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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/03/2025 04:59
Escena de la serie "Adolescencia", donde el protagonista Jamie es entrevistado por una psicóloga (Netflix) La adolescencia es un territorio de tensiones, de emociones, de búsqueda identitarias y de pertenencia. Es sobre todo un tiempo y lugar simbólicos donde se abandona el cuerpo infantil, los padres idealizados y se asume una nueva sexualidad. En ese proceso complejo y pleno de inseguridades y ambigüedades el rechazo puede convertirse en una herida difícil de elaborar. Más aún cuando no hay sujeciones psíquicas para sostenerlo o no hay sostén y cuando la frustración no encuentra un cauce simbólico y entonces puede estallar en formas destructivas. La serie “Adolescencia” aborda este fenómeno con una crudeza difícil de ignorar. Un adolescente de 13 años, tras ser rechazado por otra adolescente de su misma edad, y señalado en redes con un emoji que lo etiqueta como incel, llega a cometer un crimen brutal. Aunque el término incel (involuntary celibate) surgió en foros de internet para describir a hombres que se sienten excluidos de relaciones afectivas y sexuales, con el tiempo, se cargó de connotaciones misóginas, asociándose a discursos de odio donde el rechazo femenino es visto como una afrenta intolerable y la violencia, como una forma de castigo. La serie muestra a un adolescente que sufre la carga de un juicio social en redes del que no puede escapar y que lo marca profundamente (Crédito: Netflix) La serie no nos muestra a un adolescente inmerso en comunidades misóginas, sino a un adolescente que sufre el peso de esa designación en redes, con varios “me gusta” que confirman la misma mirada de “los Otros”, la de un juicio social del que no puede escapar. Y en esa interpelación, en esa marca que se le impone desde “el afuera”, pero que lo habita desde adentro, se desata la tragedia. Jamie, el protagonista, se esfuerza por ser suficiente para su padre, como le cuenta a la psicóloga designada para su evaluación, aunque no quiere hacerlo. Su padre, un hombre criado en un entorno violento, intenta conscientemente no reproducir ese modelo con sus hijos, pero sin darse cuenta, perpetúa los estereotipos de lo masculino. En esa intersección inconsciente e intergeneracional, aparece la vergüenza de ambos: la de Jamie, por no ser lo que se espera de él, y la de su padre, por rechazar en su hijo lo que no encaja en su ideal de varón. Su historia no es solo la de un niño que se siente marginado; es también la de un hijo criado dentro de estereotipos familiares inamovibles. Su madre cumple el rol tradicional de cuidadora y encargada del hogar, mientras que su padre representa el modelo clásico del hombre protector y proveedor. En su afán por formarlo como un varón fuerte y exitoso, lo impulsa hacia deportes que considera “masculinos”, sin advertir que su hijo no encuentra en ellos ningún placer ni identidad y hasta es avergonzado públicamente por otros hombres que se burlan de él. Su papá no puede rescatarlo y tampoco puede rescatarse a sí mismo. El rechazo puede convertirse en una herida difícil de elaborar cuando no hay sostén emocional ni un cauce simbólico para procesarlo (Imagen Ilustrativa Infobae) Solo al final ambos padres advierten que no pudieron ver lo suficiente, quizá lo que él necesitaba. Se preguntan si lo dejaron demasiado solo en la habitación frente a la pantalla, frente a quién sabe qué cosas. Ambos padres se culpan de no haber estado más presentes para él en una conversación conmovedora y comparan con la crianza de otra hija, una adolescente amorosa, que también criaron. ¿Qué hizo la diferencia? Al niño le apasionaba dibujar, una actividad que solo puede permitirse desarrollar cuando está en prisión, lejos de las imposiciones y expectativas de su entorno y que le entrega como un don a su padre para su cumpleaños cuando decide enfrentar por sí mismo la verdad de lo que hizo, su responsabilidad ante la justicia. La violencia de Jamie no surge en el vacío. Investigaciones recientes sobre la manosfera y la misoginia en línea han demostrado cómo la cultura digital refuerza narrativas de masculinidad violenta y de exclusión que pueden amplificar la frustración y el odio en los adolescentes (García-Mingo & Díaz Fernández, 2023). En un ecosistema donde el dolor no se elabora, sino que se recicla en discursos de venganza y reafirmación agresiva, la subjetividad de algunos jóvenes en crisis encuentra un terreno fértil para volverse peligrosa. Lo más perturbador es que el asesinato, en este caso un feminicidio, no