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» El litoral Corrientes
Fecha: 23/03/2025 08:03
El muchacho de la motosierra, el loco que aterrizó en la Rosada directamente catapultado desde los paneles de la televisión chatarra, hizo lo que nadie se atrevió antes porque le importa un pomo el costo político que los funcionarios de carrera tanto temen a la hora de tomar decisiones impopulares. Admiro su capacidad para tomar decisiones sin el edulcorante burocrático de sus antecesores y también me cae muy bien que ame a los animales. Y si bien estoy en el polo sur de su norte, admito que su receta dio -en el corto plazo- resultados macroeconómicos sorprendentes. Claro que todo tiene un lado "B". A cambio de los números superavitarios que exhibe la estadística oficial, un calvario innecesariamente infligido a los sectores más vulnerables arrecia en los estratos medios y bajos, con almácigos de hambreados, miles de subocupados y precarizados que no llegan a fin de mes, además de un ostensible deterioro progresivo de la institucionalidad. Especialmente como consecuencia de los decretazos para nombrar jueces de la Corte y obtener el consentimiento endeudador que termina con la Argentina -como en tiempos delarruista y macristas- anclada a los dictados del FMI. Entre todos los perjudicatarios de la administración Milei aparece como efecto prototípico de su dogma insolidario el bloque de jubilados. Ellos no son la casta que el felino libertario prometió combatir en campaña, pero con tal de lograr las metas fiscales prometidas a sus votantes (muchos de ellos auténticos kamikazes de la urna) no dudó en utilizarlos como carne de cañón hasta reducirlos a la condición de pordioseros con un haber que ronda los 300.000 pesos y la certeza de que, si no se mueren de inanición, será por el socorro de parientes, amigos y otras almas generosas de esas que pasan un plato de arroz por encima de la medianera. Este patíbulo de artrósicos adoloridos por la inaccesibilidad de los remedios que antes recibían sin cargo habla muy bien de Milei en lo que atañe al fortalecimiento de los vínculos familiares o al fomento de la caridad doméstica. Por obra y gracia de su ajuste "más grande de todos los tiempos", los padres y madres gerontes sobreviven gracias a la asistencia de su progenie. Como hace dos siglos, tener hijos en edad productiva se tornó una inversión porque no hay forma de que un jubilado coma los 30 días del mes si no es mediante la ayuda de sus vástagos, compelidos a acudir en apoyo de sus padres con un nivel de compromiso superlativo, si se quiere inédito, robustecido por un enunciado irreductible: quien no proporcione a su ascendiente mercadería del súper y pastillas para la presión, es candidato a huérfano. Otro efecto positivo del recorte presidencial es la mancomunión de hermanos. Por estos días, es moneda corriente que cuando un anciano se fractura la cadera y en razón de que la obra social ya no proporciona la prótesis indispensable para tratar tan grave lesión, todos los hijos se reúnan para crear un fondo común en el que cada uno aportará lo que pueda para solventar los honorarios médicos y el material quirúrgico. De esa forma, las colectas intrafamiliares reemplazan al Estado en el indispensable rol de proteger a la ancianidad en retribución por sus esfuerzos laborales de tantos años. Con ese alto precio pagado con el sufrimiento de los que menos tienen el presidente equlibró los balances y, en teoría, el país gastó menos de lo que ingresó a sus arcas. Se hizo realidad el sueño del déficit cero, aunque con una trampita: en los pelpas no figura la deuda privada que el Estado adquiere mediante la emisión de bonos que andan girando por los mercados con cotizaciones que nadie sabe dónde terminarán al momento de su rescate. Esa deuda flotante pasa inadvertida en medio del enardecido debate por el nuevo acuerdo con el Fondo, que finalmente tuvo su convalidación legislativa. Punto para Milei, de nuevo. Sin un caudal mínimo de legisladores, con un mensaje inagural que dio la espalda al Congreso y una hermana que ocupa la cabecera de la mesa en las negociaciones de política profunda, el jefe de Estado avanzó tantos casilleros como hubiera querido Mauricio Macri cuando, en la campaña de 2019, confesó que si pudiera volver a ser presidente haría "lo mismo, pero más rápido". Seis años después, con el infecundo Alberto Fernández como separador de ambos ciclos neoliberales, Javier le mostró a Mauricio cómo se hace no sólo para amputar el gasto público sin anestesia, sino también para amancebarse con Donald Trump hasta convertirse en un siervo geopolítico del imperio norteamericano sin que se le caiga la cara de vergüenza. ¿Que su hermana decide por encima de su autoridad? Pero claro, si de entrada la presentó en sociedad como "El Jefe". ¿Que las reverencias al presidente anaranjado del Partido Republicano trasuntan un deshonor para la soberanía nacional? Pero si el honor es lo de menos, lo que importa es la divisa fresca que, llegado el momento, enviará el FMI con la venia del amigo Donald para que el modelo económico de La Libertad Avanza recupere -por lo menos en apariencia- sustentabilidad en un tipo de cambio pisado indispensable para contener la inflación. Lo que logró el presidente libertario en un año y pocos meses de mandato es bajar la inflación y tranquilizar el dólar, dos factores irritantes que dejaron de preocupar a la burguesía local, siempre más interesada en el propio crecimiento patrimonial que en la vida de los otros. Para el argentino medio, la ajenidad es una virtud que le permite encerrarse a ver películas por streaming a las 9 de la noche, sin que los reportes noticiosos sobre la represión, la falsa entrevista de Jony Viale, el criptoescándalo Libra o el tirabombismo inocuo de C5N logren introyectar elementos autocríticos en la corteza decisional del cerebro colectivo. Ese nicho poblacional al que le vale mas el pesar de su vecino es el que está conforme y esperanzado con la posibilidad de que Javier Milei imponga un orden definitivo a una Nación de altibajos tan pronunciados que los estados de ánimo del ciudadano de a pie pueden ir de la euforia a la depresión en cuestión de horas. Y lo más triste de este conformismo generalizado es que a las mayorías pareciera bastarle con una inflación del 2 por ciento y un dólar a 1.200 para que todo esté bien en este barco escorado que es la Argentina de hoy. Después de dos gestiones indigestantes como las de Alberto y Mauricio, Milei se convirtió en el tuerto que reina entre ciegos. Ordenó la economía, mostró resultados hipersónicos y convenció a medio país de que los empresarios que ganan fortunas y tributan mendrugos son héroes del capitalismo, mientras que los trabajadores públicos, los jubilados sin aportes y los beneficiarios de alguna ayuda estatal son una lacra que debe ser erradicada. Supo conservar así un amplio margen de popularidad y avanza sin que los agentes de contralor creados por la Constitución para garantizar el estado de bienestar puedan impedir su carrera hacia confines desconocidos que prometen configurar una nueva Nación. El problema es que esa nueva Nación no pareciera aspirar a la socialdemocracia danesa, sino a la africanización social opuesta a la pirámide estatutaria que el jurista austríaco Hans Kelsen aportó como legado para incorporar un sentido de justicia a la vida en comunidad. Si Kelsen propuso una gradación escalafonaria que jerarquizara las normas para el perfeccionamiento cívico de las democracias constitucionales, Milei propone exactamente lo contrario al aplicar un método autocrático meramente resultadista. Y se concentra exclusivamente en mantener dos números opiáceos para la masa: inflación y dólar. Su logro es tan simple como eficaz, pues lo consigue a decretazo limpio. ¿Las garantías constitucionales? Le importan lo mismo que su latiguillo libertariano: un carajo.
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