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» Elterritorio
Fecha: 29/03/2025 10:28
Hace unos cuantos meses, Pepe Bertrán me convidó con un texto realizado por su tío abuelo Edmundo Escalada... sábado 29 de marzo de 2025 | 6:00hs. Hace unos cuantos meses, Pepe Bertrán me convidó con un texto realizado por su tío abuelo Edmundo Escalada, el relato detalla un viaje a Misiones, a principios del siglo pasado, al momento de escribirlo -alrededor de 1965 o 1966- el autor tenía unos 80 años; lo transcribo…no tiene desperdicio: “(…) No recuerdo en que año fue que mi padre Don Emilio Antonio Escalada, empleado en el Banco de la Nación en la sucursal recientemente fundada de Santo Tomé, me mandó en su representación a visitar a su Hermano Don Avelino Escalada, establecido en Itacaruaré, Misiones, con casa de negocio que abastecía a pobladores de la zona que se dedicaban a plantar tabaco que luego elaboraban en tabaco negro en cuerda y tabaco colorado en hoja. Allí tío Avelino era acopiador y recibía el producto que luego entregaba a los compradores de Buenos Aires, de donde después nos mandaban cigarrillos en paquetes de 20, que se vendían por aquí, a 0,20 y 30 cts el paquete. También venía el tabaco picado, que se vendía suelto o en paquetes según gusto del comprador. Esto era un lujo, pues la mayoría de las poblaciones de estos lugares y del Brasil, fumaban cigarrillos en vueltos en chalas de maíz, con tabaco picado a mano del tabaco de cuerda. Bueno, en esa época me mandó mi papá a visitar al tío que se encontraba enfermo y él no podía venir por su empleo en el Banco. El viaje lo hice en galera de Santo Tomé hasta Playadito y de allí a Concepción de la Sierra, en un carrito de cuatro ruedas que llevaba pasajeros y la correspondencia. El viaje era medio incómodo pero a la vez pintoresco por la zona recorrida, cruzada de campos, montes y arroyos en casi todo su trayecto. De Concepción de la Sierra a Itacaruaré a caballo, cruzando hermosos arroyos, a veces a nado según las lluvias todo el camino. Llegado a destino fui recibido por mis primos y primas que esperaban ya al viajero. Mi tío estaba en cama pero pronto mejoró y andaba a caballo recorriendo sus plantaciones y cuidando un lote de ganado vacuno de su propiedad. Pronto me adapté a la vida en el monte, que recorría todos los días a caballo con mis primos juntado animales metidos en el monte o haciendo mandados en los almacenes vecinos. Las costumbres de los pobladores casi todos de origen brasileño. Eran para mi novedosas; empezando por el saludo entre padres e hijos o entre menores y personas mayores que se acostumbraba a hacer, juntando las manos como se hace para rezar y se dice, o mejor se pide la bendición, si es a los padres antes y después de acostarse y si son personas mayores, se pide nomás la bendición, a la que se contesta diciendo: Dios te de salud y te ayude. La gente era muy creyente, continuamente recorren los caminos y poblaciones grupos de personas a caballo que llevan como especie de estandarte con colgajes de citas de diversos colores, paseando el Espíritu Santo, donde se reúnen todos los vecinos y rezan sus oraciones que duran dos o tres días. Los entierros en el cementerio son acompañados por los deudos y amigos del finado, que marchan al compás de bombo y si es angelito el difunto con acompañamiento de acordeón. En la casa de mi tío había una especie de altar con imágenes y santos, donde se rezaba todas las noches antes de acostarse, de manera que me encontraba en un ambiente de austera religiosidad y sí supe por referencia de mis familiares primos y primas, de la existencia en las inmediaciones del famoso Cerro del Monje, donde había una capilla que guardaba un Santo muy milagroso llamado “Nuestro Señor de la Soledad” al que concurría gran cantidad de fieles venidos de lejanas regiones incluso hasta de Buenos Aires, a pagar promesas, rezar oraciones, y prender velas al Santo. Se decían tantas cosas que quedé intrigado por conocer el lugar personalmente y así fue que enterado mi tío de mis deseos, me preparó el viaje a caballo, acompañado por un negro criado de la familia. Con gran entusiasmo inicié la partida guiado por mi acompañante; en el trayecto me contó innumerables cuentos del Santo y lugares del Cerro que para ellos eran todos sagrados, como lo eran todas las cosas del cerro y las plantas (todas medicinales), como así también agua que se recogía de una gruta existente en la cumbre al lado de la Capilla y de vertientes en el monte. Al llegar al pié del Cerro, bajamos para arreglar nuestros secadores, pues como era muy pronunciada la subida por un estrecho camino, había que apretar la cincha bien adelante, pues de lo contrario se corría el riesgo de salir y caer por el anca del montado con recado y todo. Cuando subimos encontramos una enorme víbora crucera de las bien temerosas que se nos cruzaba en el camino. Yo pare mi caballo y le dije al guía ¡mátela! Pero él me contestó que eso no se podía hacer, porque los animales que habitaban allí eran todos sagrados y no se podían tocar. Hizo ruido con una rama y esperamos que el animal siguiera su camino y nosotros el nuestro. Cuando llegamos a la cumbre bajamos atando en los árboles nuestros montados y empezó para mi el espectáculo mas sublime. Imaginado en medio de aquella soledad en presencia de y a la vista de grandes árboles de los que se habían hecho grandes cruces. Con gran unción mi acompañante se persignaba y basaba cada cruz y o lo imitaba con gran temor de no sabe hacer bien tales ceremonias. Así llegamos a la Capilla; casita toda hecha de madera y rodeada de una espesa capa de cera de vela derretida, de la gran cantidad de ellas que encendían alrededor de ella. La puerta estaba cerrada, mi guía me dijo que lo esperara un rato allí, que él bajaría por la ladera del cerro donde andaba el encargado echando árboles, para pedirle la llave y poder ver al Santo que era lo que me interesaba. La espera fue un momento de angustia para mí al quedarme solo en ese imponente lugar del cual divisaba como un hilo de plata, las aguas del río Uruguay que cruza casi al pié del enorme cerro. (…)” (Continuará). ¡Hasta la semana que viene!
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