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  • Una polaca persistente, Hanna

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 23/03/2025 07:38

    Corría la década de mil novecientos setenta, me había iniciado en la abogacía hacía pocos años, en el estudio de un desaparecido abogado prestigioso, ubicado en Rioja 442, caserón antiguo de grandes habitaciones, baño al fondo, galerías lúgubres, pasadizo hacia el fondo de matorrales, sombras extrañas moviéndose a cualquier hora. Al atardecer ir al sanitario era una aventura, el que se atrevía era un héroe reconocido como valiente, sin embargo algunos volvieron blancos como la cal de su aventura entre los fantasmas. La inquilina de la casa, doña María, excelente mujer, nunca se olvidaba de encender una vela por la paz de los muertos, el por qué nunca lo dijo, simplemente afirmaba -los lémures necesitan una luz para guiarse-. El estudio inexorablemente cerraba a las diecinueve y treinta, salvo trabajos que exigían terminarlos para evitar incumplir con nuestras obligaciones de letrados, era excepcional quedarse hasta tarde. Un poco los espíritus y otro poco porque comenzaba temprano la faena. Una tarde cualquiera en el calendario del año mil novecientos setenta y cuatro, una mujer de ropas pobres, blanca de ojos claros, zapatos gastados con el cansancio de la injusticia a cuestas llegó al estudio, recomendada por un gran amigo, hombre justo y generoso, colega reciente llamado Lalo. La mujer pidió hablar conmigo, el viejo abogado titular previendo un caso importante la tomó al vuelo, pero cuando le expresó que la demandada era la iglesia católica, ardió Troya, disparó del ruedo, con un -Galiana te buscan-, me envío al frente. Hice pasar a la mujer que a pesar del frío repito, tenía ropa barata y ligera de estricta manga larga floreada, amoratada por el clima. Antes de empezar me interrogó si conocía algo sobre el Holocausto, contesté sinceramente que no, nuestros libros evitaban hablar de ese tema, el nazismo imperante en la Argentina era notorio pero de eso no se hablaba. Me interrogó si aceptaría su caso, había recorrido casi todos los estudios de Corrientes Capital sin que nadie deseara prestar los servicios como abogado, en el Banco Nación donde tenía una cuenta que le abrió la Embajada de Israel, fue atendida por Lalo que le anotó en un papel la dirección, mi nombre y apellido prometiendo los servicios. Era una apuesta fortísima nada menos que la Iglesia Católica, menudo contrario. Como adelantándose a mi pregunta, exhibió sobre el brazo izquierdo un número tatuado, para informarme, -este fue mi nombre y apellido durante años en los campos de concentración, me llamo Hanna Whaslaba Dabrozka, soy polaca judía, prisionera de los nazis en Treblinka, sobreviví porque el médico Pietro se encaprichó conmigo, era su esclava sexual y de todo servicio-. Continuó diciendo ante la mirada asombrada mía. -Uno de los asesinos de los tantos que huyeron de Europa bajo el barniz de católicos, fue Pietro Palamarzuck mi victimario, que aprovechándose de mi juventud, del terror que le tenía pues era uno de los médicos que experimentaban con los prisioneros de guerra, me ordenó que me bañara, me proporcionó unas ropas para vestirme despojándome el mugriento uniforme del campo, me presentó un sacerdote católico, hosco, cara de maldito, como que lo era, que en ese momento de la caída inminente de los nazis en el frente oriental, nos casó contra toda ley-. Era imposible que yo lo contradijera, solo al mirarlo el miedo me paralizaba. Nos dieron los papeles en que él aparecía como polaco protestante, yo como católica, casados con todos los papeles. Con esos documentos nos dirigimos a un convento católico, donde comenzamos el periplo por Europa de convento en convento, nos entregaron al inicio Pasaportes del Vaticano como refugiados, así después de un largo recorrido por lo que dio en llamarse la Ruta de los Conventos y Ruta de las Ratas, llegamos a Génova, en dicho lugar nos embarcaron en un buque argentino, que estaba encargado de darle salida a los criminales nazis que huían de las merecidas sanciones que como criminales eran acreedores. Arribaron a la Argentina, los recibieron funcionarios como si fuera un personaje, -me amenazó delante de ellos con claridad, acá somos más fuertes así que arréglate, me escribirás a una casilla de correo siempre, ni se te ocurra tratar de denunciarme porque sabes lo que te espera-. Corría el año mil novecientos cuarenta y seis. Busqué ayuda en paisanos míos en la zona del Once en Buenos Aires, tenía hambre, frío, sed, deambulaba torturada por el espanto, algunos argentinos me brindaron abrigos, comida y me guiaron al barrio que buscaba, hablaba muy poco el castellano. Llegado al barrio del 11 de septiembre, me ayudaron inmediatamente, me regalaron ropas, alimentos, calzados, comencé a trabajar en servicios domésticos, así sobreviví hasta ahora. Eso sí, otros igual que yo, que sobrevivieron,me exigieron que no hablara del tema, porque el país era más peligroso que la Alemania Nazi. -Qué desea de mí- interrogué ante