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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 23/03/2025 20:40
Por Sergio Rubin (*) Cuando se suponía que iba a estar internado unos cuántos días más, el sorpresivo anuncio del otorgamiento del alta médica y la vuelta del Papa Francisco al Vaticano luego de 38 días de haber ingresado al hospital llevó alivio a millones de católicos y no católicos de todo el mundo. Pero a la vez puso en pausa a sectores muy conservadores de la Iglesia y de la política mundial -con simpatizantes de Donald Trump a la cabeza- que habían comenzado a pergeñar la elección de un sucesor obviamente ortodoxo. Es cierto que una cosa es el regreso del pontífice a la residencia de Santa Marta y otra es su retorno pleno a la actividad. Por lo pronto, los médicos dijeron en la rueda de prensa en la que anunciaron su alta que le esperan “al menos dos meses de convalecencia”, lo cual implica que deberá seguir con “las terapias farmacológicas por vía oral por mucho tiempo” y la fisioterapia respiratoria y motora. Para lo cual, según precisaron, la residencia está convenientemente preparada. En otras palabras, como lo dijeron los médicos, “la convalecencia es una fase de recuperación en el que no podrá tener los encuentros habituales con muchas personas”. Lo cual significa que no podrá tener actividades grupales y esto abre un interrogante sobre su presencia en los oficios de la Semana Santa que empezará el 13 de abril. Al fin de cuentas acaba de sortear una neumonía y superar -como ahora se supo- “dos episodios críticos que pusieron en riesgo su vida”. Si bien los médicos dijeron que el Papa fue un buen paciente, él mismo suele decir que no lo es. El cardenal argentino Víctor Fernández -muy allegado a Jorge Bergoglio- reveló que no se quería internar y que “lo convencieron amigos muy cercanos”. No obstante, Francisco le dijo a la primera ministra italiana, Georgia Meloni, cuando lo visitó en el hospital, que los médicos le recomendaron cuidarse porque de lo contrario irá “directo al cielo”. Pero la severidad de su cuadro, y la asistencia respiratoria que debió recibir con mascarilla y bigotera, sin llegar a estar intubado, no le impidió que siguiera conduciendo la Iglesia. De hecho, en el hospital firmó una docena de nombramientos de obispos y declaraciones de santos, dispuso mensajes varios -entre ellos de solidaridad con los inundados en Bahía Blanca- y decretó la continuidad por tres años de un proceso de reformas internas. Pero Francisco es plenamente consciente de que cada vez que un pontífice se enferma y debe ser internado no solo se disparan las especulaciones sobre su posible sucesor, sino que no faltan discretos conciliábulos, sobre todo de quienes ansían un cambio de línea al frente de la Iglesia. En el caso de Jorge Bergoglio, su línea progresista activó la resistencia de los sectores más conservadores, sobre todo de los Estados Unidos. En 2021, cuando fue operado del colon por una estenosis diverticular y pasó 10 días internado, dijo: “Algunas personas me querían muerto”. Francisco fue más allá en aquel momento y, en una expresión elocuente, aseguro que algunos en la Iglesia “estaban preparando un cónclave”. Traducido: que algunos cardenales -que son los que votan al papa- ya se estaban aprontando para elegir a su sucesor cuando él aún no había muerto. Hace un año, el sitio italiano La Brújula Cotidiana, que se caracteriza por sus continuos ataques a Francisco, había publicado en seis idiomas un documento -con un autor, según decía, es principalmente un cardenal que prefirió el anonimato- que estaba “destinado a circular entre los cardenales con vistas al próximo cónclave” y en el que puntualizaba las características que debía tener el próximo sucesor. El libelo establecía siete prioridades, sin perjuicio de considerar “los puntos fuertes del pontificado de Francisco: su insistencia en la compasión hacia los débiles, el acercamiento a los pobres y marginados, la preocupación por la dignidad de la creación y las cuestiones medioambientales que se derivan de ella, y los esfuerzos por acompañar a los que sufren y están alienados en sus cargas”. Pero, sobre todo -como es obvio- a partir de reconocer “sus defectos, que son igualmente obvios: un estilo de gobierno autocrático, a veces llegando a parecer vengativo; un descuido en cuestiones de derecho; intolerancia incluso frente al desacuerdo respetuoso; y -lo que es más grave- una persistente ambigüedad en cuestiones de fe y moral que causa confusión entre los fieles”. En ese sentido, advertía que “la confusión genera división y conflicto. Mina la confianza en la Palabra de Dios. Debilita el testimonio evangélico. El resultado es una Iglesia más fracturada que en ningún otro momento de su historia reciente”. Más aún: afirmaba que el Papa, por más autoridad que tenga, “no es un autócrata y no puede cambiar la doctrina”. Por lo tanto, considera que “la tarea del próximo pontificado debe ser la de recuperar y restablecer verdades que se fueron lentamente oscureciendo o perdiendo”. Por caso, ante la insistencia de Francisco en la misericordia de Dios, señalaba que el Señor “también es justo” y a la vez que “nos perdona, nos pide cuentas” porque “es a la vez Salvador y Juez”. Hubo cuestiones que le pusieron los pelos de punta a los más conservadores como la posibilidad de que los católicos separados en nueva unión puedan comulgar (recibir la hostia consagrada) bajo ciertas condiciones, O, peor aún, que las parejas de homosexuales puedan recibir individualmente una bendición pastoral, no su enlace. En fin, que el Vaticano le haya abierto las puertas a pueblos originarios que practican creencias ancestrales como la Pachamama también les resultaron indigeribles. Por no hablar de las críticas de Francisco a un capitalismo sin sensibilidad social y un sistema financiero absolutamente especulativo que alarmó a los más liberales. Pero hubo otras cuestiones más contingentes, como la recomendación de Francisco a la curia romana de abrazar la austeridad y, por caso, no desplazarse en autos de alta gama. Más aún: de ser “una Iglesia pobre para los pobres”, alejada del poder y de toda otra manifestación de mundanidad contraria a la esencia de todo clérigo. Por ahora, los sectores más ortodoxos -acaso aprovechando la ola conservadora que surca el mundo- tendrán que esperar tras la incipiente recuperación de Francisco. Y hasta deberán estar atentos porque, como acaba de pronosticar el cardenal Fernández, el Papa está por iniciar “una nueva etapa en la que habrá sorpresas”. (*) Esta columna de Opinión de Sergio Rubin fue publicada originalmente en el portal de TN.
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