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» El litoral Corrientes
Fecha: 30/03/2025 02:53
Desde el punto de vista de la legitimidad social si un conjunto de individuos definiera que un delincuente lo representa cabalmente no debería fijarse ninguna barrera para esa convicción. En todo caso el debate sería ético y claramente valdría la pena escuchar argumentos en una y otra dirección. Por alguna razón extraña una mayoría significativa de los ciudadanos intenta ir por el camino más duro, el de la ley. Justifican su postura entendiendo que no habrá mejor manera de evitar lo que consideran incorrecto que no sea el de crear una muralla difícil de cruzar. El intercambio parlamentario avanzará o eventualmente se terminará postergando el tratamiento de este proyecto hasta el infinito, pero la comunidad debe tener plena conciencia que su voto lo ejerce como mejor le parece y eso no depende de la intrincada dinámica de la política contemporáneo sino de algo que está a la mano, su decisión soberana. En ese contexto resulta mucho más apasionante y pragmática la conversación acerca de cómo excluir postulantes en un año electoral que propone múltiples convocatorias a las urnas, en meses diferentes, y en todas las jurisdicciones, es decir en ciudades, provincias y en el ámbito nacional obviamente. Aparecerán aspirantes a montones y será una tarea compleja separar la paja del trigo. Se necesita depurar la política, de eso ya no cabe duda alguna. Eso implica desechar personajes siniestros, colados que nunca faltan, oportunistas de ocasión, pillos buscando fueros, eternos reciclados, dirigentes jubilados ansiosos de regresar y todo tipo de atorrantes que pululan en la fauna doméstica, sin pudor ni disimulo alguno. Muchos de ellos saben que son impresentables, que no tienen ni capacidad ni talento, ni experiencia ni soluciones, pero su vocación por vivir de lo ajeno es superlativa. Son cínicos y no les cuesta nada mentir a cara descubierta, son estafadores crónicos, sociópatas empedernidos y sus objetivos están tan claros que para conseguirlos no les tiembla el pulso y harán lo imposible por llegar a su meta, sin escrúpulos y sin sonrojarse. La gente tiene modo de identificarlos. No es tan complicada la gestión. Hoy la tecnología permite rastrearlos, conocer sus historias de vida, sus prontuarios políticos y judiciales, su derrotero en el mundo real, sus éxitos si es que pudieran exhibir alguno. Solo hay que tomarse el responsable trabajo de usar el voto como se debe, sin tirarlo a la basura, haciéndolo valer sin titubeos, siendo más exigente con esos lideres y también puertas adentro. No se puede caer en la laxitud de entregar la voluntad cívica y hacérsela tan fácil a los caraduras de siempre. Hay que levantar la vara, pero no hay que esperar que la política haga la tarea. Ellos son reactivos, atropellan hasta donde se les permite. Sí cada persona se pone más demandante y no deja pasar ningún antecedente opaco, si evalúa los talentos y la preparación de los que quieren ocupar puestos relevantes, la calidad de la política se modifica velozmente. El problema de fondo no es que los chantas se propongan, ni tampoco es un drama que los inservibles que aparecen de todos lados pretendan ser ungidos. La tragedia sobreviene cuando una sociedad cómplice avala semejante disparate, bajo el patético argumento de que no hay opciones mejores. Nada va a mejorar por arte de magia. Sin una ciudadanía rigurosa, nada cambiará. Todo dependerá de la contundencia con la que todos se impongan ante la pobre oferta partidaria. Hay que criticar con dureza a las corporaciones y plantearles que este momento no necesita de más de lo mismo, sino de lo nuevo y fresco, de lo distinto y profesional, de caras e ideas diversas porque las anteriores no han servido mucho a la luz del presente. No es vital una norma que prohíba candidaturas. Allí no está el centro de gravedad de este asunto. La gente tiene el deber y la posibilidad de ser protagonista y cumplir con su papel. Si en las próximas elecciones ganan los charlatanes, o siquiera consiguen una banca, la culpa habrá que buscarla en el lugar adecuado. No se puede esperar que un sinvergüenza se comporte con honestidad e integridad. No sería razonable pedirle conductas atinadas a quienes han hecho de la mentira y la trampa su modo de vida. A hacerse cargo, a reflexionar. Hay tiempo para hacer lo correcto y evitar que los mismos de siempre se salgan con la suya de nuevo.
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