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» Diario Cordoba
Fecha: 28/03/2025 05:51
La editorial Anagrama ha decidido suspender de forma indefinida el libro El odio, firmado por Luisgé Martín, a quien no he tenido el gusto de leer, que pretendía indagar en el asesinato de Ruth y José Bretón Ortiz a manos de su padre, unos hechos por los que cumple condena tras ser considerado culpable por todas las instancias jurisdiccionales. El sello, que sí publicó El adversario, de Emmanuel Carrèrre (todos en pie), había aguantado los primeros pulsos lanzados en los tribunales por la Fiscalía que, a instancias de la madre de los niños asesinados, había exigido el secuestro judicial de la obra. No sorprende que se haya defendido la censura del libro. No, al menos, por parte de la madre de los niños asesinados en lo que parece una reacción lógica y humana. Sorprende, sin embargo, que haya habido tanta gente, mucha de ella muy influyente y con cargo público, que no solamente no quería leer la obra sino que, además, estaba dispuesta a hacer lo posible para que no la leyera nadie. Entendemos la superioridad moral que se gastan estos paladines de la virtud. Sorprende que políticos supuestamente liberales y que gente a la que se le caen las palabras libertad y democracia de los bolsillos del gabán, hayan presionado por la prohibición preventiva. El descubrimiento de la objeción de conciencia del librero ha sido un verdadero hallazgo de esta nueva moralidad. José Bretón es el epítome del mal. Digámoslo de una vez no vaya a ser que haya quien nos considere blandos, tibios o favorables al asesinato en cualquiera de sus modalidades. Mató a sus hijos, se deshizo de sus cuerpos y montó un espectáculo para intentar librarse de sus monstruosas responsabilidades. Todo ello por hacer todo el daño posible a la que había sido su esposa. Pero este país, pese a una acreditada legislación constitucional, ha mostrado su cara más regresiva contra la creación, la libertad de imprenta, la transmisión de ideas. Pese a la prohibición de la censura previa y las restricciones al secuestro judicial, el infierno son siempre los otros, que dijo Sartre. No sé si los arcángeles del pensamiento correcto son capaces de ver lo que han conseguido. Si llegarán a arrepentirse algún día de haberlo logrado. Pero la libertad de creación, también la literaria, solamente nos apela de verdad cuando nos incomoda, en ese momento en que nos empieza a dar asquito del bueno. «¿Qué lee el señor?», pregunta Polonio en el segundo acto de la historia de un príncipe danés que se hace la loca. «Palabras, palabras, palabras», responde el noble, de nombre Hamlet. Tan poderosas. Desconfíen siempre de ellas y, sobre todo, de quienes las quieren fuera de circulación. Esos sepulcros blanqueados son los peores. *Periodista Suscríbete para seguir leyendo
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