es un acto de ira puntual. El protagonista no solo mata a su compañera, sino que en una escena posterior, frente a la psicóloga que intenta comprenderlo, desata un episodio de violencia aterrador. No hay freno, no hay contención. Su ira es total. La psicóloga tiembla, y nosotros, los espectadores también. No es solo miedo a la amenaza física, es también ser testigo del arrasamiento de la infancia. No todos los adolescentes que son humillados públicamente reaccionan con violencia extrema. Pero algunos sí, dijo Almada (Imagen Ilustrativa Infobae) Lo he visto muchas veces en la clínica y es ser testigo de una crudeza inhumana e insoportable, que no es otra cosa que el vacío del alma del otro, la ausencia de ternura, como decía Fernando Ulloa, que lo convierte en cruel. ¿Qué sucede cuando un niño no solo sufre, sino que convierte su sufrimiento en violencia extrema? Uno de los elementos más inquietantes de la serie es la forma en que el protagonista con solo un emoji y unos “me gusta” se convierte en un paria. Jamie no es ingenuo, antes a Katie, la víctima, también la habían expuesto con una nude y él intenta aprovecharse de lo que considera que la tiene en estado de indefensión y así lograr su atención, pero no le alcanza, como con el padre. Cabe aclarar que no todos los adolescentes que son humillados públicamente reaccionan con violencia extrema. Pero algunos sí. Y la diferencia no está solo en lo que les sucede, sino en los recursos psíquicos que tienen –o no tienen– para procesarlo, y en que la respuesta es distinta según el género. En la socialización infantil el llanto es aceptado en niñas y la ira en niños, lo que condiciona las formas en que se expresa la frustración (Imagen Ilustrativa Infobae) En la socialización de los niños, la ira es validada como una reacción posible, mientras que en la de las niñas, la vía aceptada suele ser el llanto. La violencia masculina tiene permiso para expresarse de formas que en las mujeres serían reprimidas o patologizadas. En ese diferencial de género, también se inscribe la lógica de la agresión. El rechazo es una experiencia estructurante. Todos, en algún momento, nos enfrentamos al dolor de no ser elegidos, de no ser reconocidos como deseamos. Pero la forma en que ese dolor se elabora depende de la historia subjetiva de cada quien. El protagonista de “Adolescencia” no tiene herramientas para sostener la frustración. No puede tramitar la angustia en palabras, no puede resignificar lo que le ocurre. Su psiquismo colapsa y, en ese derrumbe, la única salida que encuentra es extrema. No es solo un caso, es un síntoma social Hay otro elemento clave, el protagonista es un niño varón. Y la cultura de la masculinidad ha normalizado por siglos la idea de que los varones tienen derecho a la ira, pero no al dolor. Muchos niños aprenden que llorar es una debilidad, que pedir ayuda los vuelve frágiles, que expresar angustia es ridículo. En ese encierro emocional, la única emoción que queda permitida es la rabia. Y cuando la rabia no encuentra un lugar de procesamiento, explota. En las comunidades incel, esta lógica se refuerza. Se les dice a los jóvenes rechazados que su dolor es culpa de las mujeres, que tienen derecho a odiarlas, que la violencia es una forma legítima de recuperar el control. Las investigaciones muestran cómo la cultura digital refuerza los discursos de masculinidad violenta que pueden amplificar la frustración y el odio (Imagen Ilustrativa Infobae) No es solo la historia de Jamie. A diario, vemos cómo la humillación, el rechazo y la frustración se transforman en pornovenganzas, acosos, y en violencias aún más extremas. Desde el hostigamiento sistemático en redes hasta los feminicidios, el odio hacia lo que no se puede poseer o controlar sigue siendo un motor de violencia. ¿Cuántas veces hemos visto que el enojo de un hombre rechazado se traduce en una agresión brutal? ¿Cuántas veces se ha minimizado esta ira hasta que es demasiado tarde? La clínica de la urgencia actual nos confronta con esto de manera descarnada: adolescentes que llegan al borde del colapso psíquico, arrastrados por discursos que los empujan a actuar antes que a pensar, a destruir antes que a sentir lo que devuelve el espejo del otro. Es prioridad desactivar estos relatos de odio antes de que sigan cobrando víctimas. Es imperativo construir otras narrativas, donde la frustración no sea un camino hacia la violencia, sino una posibilidad de transformación. Hay que intervenir antes de que sea demasiado tarde. * Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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