25/03/2025 10:44
25/03/2025 10:44
25/03/2025 10:43
25/03/2025 10:43
25/03/2025 10:43
25/03/2025 10:42
25/03/2025 10:41
25/03/2025 10:40
25/03/2025 10:40
25/03/2025 10:39
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/03/2025 12:36
Los históricos rivales de Karate Kid protagonistas de la secuela Cobra Kai (Netflix) Qué saludable es ver una serie que no trae el sello de aprobación del comisariado del género… Ni cumple las normas ISO de la ultra corrección política y en la que negros, blancos y orientales pueden ser buenos o malos según necesidades del guion y no para cumplir con los criterios woke acerca de quién es víctima y quién victimario. En Cobra Kai además no toda víctima es buena y el chico bullyneado bien puede convertirse en un malo que siembra más injusticia de la que recibió. La serie de 6 temporadas que comenzó en 2018 y cuyos últimos episodios se difundieron el año pasado (se la puede ver en Netflix) es una secuela de la trilogía Karate Kid, las tres películas estrenadas en 1984, 1986 y 1989, sobre la historia de un chico que era tomado de punto en el colegio y lograba convertirse en campeón de karate gracias a la guía de su sensei, el maestro Miyagi. Cobra Kai (L to R) La chica que busca en el karate una salida a su triste realidad, y el chico que fue víctima de bullying por su labio leporino y logró hacerse respetar gracias al karate (Cr. BOB MAHONEY/NETFLIX © 2020) Casi 40 años después, los mismos personajes se reencuentran -y la originalidad es que son interpretados por los mismos actores, Ralph Macchio, William Zabka y Martin Kove- junto a otros que representan la nueva generación -sus hijos y los amigos de éstos- un grupo de adolescentes que atravesará las mismas experiencias iniciáticas de vida, los mismos traumas y carencias (paternas en varios casos), los mismos encuentros y desencuentros. Un atractivo de esta secuela es que conserva el espíritu ochentoso de la trilogía; sobre todo, no cae en el sermoneo bienpensante que arruina casi todas las remakes o continuaciones de clásicos. El pasado no tiene por qué ser corregido y sobre todo no debe ser juzgado con criterios supuestamente superiores del presente. La banda de sonido de rock y la estética contribuye a este revival de los 80 en un escenario bien californiano. La estética ochentosa de Cobra Kai (Netflix) Conserva sí el espíritu a veces un tanto simplista de las moralejas, de la redención del malo o extraviado que se vuelve bueno y encuentra su camino, de los enemigos que se reconcilian, pero nada que no suceda o no pueda o deba suceder en la vida real. A través de ese encuentro de generaciones, en el que los mayores, los sensei, comparten experiencias y recuerdos con los adolescentes, la serie apuesta a una continuidad intergeneracional antes que a una ruptura o enfrentamiento. A la vez, le permite al propio espectador de la generación X conectar con los de la Z y la Y a través de la evocación de una época -adolescencia o juventud- que todos solemos idealizar. Recomendable para padres a los que les falten herramientas para conectar con sus hijos, porque la serie no cae en la condena de todo lo pasado ni en la exaltación del presente. No está ese continuo “en mi tiempo yo no podía”, “no me dejaban”, “yo en tu lugar…”, etc. Viejos y nuevos personajes en Cobra Kai (Netflix) El cruce entre generaciones, la X de los sensei y la Y o Z de los alumnos, transcurre sin esa confrontación drástica y obligada de tantas producciones actuales. Hay roces, por supuesto, incomprensión o malentendidos, incluso largos distanciamientos, pero sin moralina constante. En Cobra Kai se puede sentir empatía con los “malos” y desconfianza hacia los “buenos”. Encontramos por ejemplo a Daniel LaRusso convertido en un burgués acomodado, padre de familia ejemplar y dueño de un concesionario de autos. Sus dos hijos son adolescentes despreocupados que no conocen privación ni contrariedad. Ralph Macchio como Daniel LaRusso en Cobra Kai, la secuela de Karate Kid (Credit: Photo by Guy D'Alema/Sony/YouTube/Kobal/Shutterstock) Esa vida tranquila se verá perturbada cuando su antiguo rival de adolescencia, Johnny Lawrence reaparezca y reabra el dojo -Cobra Kai- para enseñar un karate que no se atiene a las reglas de buena conducta de aquel en el cual se formó el Karate Kid. Pero por algo la serie se llama Cobra Kai: el malo ya no lo es tanto y por el contrario sus intentos de redimir los errores de juventud resultan más simpáticos que la vida bucólica del ex Karate Kid. De todos modos, el dinamismo del guion llevará a varios giros más de la trama. Johnny Lawrence, un personaje en busca de redención Por si no bastara con estos desafíos por parte de una serie lanzada en el auge del wokismo y sus diktats, otro gran mérito de esta producción es que el protagonismo de las mujeres viene sin discurso aleccionador, sin innecesarias declaraciones de independencia, sin bajada de línea ni denuncia de machismos o micro-machismos. Que las mujeres practiquen artes marciales no es ninguna novedad, salvo para el feminismo de tercera ola que, como no tiene otros “logros” para mostrar, milita el fútbol femenino. Todo lo demás, lo importante, estaba logrado mucho antes de que aparecieran “elles”, mal que les pese: voto, igual salario por igual trabajo, misma potestad sobre los hijos, emancipación civil, económica, etc, todo eso rige en Occidente desde mucho antes de que estallara el MeToo. ¿Qué les queda entonces? El fútbol, como emancipación. No se trata de que las mujeres jueguen al fútbol si les gusta o se les canta; no, deben hacerlo para ser consideradas independientes… A la izq., Peyton List como Tory Nichols, lucha contra Mary Mouser en el rol de Samantha LaRusso, la hija del Karate Kid. Cr. Curtis Bonds Baker/Netflix © 2025 Tampoco hicieron Karate Girl; es decir, las chicas aquí no sustituyen a los varones. Ojalá esto sea una tendencia porque hay hartazgo de no poder ver una serie sin la cuota obligada de “diversidad” de género, casi siempre forzada, o sin los anacronismos de las series de época en las que los africanos no eran esclavos sino miembros de la realeza… Hasta a Sherlock Holmes le inventaron una hermana, que se pasea con soltura por la Inglaterra victoriana en improbables aventuras femeninas detectivescas. En Cobra Kai en cambio, los combates femeninos y mixtos son constantes, salvo en el momento de la competencia, seamos serios. Salvo a los delirantes del género, ¿a quién se le ocurre poner a un hombre a patear a una mujer? En la serie hay combates mixtos, salvo en los torneos (Netflix) En la serie, nadie da ninguna explicación ni discurso moralizador sobre por qué las chicas practican karate. O por qué hasta ayer no podían (aunque no fuese cierto, porque la verdad es lo de menos cuando de victimizarse se trata). En Cobra Kai, las mujeres hacen karate y punto. Las que quieren. Nadie tampoco critica a las que no lo hacen. Cobra Kai no rinde pleitesía alguna a la corrección política ni a la ultra sensibilidad woke. Por el contrario. En el dojo, un Lawrence para nada deconstruido trata de “nenitas” a los principiantes cuando los ve vacilar, y cuando finalmente uno de sus alumnos se atreve a cuestionar los apodos con los que los califica, él replica: “Sí, sí, eso es lo que les dicen en la escuela, pero éste es el mundo real”. El protagonista de Cobra Kai que trata de "nenitas" a sus alumnos. "Este es el mundo real" (Cobra Kai) Para ayudar a la rehabilitación de uno de sus alumnos, le hace estirarse hasta alcanzar una revista con desnudos de chicas… El pibe no lo objeta pero le avisa que puede verlas en Internet sin necesidad de estirarse. Las artes marciales son presentadas como un remedio a la timidez o, más todavía, un mecanismo eficaz para evitar ser tomado de punto por los demás chicos, esa tendencia tan frecuente en los grupos juveniles. De paso se enumeran los horribles procedimientos con los cuales en los colegios se acosa a los más débiles, como el remolino (meterles la cabeza en la letrina) o el calzón chino (lastimar estirando la ropa interior), lo que confirma que el buenismo no desalienta la violencia patotera. Miguel Díaz, el ecuatoriano que gana un campeonato de karate, y Samantha LaRusso (Netflix) La serie expone así la impotencia de los colegios para frenar el bullying. Recordemos que California es uno de los estados más ganados por la corrección política. Por eso, después de una pelea en el pasillo, la profesora o supervisora, pregunta: “¿Entró (la supuesta agresora) en su burbuja personal sin consentimiento verbal?” “Sí, me provocó en mi espacio seguro…”, contesta la víctima. Uno de los adolescentes les espeta la verdad en la cara a las autoridades: “Hacen como que no existe el bullying porque son incapaces de frenarlo”. El feminismo también recibe lo suyo, aunque es un tema bastante lateral, innecesario, como corresponde a lo que es artificial. Cuando se ponen a reunir dinero para ayudar a un compañero internado, una chica se sorprende al ver a su amiga lavando autos en bikini: “¿No eras feminista?” Y en una audiencia para conseguir la autorización necesaria a la realización de un torneo, uno de los reclamantes llama concejala, subrayando la a, a una de las autoridades, consiguiendo de inmediato el favor de la señora. El feminismo, definitivamente, no es signo de inteligencia en Cobra Kai sino motivo de burla indulgente. En Cobra Kai las chicas practican karate sin ideología (Instagram Netflix) Y cuando una alumna se presenta en el dojo de Johnny Lawrence y dice “mi pronombre es ella (she)”, la réplica tajante de él es: “Acá los únicos pronombres que respetamos son sensei y estudiante. “Esos son sustantivos”. “Como sea”. Acá parece un chiste y causa gracia, pero son innumerables los colegios y universidades que ya practican esas absurdas presentaciones, donde lo que importa de la persona es su antojo de género, por quien siente atracción, cuál es su raza (sí, también eso), su posición social, etc. Al carajo con la igualdad. Ver Cobra Kai es un antídoto a la intoxicación woke en la que puede caer cualquiera que consuma las producciones actuales. Es casi una terapia, una sana rehabilitación.
Ver noticia original