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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 20/03/2025 10:19
De ANÁLISIS Oliva Cáceres de Taleb ofreció un oportuno testimonio vinculado con la más horrenda noche de Argentina que protagonizó la dictadura cívico militar; pero también alumbró la importancia de la memoria a 49 años del golpe de Estado y la defensa de la democracia. “El Nunca Más es defender la democracia”, ponderó en el programa “Cuestión de Fondo” (Canal 9, Litoral). La entrevista la realizó Daniel Enz, conductor del ciclo y director de ANÁLISIS. La militante diamantina por los Derechos Humanos estuvo seis años detenida durante la última dictadura a partir del 24 de marzo de 1976 y quedó en libertad días antes del desembarco en las Islas Malvinas. Sufrió torturas, violencia física y psicológica, padeció la angustia de la cárcel, la soledad y la incertidumbre por la realidad de un hijo que apenas tenía 3 meses cuando fue detenida por el poder militar. Hoy solo reclama memoria y justicia y agradeció el haber sido invitada a “Cuestión de Fondo” (Canal 9, Litoral) “porque es una manera de saber bien dónde se está parado. Es una manera de saber qué es lo que no hay que cometer, qué es lo que no hay que permitir. Que vos (dirigiéndose a Daniel Enz) de eso sabés muchísimo. La corrupción pudre los cerebros”, resaltó con la memoria que reclama verdad y justicia. Y enfatizó que “el Nunca Más es defender la democracia, algo que mi generación se hace cargo”. -Se van a cumplir 49 años del 24 de marzo de 1976. Y nosotros como cada año seguimos hablando del tema y seguimos haciendo memoria. Oliva Cáceres es militante histórica, diamantina. Estuvo seis años y cinco días detenida por la dictadura. ¿Qué fue lo peor de esos seis años y cinco días? -Bueno, sin lugar a dudas, lo peor, lo que duele como si fuera ayer, es no haber podido abrazar a nuestros seres queridos y particularmente a Gamal, que lo dejamos de tres meses. A fines de enero del ´77 nos llevan a Devoto a un grupo de detenidas que estábamos en Paraná. Y a partir de ahí las visitas fueron siempre en locutorios. Solamente tuvimos una excepción, que fue a pedido de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de la Cruz Roja Internacional, de algunos embajadores, que conseguimos que un Día de la Madre -después de cuatro años-, nos dieran 15 minutos para estar con ellos en un patio rodeado de celadoras. Ese fue el gran triunfo, y es el gran dolor que aún tenemos todas las mamás que atravesamos eso. Porque lo hacíamos a través del vidrio. El vidrio, obviamente, no transmite el calor humano y mucho menos transmite el cariño que una mamá o un hijo puede sentir por sus padres. Esta situación no era particular de las mamás, sino que también fue vivida en los hombres. Te voy a decir más, esto de la violencia de género y la diferencia que hay con gente que practica el machismo sin ponerse vergonzoso… los varones no tuvieron el privilegio que tuvimos nosotras de tener 15 minutos, absurdos, pero absolutamente valiosos, de estar con nuestros hijos. Nosotras, en la cárcel de Devoto llegamos a ser más de 1.500 mujeres aproximadamente. Muchas mamás no venían a visitar a sus hijos. ¿Y sabés lo que nos despedían cuando nos iban abriendo la celda y nos iban bajando por celular o por piso? Nos decían “Vamos, ¿eh? A disfrutar. Lloran a la vuelta”. Y fue así. Nos habían hecho practicar qué cosas le podíamos mostrar a nuestros hijos que no lo habíamos hecho antes. Recuerdo que una de las cosas que había aprendido, a pesar de que tenía buena formación psicofísica, porque había bailado, había hecho deportes, de todo… nunca pude pararme de cabeza contra la pared. Y entonces, una de las chicas que hacía yoga, me dijo: Oliva, vos tenés que mostrarlo, así que lo vas a aprender. Así que, ridícula, pero absolutamente convencida que era lo mejor que le podía mostrar a Gamal. Me puse frente a una pared, y él me miraba como diciendo: “¿qué haces? ¿Qué hacés?” Porque él tenía cuatro años