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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 25/03/2025 01:50
Por Alejo Paris (Especial para ANÁLISIS) El imperativo “proceda”, pronunciado por el entonces presidente Néstor Kirchner, todavía reverbera desde aquel ya lejano 24 de marzo de 2004. El jefe del estado mayor del ejército, Roberto Bendini, cumplió con la indicación y descolgó los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone del colegio militar de El Palomar. Una parte de la historia reciente comenzaba a escribirse en ese preciso acto. El episodio, sin embargo, tiene detalles que fueron desconocidos durante mucho tiempo: los retratos descolgados aquel día no fueron los que debían ser. No se trató de una confusión, sino de una estrategia premeditada para contrarrestar un sabotaje. Además del profundo valor simbólico, aquel homenaje sería fundacional de la narrativa K. Sin embargo, los cuadros que debían ser descolgados fueron robados por un grupo cadetes la noche anterior. La información no se hizo pública. En lugar de eso, se ordenó imprimir y encuadrar otra fotografía a partir de los negativos originales. La estrategia tuvo su efecto deseado. Para la gente, los retratos que habían sido descolgados aquel día eran genuinos. Desde entonces, el relato quedó instalado de manera definitiva. En el libro titulado El cuadro (Planeta, 2023), los periodistas Joaquín Sánchez Mariño y Julián Zocchi llevaron adelante la investigación sobre este suceso. “Durante casi dos décadas nadie tuvo la certeza de si ese hurto finalmente se hizo o no, todo quedó oculto tras la imagen efectiva de Bendini retirando el famoso cuadro. Pero un día del año 2020, uno de esos cadetes (hoy un militar en servicio) quiso hablar. Este libro es la historia de esa confesión, una crónica de un robo del que nadie supo nada, pero que sucedió”, narra el inicio de El cuadro. No obstante, como un guiño irónico del destino, el episodio escondía un detalle: las piezas robadas también eran copias. Los originales eran cuadros pintados al óleo, que bajo argumentos estéticos habían sido reemplazados por fotografías que reproducían los retratos originales. Esse est percipi En un cuento de Honorio Bustos Domeq (pseudónimo usado por Borges y Bioy Casares), se revela que los partidos de fútbol no existen y que lo que perciben los oyentes como las acciones de juego son el resultado de la ejecución de un guion a cargo de los relatores de radio. Por contrapartida, en la novela Valfierno (Premio Planeta Sudamericana 2004), Martín Caparrós plantea que el robo de la Gioconda se efectuó solo para dar la noticia de su desaparición. En lugar de vender el cuadro original pintado por Da Vinci, que desde que fue robado permaneció siempre en el mismo sitio, el autor intelectual se valió de la difusión para vender 6 réplicas. Total, cualquiera podría ser la original. Las estafas, incluso, trascienden a la trama de la obra. El propio Caparrós fue acusado de plagio por Diego Guelar, exembajador de Argentina en Estados Unidos. Al igual que las referencia literarias, el caso de los cuadros invita una serie de reflexiones filosóficas: ¿las cosas adquieren valor en la manera en que las percibimos? Si fuera así, el valor simbólico de los cuadros y la ausencia de información precisa respecto del robo se imponen, erigiendo a al episodio como un evento fundacional del relato K. Incluso, el aspecto simbólico asignado a las fotografías, que tiempo anterior al robo reemplazaron a los óleos, ya había postergado el valor de los retratos originales. La historia del pensamiento da aportes interesantes para apuntar sobre esto: la alegoría de la caverna, de Platón; “la única verdad es la realidad”, tantas veces atribuida a Perón, pero referida antes por Immanuel Kant y antes aun por Aristóteles; el concepto de que el ser es percepción, referido por el monje inglés George Berkeley y utilizado por el propagandista Edward Bernays durante la campaña de Woodrow Wilson para el ingreso de Estados Unidos en la Gran Guerra; las