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  • La pandemia con cuarentena, una película de horror que todavía nos alcanza

    Gualeguaychu » El Dia

    Fecha: 23/03/2025 05:16

    Parece una película ¿no? Cinco años después de la pandemia, las imágenes se agolpan una tras otra. ¿No les parece acaso que fueron otros los que vivieron aquello? Que todo fue una pesadilla, una mala película de terror. ¿Somos mejores o peores después de lo que nos tocó vivir? ¿Aprendimos algo o todo sigue igual? Es difícil responder algunas preguntas. La voz del expresidente Alberto Fernández, el 20 de marzo del 2020, todavía resuena en los oídos de millones de argentinos. ¿Queremos ser justos? No se sabía casi nada en ese momento. Sólo llegaban las terribles imágenes desde Europa con las pilas de cadáveres que se juntaban en los hospitales. No se sabía cómo se contagiaba el virus, cómo era el tratamiento, o su velocidad de transmisión. Había una psicosis colectiva cuando llegó la medida histórica del aislamiento domiciliario. El silencio atronador de los días y las noches invadió pueblos y ciudades. La vida se resumió a salidas escasas, temerosas de las sanciones y apenas limitadas a buscar comida, algún medicamento o asistir a otro familiar. Nada más. La actividad quedó en suspenso. Detenida como quien pone en pausa un video. Fueron meses enteros de angustia, mientras el virus avanzaba por el mundo y la vacuna era sólo una utopía. Las primeras semanas unos pocos, con síntomas, podían acceder a los controles. Si alguien de tu entorno había dado positivo, caías en la fila de los sospechosos. Se desató una caza de brujas con los que violaban la cuarentena. No podía ni siquiera ir a caminar al parque, una rutina que cientos de miles tenían en sus vidas. Se llegó al extremo de permitir sólo una vuelta de manzana, si tenías un animal, o de circular sólo cuando la chapa patente del vehículo era par o impar, dependiendo el día. ¿Se acuerdan? Los primeros casos devinieron en una virtual cacería. El que había venido de viaje, el que había compartido un asado o el que se había juntado para un cumpleaños. Millones de cumpleaños quedaron sin festejar: hay una generación de quinceañeras que no pudo tener su fiesta que venía programando con años de anticipación. Más dolorosa fue la imagen de millones de familiares que no pudieron despedir a un ser querido. Su última imagen fue verlo entrar en un hospital. Ni siquiera los velatorios se podían hacer. La vida cotidiana se condensó aún más que antes en un teléfono celular. El Feliz Cumpleaños, la clase de matemática, o la consulta médica eran el único contacto con el mundo exterior. Pasaban cosas insólitas. No podías salir a caminar con tu pareja o tu esposa, o con quien convivías. Si lo hacías, tenía que haber al menos cuatro o cinco metros de distancia. Tampoco en los autos podían circular dos o más personas. Pese a que compartieran el mismo techo. ¿Parece traído de los pelos no? Pero pasó. A medida que la cuarentena se fue acentuando, también los cuestionamientos aparecieron. En la Argentina fallecieron 130.000 personas. En Gualeguay, mi ciudad, las imágenes de la despedida del intendente Federico Bogdan quedaron marcadas a fuego. No sólo por la persona a la que se despedía. La vulnerabilidad ante lo desconocido era manifiesta hasta para los que la negaban. El tiempo fue pasando y los argumentos para mantener a la gente encerrada también. Al final aparecieron las famosas fotos de una fiesta en Olivos, con el mismo que levantaba el dedo acusador y avisaba que esta vez no había vuelta. La sociedad se miró al espejo y empezó a preguntarse cuanto había valido la pena semejante esfuerzo. Lejos quedaron los aplausos a médicos y enfermeros que se jugaban la vida sin saber muy porqué. “Fue de locos. Durante semanas enteras dormí en la galería de casa porque no me quería cruzar ni con mi mujer ni con mis hijos. Ni nosotros sabíamos lo que podía pasar”, contó hace poco un médico. El ritual incluía sacarse toda la ropa, bañarse y autoaislarse por temor al contagio. La pregunta más lacerante que queda flotando es si la pandemia con su secuela de cuarentena, nos hizo mejores o peores. Si nos permitió dar un salto de humanidad en nuestros comportamientos. Hubo miserias, es cierto, pero también increíbles actos de grandeza. El mundo todavía mira una película que no tiene final. Pero nos recuerda cada día lo finitos que somos.

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