y algo, casi cinco. -Hablando mucho con Guillermo Alfieri, periodista, ya fallecido. Fue mi maestro y estuvo también detenido y desaparecido en La Rioja. Yo le preguntaba a él cómo sobrevivían esos días y él me decía: todos los días me ponía a recordar letras de tango, se aferraba a eso. ¿A qué te aferraste vos para pasar esas horas del encierro? -Esto no se maneja, no lo desenchufo cuando quiero, ni lo enchufo cuando quiero. Te puedo asegurar que yo pensaba en cosas lindas y pensaba en una promesa que le había hecho y que le hacía por carta a Gamal. Y que (a esas cartas) mis padres se las leían, porque Gamal pasaba de lunes a viernes con papá y mamá -mis padres- y de viernes a domingo con la familia de Jorge. Y entonces yo a él le escribía y le decía: “Lo mejor aún no lo hemos vivido. Recuerda siempre que esto también pasará”. Y se vive en situaciones fuera de las torturas más crueles que pueda imaginarse uno, que el ser humano le puede producir a otro ser humano. Yo pensaba que tenía que salir “enterita”, íntegra, que ese era un compromiso que tenía. No lo pensaba para conmigo misma en realidad, ¿sabes para quién lo pensaba? Para cuando me encontrara con mis seres queridos, con Gamal, con Jorge y mis viejos. Yo soy única hija. Y entonces sostenía, porque veía que otras compañeras se atormentaban mal y las atormentaban mal; ¿cómo podría decir? No es que ellas autorizaban el tormento, sino que hay grados de hostigamiento o grados de tolerancia que vos vas bajando o subiendo. Entonces, yo sabía que no lo podía mostrar. Entonces, no recurría a un psiquiatra. No recurría a un cura. Es decir, todas las personas que no éramos víctimas eran para nosotros seres desconfiados. Seres desconfiados. Es decir, nadie te podía garantizar nada. Nosotros pasamos situaciones terribles, como por ejemplo decirte, después de todo esos pedidos de los organismos internacionales, ellos pensaron que era el momento de ir “aflojando” algo en el sistema carcelario interno. Entonces, había un piso donde había ciertas contemplaciones con internas que ellos elegían. Una de esas cláusulas era: te citaban y te decían, vos querés ver a tu hijo, vos querés estar con papá y mamá cuando vengan (que iban dos o tres veces al año, como mucho). Bueno, entonces, ¿por qué no reconocés escribiendo que el culpable de todo esto es tu marido? ¿Cómo? Sí, enseguida te bajamos, avisas y tenés la visita de contacto. -Tu marido estaba detenido… -Mi marido estaba detenido desde junio del ´75. Y había pasado por todas las cárceles. Creo que solamente no pasó por la de Resistencia. Pero, después todas las demás, todas las conocías. -¿Qué edad tenías? -Tenía 26. Tenía 26 años y el domingo anterior había ido a visitar a Jorge con el bebé a Gualeguaychú. Y en la ruta, volviendo el domingo a la nochecita, me detiene un retén, una patrulla militar. Y me piden, me miran, se miran entre ellos y yo… ¿viste?... era 26 años. No es que te llevas el mundo por delante, vos pensás que nada te iba a pasar. Esto que uno vive de los adolescentes, uno también siente, pero no, ¿qué hay contra mí? Nada. Vengo de visitar a mi marido. Y al miércoles los tenía en casa. Pero, te decía que volvíamos de esas “visitas de contacto” o de esas otras visitas a las cuales ellos te proponían. Y yo, nunca se me pasó por la cabeza decir, “dale”. Fueron bajando estos ofrecimientos que te hacían, pero bueno, no digas que fue tu marido; decí que no sos guerrillera. Entonces yo decía, ¿cómo voy a decir eso? Sí no lo soy. Y después terminamos que tenía que decir que soy católica apostólica romana. Y no, porque no lo era. ¿Y sabés qué me mantenía a mí para decir no? Te digo la verdad. Extrañá a los hijos, vos que sos papá. Te duelen las tripas, Daniel. Te duele todo el cuerpo. -En instancias como la que ustedes vivieron, ¡habrán pensado mucho en la muerte? Y en tu caso se aferraban más a la vida pensando en salir. Cuánto pensaste en decir, bueno, quizás sea mejor… seguramente habría muchas compañeras que prefirieron