Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Más y mejor educación para escaparle a la trampa malthusiana

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 21/03/2025 04:49

    El país forma pocos profesionales en áreas estratégicas para el tipo de desarrollo que proponen los actuales cambios tecnológicos (Imagen ilustrativa Infobae) Desde que el homo sapiens dio sus primeros pasos en la tierra hace unos 300.000 años, la población no ha dejado de crecer. Al inicio del período mesolítico -10.000 AC-, 4 millones de personas ya habitaban el planeta, cifra equivalente a la actual provincia de Córdoba. Según McEvedy y Jones (1978), en el año 1 dC se contaban 300 millones. A lo largo de la historia, guerras y pandemias pusieron freno a dicho crecimiento. A mediados del siglo XIV, en solo 6 años, la peste bubónica primaria redujo la población de Europa de 80 a 30 millones. Un estudio realizado por Kock et al. (2019) estimó que la conquista de América provocó la muerte no natural de 56 millones de nativos, equivalente al 10% de la población mundial del momento. Guerras, esclavitud y enfermedades lo explican. Asimismo, por falta de vacunación, la viruela causó unos 300 millones de muertes tan solo en el siglo XX (Mayo Clinic, 2024), más de 3 veces los caídos y asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. En Ensayo sobre el principio de la población (1789), Thomas Malthus estableció un vínculo dispar entre crecimiento poblacional y generación de alimentos. Esto llevaría a hambrunas hasta la casi desaparición de la raza humana. Presenta entonces un principio de solución: limitar el número de hijos en una suerte de restricción moral. Malthus plantea su hipótesis durante plena primera Revolución Industrial (1760-1850) sin tener en cuenta el cambio tecnológico que estaba tomando lugar. El mundo de la producción había comenzado un trayecto virtuoso de crecimiento. Los niveles de productividad crecieron de prácticamente 0,01% por año a 1%, o más (Clark, 2014). De a poco, la población logró autoabastecerse, evitando así la catástrofe malthusiana. Durante el siglo XX, cambios culturales modificaron conductas y costumbres. En Nación y Familia (1941), Alva Myrdal afirma que estamos frente a una sociedad más individualista, competitiva y menos atada a cánones religiosos, lo que condujo a la baja en la cantidad de hijos por mujer. La planificación familiar, los métodos anticonceptivos y el ingreso de lleno de la mujer al mundo del trabajo, junto a su mayor acceso a estudios superiores -en Argentina, la paridad de género se alcanza a mediados de los 1990-, por ejemplo, incrementaron aún más la tendencia. Tales cambios sociales lograron que la imposición de la “restricción moral” que planteaba Malthus no fuera necesaria para reducir la cantidad de nacimientos. Argentina no fue ajena a este fenómeno. Con vaivenes o lentas desaceleraciones desde fines del siglo XIX, se observa una evidente disminución de nacimientos a partir del quinquenio 1950-55 (RENAPER, 2021). Ya en 1980 se alcanzó una tasa de 3,3 hijos por mujer hasta llegar a 1,8 en 2019 -se necesitan 2,1 para mantener la población en equilibrio-. El descenso más brusco se observó durante el período 2014-2022, cuando el número de nacimientos se redujo en un 36% y la tasa global de fecundidad a 1,3. La caída atravesó a todas las clases sociales y grupos etarios. La disminución del embarazo adolescente ha sido asimismo significativa, lo que es una excelente noticia. La dinámica descrita en el párrafo anterior pone hoy al sistema de educación -menos alumnos por escuela- ante una oportunidad. El “bono educativo” supone más recursos disponibles por estudiante. Si se utiliza tal “excedente” de manera eficiente, no sería una quimera lograr una mejora en el rendimiento de los alumnos que han comenzado a ingresar al sistema escolar en los últimos años. Tomemos en cuenta que el deterioro lleva décadas y va en aumento. Actualmente, según las últimas evaluaciones disponibles de PISA (2022) tomadas a alumnos de 15 años, el 72,9% de ellos no superó el nivel 1 en matemática y 54,5% en lectura. Esto significa que no se encuentran aptos para acceder a estudios superiores o para llevar a cabo actividades en la sociedad del conocimiento. Luego, no es de extrañar que más de 4 de cada 10 ingresantes a la universidad interrumpa sus estudios antes de completar el primer año (SdE, 2023). Por otro lado, la disminución de nacimientos ubica al sistema previsional en alerta -más pasivos por trabajador activo a futuro-. Asimismo, el aumento en la esperanza de vida, que pasó de 65 años en 1960 a 78 en 2021, pone mayor presión aún. Proyecciones actuales la sitúan en 84 años para 2040 (CAEME, 2021). ¿Qué hacer entonces ante esta realidad que pone a nuestra economía ante fuertes desequilibrios pero que a su vez le entrega oportunidades? Si el objetivo es dar con una solución duradera que evite atajos de corto plazo, la respuesta es más y mejor educación. La educación debe ser pensada como un continuo que comienza en el mismo momento del nacimiento y que