietaba la tarde. De vuelta, recorrí la calle Cruz de Juárez, donde he comido hamburguesas de madrugada en un coche aparcado, donde estuve a punto de matarme con una Vespa. Jugaba por jugar. Pasan los años y uno no se da ni cuenta. *Escritor

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