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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/03/2025 04:56
Carteles con fotos de la familia Bibas La toponimia o denominación de espacios públicos es un mecanismo de comunicación simbólica que articula la identidad y la memoria colectiva de una sociedad, constituyendo no sólo indicadores geográficos, sino también, como subraya Derek Alderman, marcadores históricos y políticos que reflejan las luchas, victorias, tragedias y el horizonte moral de una comunidad. Según estudios en memoria simbólica, los nombres de espacios públicos pueden contribuir a la regeneración de la identidad en contextos de conflicto y transformación. Por ello, Maoz Azaryahu demuestra que renombrarlos forma parte de estrategias de justicia transicional, un conjunto de medidas implementadas para afrontar violaciones de los derechos humanos, permitiendo reconocer el dolor de episodios trágicos, prevenir su repetición, buscar la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas. Esta actualización toponímica es una dinámica que implica restablecer la confianza, el diálogo y la paz no sólo entre personas o ideas en conflicto sino también entre estas y la democracia, los valores y el respeto a los derechos humanos. La psicología social demuestra que el cambio toponímico como ámbito de justicia social y cultural, genera un efecto terapéutico en la comunidad, ya que permite externalizar el dolor de episodios traumáticos y transformar ese sufrimiento en un símbolo de resiliencia. Como indica Maurice Halbwachs, la toponimia actúa como un elemento integrador reconociendo públicamente la memoria simbólica, facilitando la cohesión social y la recuperación colectiva, además de ser un marco orientador de la moral social. En dicho contexto, el proyecto de ley para cambiar el nombre de la calle “Estado de Palestina” por “Familia Bibas”, impulsado por el legislador Yamil Santoro, invita comprometida y resolutivamente a reconsiderar cuáles son los referentes que deben ocupar nominalmente el espacio público. Especialmente en el marco del monstruoso pogrom del 7 de octubre de 2023, en el que la trágica pérdida de la familia argentino-israelí Bibas se convierte en un símbolo de la criminalidad terrorista y de la necesidad de justicia transicional y memoria mediante la toponimia. Proyecto que estimula el sentido de pertenencia y compromiso con los valores democráticos como espacio común y de cohesión social, tal como expone Jay Winter en su teoría de la conmemoración y las diversas formas en que las comunidades se esfuerzan para encontrar consuelo colectivo. Si bien la cuestión toponímica de fondo permite buscar otro espacio público e incluso designarlo con “7 de Octubre”, evitando así el descontento de ciertos sectores sociales que desacordarían con sustituir “Estado de Palestina”, y hasta el eventual desacuerdo de las propias víctimas que no se verían reflejadas en la síntesis “Familia Bibas”, permítanme fundamentar el proyecto en los siguientes términos. Sustituir el nombre “Estado de Palestina”, responde a la obvia incongruencia de perpetuar en el espacio público no sólo un nombre que pretende legitimar un ente político inexistente sino también un territorio autónomo que desde su determinación hace décadas y a pesar de reiterados intentos incluso unilaterales por parte del Estado de Israel para su establecimiento y desarrollo como Estado independiente, lo único en lo cual sus gobernantes y autoridades persistieron es en el terrorismo. Hamás, agrupación terrorista que gobierna Gaza desde el 2006, ha cometido el 7 de octubre del 2023 el pogrom más atroz contra el pueblo judío luego de la Shoá. Agrupación terrorista financiada por Irán, país que junto a otra organización terrorista, Hezbolá, fueron declarados por la Cámara Federal de Casación Penal de Argentina en 2024, responsables de planificar, financiar y ejecutar los atentados contra la Embajada de Israel (1992) y AMIA (1994), actos calificados como crímenes de lesa humanidad. Por ello, resulta inaceptable en una democracia que una calle lleve una denominación asociada directamente a un régimen