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» Elterritorio
Fecha: 24/03/2025 18:34
El recuerdo de Alejandra Dei Castelli sobrevive nítido desde que tiene seis años, así como el rostro de aquel represor que ignoró a su mamá Liliana Andrés -detenida en la Esma en la dictadura- y siguió caminando impunemente lunes 24 de marzo de 2025 | 5:30hs. Alejandra recuerda cómo forjó su identidad ser hija de dos defensores de los derechos humanos y que estuvieron exiliados durante la dictadura militar. // Fotos: Marcos Isaac “Mirá, hija, este es un asesino, él es un asesino”. La voz de Liliana Andrés sonó firme, pero cargada de dolor y rabia contenida. Su hija Alejandra (41), aún pequeña, apenas entendía la magnitud de esas palabras. Estaban caminando por Mar del Plata cuando su madre se detuvo en seco. Frente a ellas, caminaba con total impunidad Alfredo Astiz, el “Ángel de la Muerte”, el mismo que había participado en secuestros, torturas y desapariciones durante la última dictadura militar argentina, de la que hoy se cumplen 49 años. Para Liliana no era sólo un rostro conocido: era el hombre que representaba el horror de su propio secuestro en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). Señalarlo en público era un acto de valentía, una forma de no dejar que el olvido se impusiera sobre la memoria. Los recuerdos de esta narración le corresponden a Alejandra Dei Castelli, cuyos padres Liliana y Osvaldo, sufrieron en carne propia los horrores del terrorismo de Estado y no encontraron más remedio que el exilio para salvar sus vidas. Tenía seis años en el momento de la anécdota, pero en su memoria las imágenes están nítidas. “Eso me quedó re marcado, verle la cara al tipo y el tipo como si nada, ni la miró y siguió caminando. Ahí creo que hubo como un punto, entendí que no era solamente algo triste, que era algo más fuerte”, contó en diálogo con El Territorio. Alejandra y su hermano mayor, Leandro, nacieron en España durante el exilio de sus padres, el país donde se conocieron. Ella, oriunda de Mercedes, provincia de Buenos Aires y él posadeño. Ella, abogada que junto a su primer marido Daniel Antokoletz, también abogado y docente universitario, se dedicaba a la defensa de presos políticos. Él, también defensor de estos derechos inalienables y de los presos de las Ligas Agrarias desde antes de la llegada de la dictadura. ¿Cómo fue crecer con estas historias en la familia? ¿Se hablaba del tema o había cierto dolor en evocar los recuerdos? ¿Cómo se forja la identidad a partir de ello? “Yo nací en julio del 83, el 10 de diciembre del 83, que fue el día que volvió la democracia, nosotros estábamos llegando a Argentina”, contó Alejandra, que es la segunda de cuatro hijos del matrimonio. Los dos más chicos ya nacieron en democracia y en el país. De regreso al país, primero se asentaron en Posadas, pero luego el camino los llevó a Mercedes, a Caba hasta que finalmente volvieron a la tierra colorada para echar raíces. En segundo grado, ese año que volvieron a Misiones, le tocó ser compañera de las hijas de otras dos misioneras que estuvieron detenidas ilegalmente durante la dictadura: Lucía Rodríguez, hija de Pepa Estévez, y Silvana Militz, hija de Graciela Franzen. “Para mí era lo más normal del mundo, íbamos juntas a las marchas. Se militó siempre los derechos humanos, pero no solamente en relación a la época de la dictadura, sino por ejemplo, me acuerdo de ir a las marchas porque estaban trabajando para que se que sea gratuita la vacuna de la meningitis, por derechos humanos en relación a lo integral. Los 24 de marzo ir a la plaza, hacer las presentaciones”, señaló Alejandra que estudió Ciencias Políticas y también trabajó en derecho humanos de la provincia, pero actualmente da clases de cerámica. Para ella siempre fue un tema vinculado a su vida, no hubo ocultamientos ni miedos. De pequeña sabía que su madre había estado secuestrada, que tenía un compañero que había desaparecido, aunque desconocía que haya sido su marido. “Me crié bastante con la hermana de Daniel Antokoletz, que fue como mi madrina de vida; y con la madre de él también que es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Tuve esa suerte de poder vincularme mucho con esas personas y escuchar la historia de ese lado, con gente realmente muy corajosa, muy valiente”, reconoció. Recordó que su mamá tuvo dos