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  • Identidad líquida

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/03/2025 08:18

    La humanidad, otrora forjada en la introspección y la palabra, se descompone hoy en un amasijo espectral de píxeles. La identidad, antaño cincelada con la lentitud de los siglos, se diluye como tinta en agua turbia, sometida al arbitrio de un algoritmo que, al modo de un moderno Cronos, devora a sus hijos con insaciable apetito. La era digital no ha dado a luz al hombre nuevo que soñaban los humanistas del Renacimiento; ha parido, en cambio, un simulacro de humanidad, un eco sin sustancia. Ya lo advertía Kierkegaard: nadie será sí mismo, sino la sombra de un otro. Pero ni siquiera el lúgubre danés habría imaginado un porvenir donde la identidad se metamorfosearía en un flujo de datos, reconfigurados a merced de un mercado que ha hecho del ser humano su producto estrella. Bajo el dominio de las redes sociales, la existencia se convierte en una performance incesante. Cada publicación es un aspaviento en la plaza pública; cada like, una moneda arrojada al circo. Narciso, al menos, era dueño de su fascinación; el hombre contemporáneo ni siquiera se pertenece: ha hipotecado su ser a cambio de una aprobación fugaz y espuria. Si el humanismo alumbró un sujeto que se conocía a sí mismo, la posmodernidad ha dado a luz a una entidad efímera que se define por su huella digital. El cogito cartesiano ha sido reemplazado por una premisa grotesca: «Me siguen, luego existo». Y en esta pugna por la relevancia, el ser se disuelve en una niebla de interacciones mecánicas. Mientras tanto, la inteligencia artificial avanza como una deidad oscura, usurpando el territorio de la creatividad humana. No es difícil imaginar un futuro donde las artes y el pensamiento queden reducidos a códigos diseñados para halagar a un público embrutecido. De la orfebrería de un Flaubert, del ingenio de un Chesterton, del humanismo de un Thomas Mann, quedará apenas un eco distorsionado en procesadores incapaces de sentir. Así, el individuo que buscaba la verdad en la filosofía y la belleza en el arte, hoy se conforma con la vulgaridad de la tendencia viral. La modernidad prometió liberarlo, pero sólo ha logrado trocar su ser en mercancía. De Prometeo, que osó robar el fuego a los dioses, hemos descendido hasta ser sombras proyectadas en una caverna digital. Mientras la humanidad aplaude su disolución con un emoticono, los dioses del mercado digital engordan su imperio con la sustancia de nuestras almas menguantes. Y, sin embargo, en algún rincón olvidado, persiste la palabra escrita, la última trinchera de la conciencia. Quizá aún quede esperanza en aquellos que resisten la tiranía del algoritmo, refugiándose en la hondura del pensamiento. Pero, ¿serán suficientes?

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