morir. -Morir, dejarse en el abandono. Y, además, no solamente es la tuya. Vos salís a una hora a un recreo y escuchás otras historias. Te metés en otros ombligos. Y hasta te podría decir que te olvidás del tuyo. A mí me pasó lo siguiente, me hablabas de la muerte. A mí me torturaron en presencia de mi papá. Creo que te lo he dicho. Y a mi papá lo soltaron, lo sacaron con un paro. Y yo no sabía si se había muerto o no. Y ¿sabés lo único que yo pensaba? Si se cagan, me voy a morir. Perdóname la expresión, pero así lo pensé siempre. Y así lo sigo pensando. Porque hay ¡tanto todavía por hacer! ¡Tanto! ¡Tanto por descubrir, tanto por cambiar! ¡Y tanto por encontrar! Porque la vida me lo devolvió después. Yo encontré pequeños gestos que me dieron felicidad. Y creo que también se la dieron a mi familia. Mi papá sobrevivió a ese horror. -¿Qué te pasó cuando saliste por primera vez? He hablado con muchas personas para escribir el libro “Rebelde y ejecutores” ... he hablado con muchos detenidos en estos últimos 40 años. Y me sorprende que la mayoría me contaba qué les pasaba cuando salían y se reencontraban con esa sociedad del ´81, ´82, ´83... Eso de que volvían a su ciudad y la gente se cruzaba de vereda para no saludarlos. -Se cruzaban por nuestros padres. Mi mamá los llevaba a Gamal al Jardín. Mujeres que la conocían de toda la vida. Una santa mi mamá, un ser único, dulce como pocas. Y ella, cuando yo volví, me dice vos sabés que Fulana se cruzaba de vereda por miedo a que yo la contagiara algo. Que la saludara. Gente que perdió hasta esa empatía. -¿Y cómo fue reconstruirte vos en esa sociedad que te marginaba todavía? -Primero, nosotros éramos papá, mamá y yo. Pero, la familia de Jorge Alberto es enorme. Son paisanos de esos que se apegan y que están… que a lo mejor no lo expresan verbalmente, pero te abrazan y no tienen problemas en el qué dirán. Entonces, a nosotros nos acogieron mucho, con amor. Muchísimo. Y hubo gente que nos pidió disculpas. Disculpas por no haber preguntado por nosotros. Por no haberse animado a preguntar. Y a mí me ha pasado, y me pasa todavía, de sostenerlos. De tener que comprender hasta dónde puede llegar el miedo. Hasta dónde puede llegar el egoísmo en el sentido “me salvo yo”; “no quiero que nadie piense que porque nos conocíamos teníamos algo que ver”. Entonces, por un lado, esto de no estar pidiéndole a la gente explícame por qué no me fuiste a visitar, por qué no me saludaste. Nunca, jamás. Nunca. No soy contadora, no soy abogada, no soy jueza. Nunca se lo he preguntado a nadie. Al contrario, he tenido esa comprensión para decir lo siento por vos. -Cuando declaraste en la Justicia Federal ante el juez Leandro Ríos, no tengo duda que fue el mejor discurso, el mejor alegato que se escuchó en ese juicio. ¿Qué te pasó cuando te cruzaste alguna vez con un carcelero, con alguien que lo hayas visto adentro? ¿Qué te pasó en vos, en tu ser? -Esto es un aprendizaje, saber qué hay dentro de uno y tratar de buscar, de no pervertirte, de no caer en esto de ser igual (al otro). Esto ha marcado mi vida, Daniel. Te digo la verdad, yo camino por la cornisa, pero sé que nunca voy a dar el paso de irme al otro lado. Eso lo tengo absolutamente claro y esto no quiere decir que no sepa respetar la democracia ni lo que elige el pueblo argentino, de ninguna manera. Pero no soy igual a ellos. Mi familia no es como ellos. Fui docente de hijos de ellos. Sabes que tenían unas notas extraordinarias. Porque siempre pensé: los hijos no deben cargar con la responsabilidad de su padre, no tienen la culpa. Y te voy a contar una anécdota que a Jorge lo pone incómodo que la cuente. Casa de por medio, vivía el que lo torturó mal, pero muy mal… lo que significa la tortura física. Esa persona vivía a dos casas más abajo de la nuestra. Sus hijos eran de la edad de las mías. Y un día, un domingo, tocan el timbre en casa, eran como las cuatro de la tarde, y le digo a Jorge, ¿sabes quién está? La mujer de “Zapatita”. Y me dice, ¿y qué quiere? No sé. Y voy a