recién finaliza cuando la vida se extingue. La educación es una inversión a largo plazo, de rentabilidad permanente, que presenta fuertes externalidades y, como tal, no se lleva bien con las dinámicas que impone el mercado -salvo excepciones-. Es necesario un Estado presente que la financie y oriente. Uno de los graves problemas que presenta la economía argentina es su bajo nivel de productividad. Producimos poca riqueza. Según estadísticas del Banco Mundial (2023), el PBI por trabajador empleado corregido por paridad poder de compra (PTEppc) alcanzó U$59.856. Por su parte, Australia, país con el cual históricamente nos hemos comparado por haber presentado características de “despegue” similares a las nuestras, casi el doble -U$114.553-. Una situación particular evidencia el estancamiento argentino. En 1990, Corea del Sur generaba U$34.314 PTEppc. Nosotros, U$46.289. Mientras la Argentina aumentó su PTEppc en 29,3% desde ese año hasta 2023, el país asiático lo hizo en 161,6%. En definitiva, si no aumentamos la riqueza producida, seguiremos sumidos en el atraso y la mendicación. ¿Pero cómo hacerlo? Así como en su juicio sobre la relación población-alimentos Malthus no tomó en cuenta la verdadera revolución productiva que venía ocurriendo, pareciera que la formación de capital humano en Argentina ha hecho caso omiso al impacto que la 4° Revolución Industrial viene teniendo en el mundo del trabajo y la producción. El país forma pocos profesionales en áreas estratégicas para el tipo de desarrollo que proponen los actuales cambios tecnológicos. Se recibe un abogado cada media hora, un físico cada dos días y tres psicólogos por cada graduado en informática. Este desbalance, generado por una política de ingreso a la universidad que no impone ningún tipo de exigencia cualitativa -se cuestionan los exámenes de ingreso o de finalización de secundaria con características vinculantes, acusándolos de herramientas punitivas cuando son instrumentos diagnósticos útiles para ordenar la demanda-, provoca una baja graduación de profesionales, especialmente en campos del conocimiento estratégico. Asimismo, el ejercicio inflexible y por momentos individualista de la autonomía universitaria ha llevado a que la Universidad Nacional se comporte como un ente privado, disociado de las políticas públicas y con baja articulación con el mercado de trabajo y productivo: que ingresen todos y después vemos qué hacemos. Para corregir tales asimetrías se necesita un diálogo profundo entre el Estado -que financia más del 85% del presupuesto universitario-, la universidad -entidad a cargo de formar los recursos humanos-, el mercado de trabajo -que empleará tales recursos- y el subsistema de ciencia y tecnología -que produce el conocimiento-. Lamentablemente, por ahora, la conversación se asemeja más a una riña o es inexistente. La carrera por la revolución educativa debe partir ya. El excedente financiero con el que contará el país, producto de la menor tasa de nacimiento y de los ingresos que ya viene generando el sector minero y energético, debe ser utilizado de manera eficiente. Los alumnos deben llegar al sector terciario y universitario sabiendo leer, interpretar, relacionar ideas y resolver operaciones cuantitativas de al menos mediana complejidad. Suena a verdad de Perogrullo. Pues bien, hoy no ocurre. Y que nadie arroje la primera piedra. Según los resultados de PISA 2022, 3 de cada 10 estudiantes del cuartil más rico de la población no alcanzan los niveles mínimos de lengua (Kit et al., 2024). Argentina tiene aún un largo sendero por recorrer. No solamente necesitamos mejores profesionales en áreas estratégicas, sino más graduados en todos los campos del conocimiento, incluidas las áreas sociales y humanas. Tomemos en cuenta que la tasa neta de enrolamiento universitario (estudiantes entre 18 y 24 años respecto de la población que conforma dicho grupo etario) es aún baja (24%). De hecho, deberíamos aumentar tal porcentaje si el objetivo es comenzar el proceso de “catching-up” (reducir la brecha de riqueza en relación con los países industrializados). Asimismo, deberían duplicarse durante el próximo lustro los fondos destinados a ciencia y tecnología -hoy en menos de 0,5% del PIB-. Sin ciencia, no hay desarrollo posible. Un país crece y florece si cuenta con un modelo de desarrollo que tome en cuenta sus ventajas competitivas, los cambios en la demanda de trabajo que impone la actual revolución tecnológica y, como consecuencia, forma el capital humano acorde a tales requerimientos. No basta con aumentar la cantidad de trabajadores activos en relación a los pasivos -los niños y adolescentes en edad escolar y los jubilados y pensionados-, sino que aquellos que trabajan produzcan más riqueza. No es solo cuestión de cantidad, sino asimismo de calidad y pertinencia del capital humano que estamos formando. Solo así escaparemos de la trampa malthusiana que nos tiene atrapados y en la que hemos ingresado por demagogia, ignorancia, indiferencia y malas políticas.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por