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  • Legislativas en CABA: un laboratorio electoral

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/03/2025 04:40

    Karina Milei - Jorge Macri - Leandro Santoro - Horacio Rodríguez Larreta - Martin Lousteau - Ramiro Marra Envalentonados por el blindaje al decreto de necesidad y urgencia que autoriza el inminente acuerdo con el FMI, y el impacto que ello podría tener sobre algunos indicadores macroeconómicos a partir de su probable implementación a partir de mayo, y reavivada -en las últimas horas- la estrategia polarizadora con Cristina Fernández de Kirchner, en el Gobierno vuelven a mostrarse confiados de cara al inminente proceso electoral. Si bien es cierto que la mayoría de las encuestas dan cuenta de que tanto la imagen del presidente como los niveles de aprobación del Gobierno siguen siendo importantes, en estos últimos 45 días de recurrentes pasos en falso, errores no forzados, negligencias o excesos de confianza, algo parecía haber comenzado a cambiar: el Gobierno ya no parecía dominar a su antojo la escena, había cedido la iniciativa política que supo hegemonizar durante casi un año y, incluso, comenzó a perder terreno en la conversación en las redes sociales, otrora el terreno más fértil para el despliegue de la narrativa libertaria. En este contexto, aunque nos adentramos inexorablemente en una etapa de crecientes turbulencias de variada intensidad tanto en la calle como en el Congreso y en los tribunales (no solo en la Corte sino también en Comodoro Py), el oficialismo comienza a desandar el largo calendario electoral sin resignar el diferencial de un posicionamiento que, a priori, sigue siendo más competitivo que el de la mayoría de sus adversarios. Se ha dicho en reiteradas ocasiones, pero sigue siendo una realidad tan palpable como persistente: la posición de relativa fortaleza de un oficialismo que viene gobernando pese a una manifiesta debilidad parlamentaria, una nula inserción territorial e incluso los recurrentes “ruidos” en la gestión de los últimos dos meses, se explica -en gran medida- por la profundidad y alcances de la crisis opositora. Una oposición fragmentada, carente de nuevos liderazgos, con muy poca legitimidad social, y que no logra eludir una la trampa que consiste en elegir entre una oposición frontal pero carente de una construcción alternativa, renovada y creíble, o el poco rentable espacio “dialoguista” en el que conviven los que aspiran a una integración al oficialismo, y los que por temor, conveniencia o mero instinto de supervivencia se inclinan a darle un “soporte” de gobernabilidad al gobierno en el Congreso. Lo cierto que este largo calendario electoral en ciernes, que combinará múltiples elecciones provinciales desacopladas con las elecciones legislativas nacionales de octubre, tiene entre sus primeras citas una elección que se destaca no solo por su carácter inédito y destino incierto, sino por su potencialidad de convertirse en un verdadero laboratorio electoral en el que se confirmen o descarten algunas hipótesis electorales, y donde se contrasten estrategias ya no con los escenarios simulados en investigaciones electorales sino frente al propio electorado. Hablamos de las elecciones porteñas, que tras el cierre del plazo para presentar alianzas y frentes electorales del pasado miércoles evidencia el fiel reflejo del estado actual del sistema electoral: una altísima fragmentación, rayana con la atomización. Un sistema en crisis, pero que en su progresiva reconfiguración, podría premiar electoralmente a los extremos, y forzar a una reconfiguración de alianzas de cara a las elecciones nacionales de octubre. El complejo rompecabezas porteño muestra a los primos Macri tratando de resistir en su tradicional bastión frente a un asedio múltiple que se amplifica por la pobre y desdibujada gestión del gobierno local. Al frustrado acuerdo con LLA, se le suma el desafío de un Horacio Rodríguez Larreta que, aunque las encuestas muestren por ahora que no podría aspirar a más que una discreta cosecha de 6 puntos porcentuales, no solo horadaría la competitividad del oficialismo porteño sino que complejizaría aún más el escenario que se avizora en la Legislatura local. A ello habría que sumarle lo que puedan restarle también los otrora socios de JxC, los radicales encabezados por Martín Lousteau, y los de la Coalición Cívica ahora liderada localmente por Paula Oliveto. En este escenario de dispersión de la oferta que supo orbitar en torno al último gobierno de Rodríguez Larreta, tanto el gobierno nacional como el peronismo se ilusionan con dar un golpe en las urnas para quebrar la hegemonía del PRO en la ciudad y mandar un temprano mensaje electoral en clave “nacional”. El peronismo, con mínimas fisuras que no ponen en riesgo la unidad entre el peronismo porteño y el kirchnerismo, irá encolumnado tras la figura de Leandro Santoro, que busca convertir la elección de mayo en un trampolín para disputar la jefatura de gobierno en 2027 y mostrar los incentivos para la “unidad” de cara a la disputa de octubre. Y en las filas de un oficialismo que interpretó el desdoblamiento electoral planteado por Jorge Macri como una “declaración de guerra”, ya sin contar en sus filas con su referente más instalado en el distrito (Ramiro Marra), el objetivo de mínima es superar el tercer puesto porteño de 2023. Conscientes de que el “sello libertario” en territorio porteño es aún una construcción “en progreso”, necesitan imperiosamente un candidato: por estas horas se debate si el fiel de la balanza se inclinará por un nombre asociado a Milei (Adorni) o un outsider que pueda explotar la narrativa anti-casta y la impronta rupturista. Es mucho más que la configuración de la futura legislatura, o la interpretación del comportamiento electoral del 7% del padrón nacional, lo que estará en juego en la boleta única que los porteños tendrán en sus manos el próximo 18 de mayo. No solo el PRO podría perder la hegemonía en su bastión y profundizar el proceso de declive, sino que un oficialismo nacional, que es sin dudas el más necesitado de un triunfo en las elecciones de octubre, podría exponerse a una derrota a manos de un peronismo que siempre vio en la capital un distrito esquivo. Por ello, en las diversas terminales políticas del oficialismo y la oposición se sigue muy de cerca lo que pueda suceder. No tanto de cara a unas elecciones provinciales que, quizás con la única excepción de la bonaerense, discurrirán por terrenos, estrategias y debates que procuraran estar lo más alejados que sea posible de lo nacional, sino fundamentalmente para las elecciones de octubre. Aquí, los interrogantes que habrán de dilucidarse son múltiples: ¿cuál será el peso del “sello” libertario sin Milei en la boleta?, ¿podrá el PRO evitar una dura derrota? ¿Una posible victoria del peronismo operaría como catalizador de un acuerdo PRO-LLA en la provincia o los puentes ya están rotos? ¿habrá espacio posible para terceras fuerzas o primará la dinámica centrífuga? Así las cosas, sin PASO a nivel nacional no son pocos los que conciben la elección porteña no solo como un ensayo general para medir los niveles de apoyo que tienen los diferentes sellos y espacios, sino también para -tras el veredicto de las urnas- reordenar la oferta electoral de cara a las elecciones en la siempre estratégica provincia de Buenos Aires y, al final del camino, en unas legislativas nacionales.

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