preguntarle. En esa época Jorge era vicepresidente de la Federación Entrerriana de Tenis, porque Gamal jugaba al tenis. Y le digo, hola, ¿cómo te va? Y me dice, ¿Jorge está? Está recostado, le dije, está descansando. ¿Por? Le quiero pedir algo, si puede. ¿Qué? Y me dice: viste que Carlitos -que era el hijo mayor- está estudiando Medicina. Y como le iniciaron el juicio (al marido, que se lo iniciaron en la época de (Raúl) Alfonsín), no estaba cobrando. Y él quiere seguir estudiando. Y puede dar clase de tenis. Pero, le piden una recomendación. Y Jorge, ¿no se la podrá dar? Bueno, le digo, yo se lo transmito. Ella se vuelve a su casa. Y (Jorge) me dice, más vale, hazla. Porque él no escribía máquina, yo era la que escribía a máquina. Entonces me dice, hazla, ¿le pediste los datos? Sí. Y el chico entró a dar clase de tenis con la recomendación de él. ¿Vos me dirás, esto sirvió para dar vuelta a algo? No. ¡Aprende el que quiera aprender!, el que tiene madera para aprender. Entonces, yo me hago cargo. No es que tiramos pólvora en chimangos, me hago cargo de que alguna semilla va a prender bien. Es decir, no creo que tengan rencor con nosotros y que él se haya olvidado de ese gesto. La mamá tampoco se olvidó. Pero, era el papá de él, y nosotros teníamos una certeza: el papá era un torturador. Y yo, o Jorge, o todos los diamantinos, no queríamos que repita esa faceta tan brutal, tan negativa del ser humano. Torturarnos porque simplemente querían sacar información. ¿La sacaron? Mirá, vos me dirás en el alegato… yo no he conseguido respuestas que tienen para darnos. Sinceramente. Supongo que algunos de los que participaron en nuestra tortura ya no viven, o no sé si voy a estar viva yo para escuchar sus nombres. Pero, ellos vivieron, todos estos 49 años, vivieron con esa carga, acostándose con la almohada, enfrentando a su familia sin saber si decir o no la verdad. Nosotros les dimos la oportunidad. La democracia se la dio, no Oliva o Jorge Alberto, o todos los chicos de acá. Porque me gustaría, en este reportaje, que cuando vean mi cara, se pixele la cara de Claudia, de la “Noni” González, de mis compañeras entrerrianas, Julia, Mariana… Es decir, gente que todavía buscan respuestas. Es decir, nosotros no hemos perdido la esperanza de que la verdad se sepa. Esto no es una muletilla. Así como la memoria no es una muletilla y por eso estoy acá. La verdad es un camino. Lo haré yo, lo harán otros, lo harán mis hijos, no con esta gente. ¿Saben con cuál? Sosteniendo que Nunca Más sea un canto a la vida. No quiero que esta gente sea torturada frente a sus hijos y viceversa. No quiero que las madres estén buscando una respuesta sobre dónde están sus hijos. Y celebrando encontrar nietos de 50 años. Es decir, eso es el Nunca Más. El Nunca Más es defender la democracia, algo que mi generación se hace cargo. Yo crecí con un papá enojado por todos los golpes de Estado y porque el general se había tenido que exiliar. Y crecí al lado de un Rodolfo Parente que criticaba que a Illia le habían hecho un golpe de Estado también. -Rodolfo Parente que también sufrió la cárcel. -Sí, claro, porque eso también hay que decirlo. Es muy buena esta acotación. No vamos a creer que solamente éramos los del signo peronista o los izquierdistas. En Diamante llevaron ferroviarios, gente que tenía una perfumería. ¿Sabes por qué? Porque había sido del Partido Comunista y en su vida había hecho nada más que ser un afiliado del Partido Comunista… Y radicales se llevaron. Y se llevaron monjas. Y se llevaron trabajadores sociales. Porque yo Devoto aprendí que había otra gente que también era víctima. Mirá, yo te agradezco este espacio, Daniel. Te lo agradezco infinitamente. Porque es una manera de saber bien dónde se está parado. Es una manera de saber qué es lo que no hay que cometer, qué es lo que no hay que permitir. Que vos de eso sabés muchísimo. La corrupción pudre los cerebros. Programa “Cuestión de Fondo” (Canal 9, Litoral)
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