terrorista que ha perpetrado semejante masacre y persiste con su accionar de terror psicológico en sus macabras teatralizaciones para la entrega de rehenes, cuando en su lugar podría rendirse homenaje a víctimas reales e inocentes, representadas por, aunque no reducidas a la “Familia Bibas”. Bibas encarna, en su tragedia, el horror indescriptible de la masacre perpetrada por el terrorismo de Hamás. Shiri, una madre cuya única y desesperada preocupación era proteger con su propio cuerpo a sus pequeños hijos, Ariel de apenas 4 años y Kfir, un bebé de tan solo 9 meses, fue secuestrada junto a ellos y asesinados de la manera más brutal e inhumana. Pero no bastó con arrebatarles la vida, los terroristas de Hamás, en un acto de maldad inconcebible, ultrajaron sus cuerpos para borrar las huellas de su propia barbarie. Y como si la crueldad no tuviera fin, Hamás, con un sadismo espeluznante, trocó el cadáver de Shiri por otro, sumiendo en una tortuosidad aún más profunda a quienes esperaban darle digna sepultura. Por ello, no se trata de minimizar el dolor de las demás víctimas sino de reconocer que en la tragedia de la familia Bibas se concentra la imagen más desgarradora de la inocencia e indefensión ultrajada y exterminada. Un niño de cuatro años y un bebé de nueve meses asesinados, como tantos otros, por el solo hecho de existir; una madre que, como tantas otras, en su último aliento, intentó darles una mínima esperanza de refugio. Un horror que sobrepasa cualquier lógica de guerra y que nuevamente confronta a la humanidad con la cosificación más absoluta del ser, como en la Shoá. Por la magnitud de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por Hamás, simbolizados, aunque no reducidos a la Familia Bibas, resulta un imperativo moral preservar la memoria de Shiri, Ariel y Kfir como testimonio del más profundo dolor causado por lo aberrante y perverso del terrorismo, como recordatorio indeleble de sus costos humanos y los abismos a los que llega la ideología, en este caso yihadista islámica, despojada de toda humanidad. Ejemplos similares han ocurrido en Europa del Este tras la caída de regímenes autoritarios, cuyas ciudades eliminaron nombres asociados a dicho régimen y adoptaron denominaciones que simbolizan la lucha por la libertad y la justicia. Esto facilitó procesos de renovación identitaria en la nacionalidad rusa post soviética, tal como demuestran Benjamin Forest y Juliet Johnson. Similarmente, en la Sudáfrica post-Apartheid, el renombramiento de espacios públicos honró a los héroes de la lucha contra la opresión, contribuyendo a la construcción de una identidad inclusiva y a la sanación de heridas históricas. Chile y Colombia implementaron cambios toponímicos para reconocer a víctimas de violencia política y social, contribuyendo a reparar narrativas históricas y fomentar una cultura de paz. España, tras la dictadura franquista, sustituyó nombres de calles que glorificaban dicho proceso por figuras emblemáticas de la resistencia democrática. Alemania eliminó toda referencia al nazismo en la toponimia y erigió monumentos en memoria de sus víctimas como los Stolpersteine, placas incrustadas en la acera que homenajean a las víctimas del nazismo con su nombre, fecha de nacimiento, deportación y muerte, comprendiendo los valores que debe reflejar el espacio público. Argentina cambió nombres de calles, plazas y otros espacios públicos vinculados a la dictadura militar, adoptando en su lugar nombres de víctimas o relacionados con los DDHH, la democracia y la memoria. Este proceso refuerza la idea de la toponimia como vehículo de reconocimiento de la verdad y la dignidad de las víctimas, tal como el cambio nominativo de la estación de subte Pasteur por Pasteur-AMIA (2015). Nuevamente, la realpolitik puede desacordar con el proyecto del ley por los motivos mencionados, pero no menoscaba el imperativo moral y cívico de honrar y reconocer toponímicamente las víctimas del terrorismo de Hamás, reflejar la magnitud del 7 de Octubre, sus implicancias globales en los derechos humanos y los valores occidentales.
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