nociones de Walter Benjamin sobre la reproductibilidad técnica de la obra de arte y el cambio del valor cultural por el exhibitivo. Entre muchas otras. Más allá de lo interesante que resulte el análisis del caso a través del prisma y de los atributos que la historia del pensamiento nos ha brindado, hay una coincidencia que merece ser destacada. Casual o causalmente, el episodio constituye una correlación que parece haber madurado al calor de lo apócrifo. La falta de autenticidad de los retratos retirados parece un guiño exacto de la narrativa que ese episodio inauguraría. Narrativa El inicio del relato K como restaurador de los derechos humanos se remonta a algunos meses más atrás. En 2003 el Senado había sancionado la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la 23.492 y la 23.521, que impedían el juzgamiento de los responsables de los delitos de lesa humanidad. El 2 de septiembre del mismo año, Néstor Kirchner promulgó la ley 25.779 que declaró la nulidad de las mencionadas leyes. El 24 de diciembre de 1986 fue promulgada la Ley 23492 de Punto Final, que puso un freno a los procesos judiciales contra militares acusados. El 4 de junio de 1987 se dictó la Ley 23521 de Obediencia Debida, que complementó la norma anterior y marcaba que los militares que actuaron obedeciendo órdenes de sus superiores no debían ser juzgados. Raúl Alfonsín admitiría que impulsó las leyes "con mucho dolor", pero aseguraría que debió tomar esas medidas "para salvar la democracia". Pero había sido el propio Alfonsín quien había ido creado la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), en una iniciativa que buscaba desarticular la autoamnistía que había sancionado el gobierno militar antes de su salida. Incluso, fue el propio Alfonsín quien eligió a 10 de los 16 integrantes de la Conadep: los exrectores de la Universidad de Buenos Aires Ricardo Colombres e Hilario Fernández Long, el doctor René Favaloro, el obispo Carlos T. Gattinoni, el científico Gregorio Klimovsky, el rabino Marshall T. Meyer, el obispo católico Jaime de Nevares, el activista de derechos humanos Eduardo Rabossi, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y escritor Ernesto Sábato. Efecto de esta investigación, se publicó el libro “Nunca Más”, que fue best seller en la editorial de la Universidad de Buenos Aires. En dicho informe se señala que el número de personas desaparecidas asciende a 8961, de acuerdo a los casos analizados. Sin embargo, las organizaciones defensoras de los derechos humanos sostienen la cifra de 30 mil. El 15 de diciembre de 1983 Alfonsín anunció el juicio a los ex integrantes de las juntas militares. Además, bajo el decreto 157, se establecía juzgar a los jefes guerrilleros montoneros. Los militares fueron juzgados por 703 casos que involucraban delitos de secuestro, tortura, robo, homicidio, allanamiento ilegal y falsedad documental, excluyendo violencia sexual y apropiación de menores. Sin embargo, y aunque la construcción del relato K enfatiza la lucha de organizaciones como Madres y Abuelas de Plaza de mayo, posterga las conclusiones volcadas en el Nunca Más y el Juicio a las Juntas. Los detalles de la creación de la Conadep y el proceso de juicio civil a los ex integrantes de las juntas militares se pierden en la versión que el kirchnerismo ha elegido contar sobre aquella época. No casualmente, si se contempla la estrategia de blandir la bandera de los derechos humanos como algo únicamente suyo. No había forma de mencionar palabras como Conadep, Juicio a las Juntas o Strassera, sin referir a la figura de Raúl Alfonsín. Tiene sentido que uno de los episodios que darían origen a la construcción de la narrativa K sobre la dictadura de 1976 empezara con un engaño, cuando la comitiva encabezada por el presidente Néstor Kirchner deliberara colgar copias de los retratos de los militares y no contar que los que debían ser retirados habían sido robados. Un relato apócrifo que empezó con el retiro de retratos también apócrifos.
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