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    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/03/2025 03:38

    Eso de la belleza está en el interior, el bien se impone al mal, el valor de la amistad o el deshonor de la mentira lo aprendemos en la infancia, con bellas que bailan con bestias, cenicientas con zapatos de cristal, enanos aliados o una nariz que no deja de crecer. Un patito feo da esperanza a los diferentes y los tres cerditos nos advierten de la necesidad de una vivienda segura. A los primeros cuentos les vamos sumando relatos. A algunos, la religión les aporta parábolas. A todos, la propia vida nos dicta nuevos renglones. Pero por muchas historias añadidas, los cimientos infantiles prevalecen. Aunque solo sirvan para delatar nuestras contradicciones. Algo tan básico como el bien y el mal. Valores básicos de la civilización. Primero fue la burla sobre el buenismo. Después, contra el ‘wokismo’. Palabrejas inventadas para desprestigiar lo que no deja de ser la defensa de los derechos humanos. Así, se cuestionan todos los avances conseguidos en el feminismo y en la defensa de la diferencia. Que si se ha ido demasiado lejos, que si los chiringuitos, que si la coerción a la libertad. Porque, claro, hace décadas, las personas LGTBI y las mujeres estábamos divinamente. Cuando no perseguidas, encerradas en casa. Pero el descenso a los infiernos continúa. Ya no es solo la descalificación verbal o la toma de decisiones contrarias a los derechos humanos, es la teatralización de la vileza. La ostentación pública del desprecio a la vida. Los matones del colegio han tomado las riendas del mundo. O, al menos, eso pretenden. Mandatarios que se enorgullecen de la crueldad de su política. Gobernantes que se burlan de las víctimas. Partidos que hacen bandera de la xenofobia y se relamen negando la violencia de género. Pero, también, jóvenes que exhiben su machismo, racismo y homofobia. Humillaciones, amenazas e insultos se proclaman a voz en grito, en las redes y ante los micrófonos de los medios. No solo ha desaparecido el mínimo pundonor ante la cometida del mal, sino que el mal sirve como refugio ante los errores. Ahí está Carlos Mazón, el hombre que cayó en un agujero negro mientras sus vecinos se enfrentaban a la muerte. Cuando emergió, hizo de la mezquindad y del embuste su defensa. Casi cinco meses ha tardado en esbozar unas disculpas que nadie cree. Todo sirve para su supervivencia, incluso abrazar el discurso ideológico de Vox para aprobar los presupuestos. Cuando Trump maltrata a Zelenski ante los ojos del mundo o el régimen de Bukele ejerce la brutalidad sobre los migrantes enviados por EEUU o Netanyahu rompe la tregua en Gaza y bombardea áreas pobladas de niños, siguen un mismo guion dramático. Y, lo peor, es que saben que provocan la fascinación de una parte de los espectadores. Quizá los que creen que todo está mal. O sienten que todo les va mal. Mal por mal, que arda todo. De un plumazo, las enseñanzas infantiles dinamitadas. El patito feo se convierte en un errante de la tierra y el lobo se zampa a Caperucita provocando aplausos fervorosos. No hay espacio para la compasión.

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