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  • Elogio de la bondad

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/03/2025 08:19

    Hace tiempo que trato de sostener la teoría según la cual la bondad es la cúspide de la inteligencia. Sé que más de uno sonreirá para sí cuando lo oiga, pero yo sigo convencida. Si de pequeña me deslumbraba lo bello -lo que entraba por los ojos-, y más adelante me cautivaban la inteligencia o el descubrimiento de este saber o de aquel otro, según cumplo años lo que me rinde a sus pies es la virtud de la bondad. Más aún en los tiempos que vivimos, en los que encontrar a un ser bueno es como encontrar un tesoro: algo de tal pureza que no está podrido ni se ha pervertido, a pesar del lodazal en que habitualmente nos desenvolvemos. Lo bueno de las personas buenas es que pasan desapercibidas. Pueden pasar por tu lado y no darte cuenta de a quién tienes a tu vera. No llevan escrito en la frente un cartel de «soy bueno» y, además, con la virtud de la bondad suelen llevar aparejada la de la discreción. Así que no es fácil darte cuenta. Nadie que sea genuinamente bueno te lo dice, porque su misma bondad implica no hacer alarde del bien que hacen. A las personas buenas les parece natural comportarse así. Luego está que las acciones inspiradas por la bondad son más a largo plazo. No son cosas llamativas, porque la bondad se practica más con acciones que con palabras, y eso hace que sea más difícil de descubrir. Si a eso le añades que las personas buenas, por raro que parezca, encuentran placer en serlo, ya me entiendes cuando digo que es como encontrar un tesoro. Una cosa buena es que se puede enseñar. Es lo bueno (o lo malo) de las virtudes, que no se enseñan en teoría, sólo se aprenden practicándolas. La bondad no tiene nada que ver con quejarse o sacar la cuenta. A la bondad a la que me refiero es esa que se hace por el puro deleite de hacer el bien. Sin quejas ni medallas. Mientras que el bien perdura, las quejas o los golpes de pecho neutralizan sus efectos. La maldad es mucho más ruidosa y escandalosa. Por más que trate de esconderse, siempre se sabe «quién ha sido». Nadie te engaña dos veces. Una vez que la descubres, nada no vuelve a ser lo mismo. Y los efectos de la maldad, no dirás que no son inmediatos. Se descubre al instante. Para empezar a practicar la bondad, podemos empezar por tener el propósito de no hacer daño a nadie. Lo más importante no es que te teman, que te tengan miedo, que te respeten, sino estar con nuestra gente, con nuestros hijos, con las personas que queremos, tratando de sacar lo mejor que tiene cada uno. Al final, la bondad es lo que hace que la vida merezca vivirse.

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