depresiones muy fuertes, la última hace al menos unos diez años de la que salió gracias a formar parte de la Murga de la Estación. “Para mí, más allá de los miedos que uno pueda tener o demás cosas que van quedando en el inconsciente, para mí siempre fue un motivo de orgullo que mis padres hayan estado de ese lado, del lado de la vida”, afirmó. De las vivencias de su infancia junto a las hijas de Pepa Estévez y Graciela Franzen, recordó que compartían entre ellas las vivencias de sus familias durante esos años de terror y que siempre podían acudir a sus padres para sacarse las dudas, que eran respondidas de la manera más simple para que pudieran entender. “Esa militancia en derechos humanos y toda esa historia familiar que traigo a mí lo que me viene a mostrar es que no hay una vida que valga más que la otra y que la diversidad hay que festejarla. Si uno se queda en la bronca y te contagiás de esa violencia que está que está aconteciendo, te anulás, no te movilizás y justamente la idea es que contestar desde otro lado”. Conocer la Esma Antes de que la ex Esma fuera abierta como sitio de la memoria, Alejandra y su hermana Mariana acompañaron a su mamá a una visita que se había organizado para familiares. Fue muy movilizante para ella porque tenía más o menos la misma edad que su progenitora cuando la secuestraron. “Pude ver el lugar donde estuvo ella y tantos más, creo que ese fue un momento bastante clave para entender desde el cuerpo lo que fue el terrorismo”, recordó. La Esma fue el lugar en el que Liliana vió por última vez a Daniel. Lo vio desecho, lastimado a fuerza de golpes y picana; y alcanzó a decirle que no estaba embarazada. “A nosotros nos decía que no la torturaron como a otros, pero la tortura también viene por otro lado porque la tortura no siempre es física. Siempre se plantó así para mostrarse fuerte”, compartió. Estar detenida ilegalmente siendo mujer las pone en un lugar diferente al de los hombres. Menstruar, ser vulnerable a los abusos y la violación, las que estaban detenidas estando embarazadas, mas allá del dolor que cualquier golpe pueda provocar. De ello habló Liliana hace unos años para una nota que les hicieron a las mujeres detenidas por los militares. “Siempre fue como la historia de mi mamá y hace un tiempo de grande estaba escuchando una canción y de repente me llevó a esa imagen de ellos viéndose por última vez. Es una sensación real, es la humanidad misma poniéndose en juego. Recién ahí creo que empecé a entender que esto no es una historia que cuentan, es un dolor real y se siente en el cuerpo. Esas son torturas también”, reconoció sobre la historia de su mamá con su primer marido desaparecido. Hoy su madre tiene 74 años y su papá 79 y siempre están acompañados de sus hijas en todas las marchas. Ambos ya son jubilados y viven en Posadas. “Va menguando la energía de las personas, pero ellos tratan de mantenerse informados, poniéndose del pelo por el tema del gobierno nacional y pasándola mal”, dijo. “Veo con preocupación esta cuestión del salvarse de quien pueda, de que no haya una conciencia de lo que significa la democracia con todo y sus falencias. Era algo que lo teníamos como ya seguro, cuando se dijo nunca más pensamos que ya está. Fuimos el primer país que hizo un juicio del tenor que hubo a las Juntas, no fue una salida pautada y pactada como en los otros países. Entonces uno dice, ‘esta es la bandera de Argentina, tiene esta base’. Y hoy en día es como que esa base no está tan firme. Unión en el exilio Liliana Andrés y Daniel Antokoletz fueron secuestrados con total impunidad el 10 de noviembre de 1976 a plena luz del día, ella tenía 25 años. Consiguió la libertad de su detención ilegal una semana después, pero Daniel no corrió con la misma suerte y hasta el día de hoy continúa desaparecido. La lucha por encontrar respuestas que impulsó con su suegra, María Adela Gard Pérez de Antokoletz, la llevó a ser testigo de la fundación de Madres de Plaza de Mayo. Al año siguiente de su detención, su familia decidió que el exilio era la oportunidad de salvarle la vida. De todas maneras seguía denunciando lo que sucedía en Argentina frente a todo el mundo. Osvaldo, en tanto, había tenido que irse del país después de que le pusieran una bomba en su auto. Madrid los encontró y los unió hasta el día de hoy.
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