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  • Una mirada desde la alcantarilla. Vivir la invitación a escribir

    Parana » Ahora

    Fecha: 22/03/2025 02:35

    Vivir la escritura como una invitación Instrucciones para vivir una vida: Prestar atención. Sorprenderse. Contarlo. Mary Oliver La invitación a escribir es una llamada al entusiasmo, para recuperar el asombro, para perder el temor, para apropiarnos de una mirada que se empaña por el poco uso, para afilar los sentidos, para traducir la experiencia y para convertirla en hecho artístico, para transformar lo que sea que nos obsesione en artefacto estético. No hay recetas para escribir literatura, hay reglas gramaticales y normativa del uso del español, hay estructuras que podemos reconocer que, cuando pensamos en escribir con el lenguaje como protagonista, hacemos estallar. La formación como lectores de literatura permite ir adquiriendo una práctica que agudiza los sentidos. Leer y escribir en comunidad, generar lazos y reconocer en la extrañeza de lo propio y en la cercanía de un otro que aparece en lo ajeno, nos hace una invitación impostergable: la belleza es posible de lograr. Nosotrxs podemos hacerla aparecer. La vida es intraducible porque el lenguaje no logra captarlo todo. Por suerte, eso inasible nos llama. Lo que se escapa es lo que atrae, cuando desbordo de alegría, cuando la nostalgia golpea, cuando el dolor es una carne que atrapa aparece como una necesidad sujetar el paso del tiempo, el instinto busca sacar la foto, anotar las mismas palabras, guardar un eco. Yo creo que escribir es atravesar el propio cuerpo, correrse de la estructura ósea. Podemos con palabras volver el tiempo: usamos el presente cuando evocamos. Hacemos posible que exista lo que ya no tiene lugar en el mundo cuando nombramos. La palabra, los matices, las uniones que se nos ocurren íntimas como si estuviéramos jugando a crear, a ser demiurgos de universos que nos pertenecen. Eso es escribir. Crear y que aparezca. Una tortura placentera, un machaque de esencias hasta llegar a la fragancia nueva. Un olor nuevo de animal recién nacido. No necesitamos bautismo, necesitamos abrirnos a la escucha. A la propia y la ajena. Pienso en escribir y en complementar, entrar en la meditación de los sonidos. Podemos hacer música escribiendo. Podemos ser enérgicos permaneciendo sentados, podemos mover las cosas de lugar y cambiar nuestras caras. Escribir es una aparente quietud, como lo es gestar. Es una chance para vivir otras vidas, tener otros paisajes a mano, correr como un pez en la cascada horizontal. Si pensamos en el acto físico, podemos ver la letra erguida, la letra inclinándose ansiosa hacia adelante o recuperando el lomo del pasado volviendo una letra de cangrejo, quizás haya palabras cayendo o flotando encima o bajo el renglón. Escribir y plasmar aquello que desconocemos nos transforma en puentes de algo que pariremos entre otrxs invisibles mamá me dijo, y la madre no está o no nombró. Inventamos voces que nos alientan, creemos en el empujón en la espalda para quebrar la superficie lisa de un agua que podemos hacer oscura o cristalina, una masa molecular que nos levanta como un premio o que nos arrolla contra las piedras. De todo sobreviviremos en la escritura, ese es el final feliz. La garantía de que vale la pena intentar ponerle nosotxs mismxs las letras a nuestra historia, una historia verdaderamente ficticia, creada con la sensación del cuerpo real, ese cuerpo que queda huérfano fuera del texto que después puede tomar distancia. Tomar distancia, repito, como cuando en la escuela colocábamos la palma sobre el hombro del mejor amigo y descubríamos la nuca con el final del pelo en forma de pico y veíamos que tenía un nido y pájaros o la parte escondida de la oreja desde donde los caracoles fabricaban su casa. Vemos cercanos pero no encima qué podemos hacer para que ese hecho estético tan propio, se vuelva apreciable como algo que además de mí guarda una verdad sobre el mundo, ofrecida al mundo. En mi mundo entran tres hijos, un par de hermanos, un hombre con dos hijos más hermanos de los míos, mi madre y su madre y amistades insustituibles. Eso es la geografía que habilita que escriba. Porque no se escribe en soledad, se convoca, se acaricia el miedo, se duerme abierto a la incertidumbre, se duerme sabiendo que en la espalda guardamos flechas pero en la frente algo nos apunta. Escribir es desafiar los traumas, despojarnos del ego. No soy ya yo quién escribió, es el lenguaje que hizo de mí un instrumento para descifrar algo que yo no sabía que guardaba.

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