la historia triste. Contestó rápidamente. -Las cartas que obligatoriamente enviaba a mi victimario volvieron, entonces la Embajada de Israel comprobó su muerte en la ciudad de Corrientes, en el Hospital Vidal. Anduvo oculto en Puerto Rico y Colonia Wanda Misiones, cuando lo descubrieron, con prontitud lo enviaron a Las Breñas, Chaco, para luego ir a instalarse en Paso de la Patria, Corrientes. Comenzó a trabajar bajo su nombre y apellido en la Isla del Cerrito como médico, le habilitaron su título inclusive. Al morir sobre una mesa de mármol pidió a los curas del hospital que rezaran por él, testó a favor de la iglesia católica, especialmente solicitó que alejaran a un fantasma que lo perseguía, dando el nombre de Hanna. Dejó sus bienes a la iglesia por testamento póstumo, abrieron el sucesorio, por eso quiero presentarme a reclamar lo que me corresponde- concluyó diciendo. Sin consultar a nadie acepté el caso, tuvimos con la intervención de la Embajada de Israel que acreditar el matrimonio, el acta fue obtenida en Polonia y traducida por el cuerpo de peritos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, éxito rotundo, era la esposa. Mi socio estaba asustado, el abogado Blanco, él era así. Seguí con el caso, agregamos cartas, etc. Un buen Juez que nunca olvidaré el Dr. Julio Eduardo Castello rápidamente puso fin a las tramoyas de los contrarios, mitad y mitad no se discuta más. A la iglesia no le convenía tener mala fama, demasiados papeles sucios tenía encima con el tema de la Shoá y el Holocausto, esos crímenes se produjeron bajo el reinado de Pacelli, alias Pío XII, el Papa de Hitler, hasta hoy no lo pueden canonizar, tiene mucho barro y sangre encima. Entregaron dinero a cambio de la propiedad o propiedades, además un anillo con un brillante, seguramente fruto de un robo ensangrentado. Lalo y yo dividimos la plata, el anillo quedó en manos del viejo abogado. La mujer cuando arribó de Buenos Aires a cobrar no podía creer, yo estudié a fondo el Holocausto y la Shoá, llevó su dinero sin que aceptemos nada de su parte, tenía una historia muy triste, extrañamente me bendijo augurándome mucha suerte, se mostró sonriente, me expresó algo extraño -lo visitaré después de muerta-, lo tomé como una broma, ella en cambio con los ojos celestes y mirada bondadosa me aseguró que lo haría. Días más tarde aparecieron dos jóvenes elegantes, de trajes obscuros que pidieron hablar conmigo, no los conocía ni sabía quiénes eran. Los hice pasar. Me expresaron su agradecimiento por la atención a la hermana Hanna, entregándome un sobre que contenía tres mil dólares estadounidenses, yo nunca había visto un dólar. Agradecí diciendo que no hacía falta, insistieron y acepté. Lalo después saltaba de contento. Hanna antes de morir escribió haciéndome saber su próxima partida, estaba muy enferma, la vida cobraba su precio, volvía a prometer visitarme en forma espiritual, yo no sabía de esas cosas todavía. Seguí mi vida, pasaron los años. Cursé estudios de postgrado, extrañamente mi tesis de Maestría en Ciencias Políticas fue una Aproximación al Antisemitismo en la Argentina, se publicó, me inspiró Hanna, retiré el expediente judicial y profundicé el estudio del tema. La Sociedad Hebraica abriendo sus puertas me honró de muchas formas, fui el creador de la Cátedra Libre del Holocausto y Memoria en la Facultad de Derecho, con mi amigo Tolca, me becó para viajar a Israel pero no pude hacerlo por razones de salud de mi esposa, nunca admití ni admitiré a los discriminadores. En los años convulsionados del nuevo siglo veintiuno en que perdí a mis padres y a mi hermano, la vida me regaló innumerables dichas, la mayor quizá sin desmerecer a las otras, fue la extraña visita de una mujer elegante una mañana de mayo, vestida de finas ropas, joyas valiosas que sin dar su nombre pidió urgente hablar conmigo, la hice pasar. Cuál fue mi asombro Hanna estaba frente a mí, se trasfiguraba a su vestido raído y pobre a la elegancia que exhibía, yo no cabía de mi asombro. Expresó: -Le debía esta visita mi amigo querido, nunca olvidé su gesto. Sólo deseaba agradecerle haberme recordado en su libro, además que me viera cómo era yo antes que los nazis hicieran el desastre que cometieron, cumplo mi promesa, no se asuste vendré otras veces-. Dicho esto fue desvaneciéndose en el aire, -lo haré como espíritu que soy, se escuchaba la voz alejándose-, agregó: -bendecido estás entre las Naciones…- se había diluido en la nada, la oscuridad consumió al espectro. Ahora cómo explicaba al personal del estudio, que alguien desapareció en mi despacho, guardando silencio, simplemente guardando silencio, las miradas inquisidoras inquietas habrán creído que la encerré. Cada vez que Hanna me visita le agradezco, sí, le agradezco la felicidad que me auguró, sólo me queda una deuda, visitar Israel. Me olvidaba de narrarles que al mirar el cuadro de mi madre me explicó: -Matilde se llama, es muy feliz de acompañarlo desde éste espacio-, resultó ser un mensajero del otro barrio o espacio desconocido.

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