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    Concordia » Diario Junio

    Fecha: 23/03/2025 20:02

    Rodolfo Walsh despertó de la apatía política cuando escuchó una frase que cambiaría su vida: “Hay un fusilado que vive”, un sobreviviente de la masacre de militantes peronistas en el basural de José León Suárez, perpetrada por la “Revolución Libertadora”, quienes derrocaron a Perón con un golpe en 1955 (rebautizada “Fusiladora” por la habitualidad de estos procedimientos). De esa conciencia sobresaltada surgió una obra literaria que inauguró un género —la no ficción— cuando comenzó a investigar esos graves acontecimientos que forman parte de Operación Masacre. Más tarde escribe uno de los relatos más extraordinarios del siglo XX, titulado Esa mujer. El cuento narra el desesperado deseo de saber el paradero del cuerpo de Eva Perón. Transcurre a través de la entrevista que realiza a Moori Koenig, el perverso secuestrador del cadáver, y revela la saña y el odio ciego hacia el peronismo, que será el signo político de la oligarquía, el poder y cierta clase media en Argentina hasta nuestros días. Escritor y militante, en marzo de 1977 Walsh es emboscado y asesinado por una patota de la represión, luego de introducir en algunos buzones la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Esta constituye, aún hoy, un documento indispensable que evidencia las razones, los métodos y los objetivos del plan siniestro de la dictadura. Las torturas y desapariciones que sacudieron “la conciencia del mundo civilizado” fueron los procedimientos para apropiarse de la riqueza de los trabajadores. Dice: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada” (Carta abierta de un escritor a la Junta Militar). Leer la carta es una experiencia estremecedora, pues describe, en algunos aspectos, situaciones tan patentemente actuales que confirman que, cuando vacila la memoria, la verdad y la justicia, nos situamos cíclicamente en una violenta continuidad histórica que reaparece como un destino mortífero para nuestro pueblo. Es el rescate de esa historia que late y penetra en el presente lo que produce la memoria, activa y vivaz. No es una historia de los monumentos que fijan el pasado, sino un lenguaje para comprender las repeticiones e incluso crear e imaginar futuros diferentes, que las quiebren. Es seguramente esa capacidad de revelar injusticias y concebir liberaciones la causa de la censura del libro Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann. En el cuento central, los animales del circo declaran una “huelga general de animales”, liderada por el elefante Víctor, como respuesta a la explotación laboral de los dueños, de los que logran deshacerse. Esa obra, indigerible para los censores, apareció en la lista de prohibiciones que los diarios reproducían. Cuando Elsa se encontró allí, con la firma de Videla censurando su libro, entró en pánico y desesperación. Su padre sufrió por la angustia un ACV y pronto falleció por la tristeza. La fantasía, como un condimento fundamental de la creación, es apuntada como peligrosa por el documento de la Triple A que censura Mascaró, el cazador americano, la novela de Haroldo Conti. En ella describe sociedades más justas y felices a través de la revolución que un circo viajero, sensible, solidario y pleno de personajes entrañables, va transportando a todos los pueblos tristes y sometidos. Haroldo, como Rodolfo Walsh y muchos militantes comprometidos con la resistencia al régimen militar, eligió quedarse junto a su máquina de escribir. Sobre su escritorio, donde estaba su máquina, colgó una frase: “Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”. Haroldo fue finalmente secuestrado, torturado y es uno de los valiosos treinta mil compañerxs desaparecidos por la dictadura. Los escritores y poetas son perseguidos por los poderosos porque dicen, denuncian, crean e imaginan nuevas realidades; interrogan el orden social que los “dueños” del mundo pretenden inmutable, fijo y natural, ese que afirma que las cosas son como son y hay que aceptarlas. Además, la poesía dice de un modo trascendente, yendo más allá de la superficie de las cosas, con una belleza que cautiva y potencia la multiplicidad e insistencia de los sentidos, siempre abiertos a la polisemia. La imaginación es ya la impugnación de un orden establecido e inmutable; tal vez por eso revisitemos ávidamente en el presente una historieta tan extraordinaria como El Eternauta, que es memoria dinámica y siempre actual. Es asimismo una trama en la que la liberación de los pueblos invadidos y dominados por los “Ellos” del universo es solo imaginable por la existencia del “héroe colectivo”, es decir, aquel cuya consistencia es grupal y resulta de la construcción de lazos solidarios, constructivos y amorosos para resistir la opresión y lograr la emancipación. Ese compromiso militante con la escritura y la política hizo blanco de las peores torturas a su autor, Héctor Germán Oesterheld, por parte de la dictadura cívico-militar y eclesiástica, que no solo desapareció al escritor, sino también a sus cuatro jóvenes hijas y a dos de sus yernos. Por la memoria recordamos con dolor, nostalgia y orgullo a estos queridos escritores, que nos ayudaron a pensar, a imaginar, a disfrutar de su talento y a desear otras realidades posibles que tal vez hoy solo habiten el territorio de la siempre realizable utopía. Esos escritores que nunca se mueren, como dijo Haroldo cuando dedicó un cuento a su tía Haydée “para que nunca se muera”, porque ese cuento, dijo, en alguna biblioteca va a sobrevivir, y de acá a cien años alguien lo va a abrir, y ella estará ahí, viva. Sus palabras construyen memoria y porvenir. Sus palabras, como los anhelos del pueblo, nunca mueren y han imaginado Madres increíbles que son poesía, lucha y esperanza, e inventado maravillosas Abuelas que, como en un cuento fantástico, estupendo, fabuloso, recuperan de las pesadillas a los hijos de sus hijos con un beso tierno, una caricia mágica, eterna e inolvidable.

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