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» El Ciudadano
Fecha: 19/03/2025 04:32
Miguel Passarini Corrido, desfasado, sagaz, de un histrionismo desaforado, de una agudeza descomunal, de una saludable y valiosa incorrección más allá de su conocido mal carácter. Sin reparos, sin especulaciones, sin ninguna necesidad de agradar sino con esa latente presencia del que se construyó a sí mismo desde los sótanos y el concert de los años 60, llegó a ocupar las grandes marquesinas, pero nunca se olvidó de su origen, Antonio Gasalla quedará en la historia del espectáculo argentino como el dueño de un humor disruptivo, como uno de los mayores hacedores del monólogo nacional, como el creador de personajes icónicos que, cada uno a su tiempo, desnudaron las flaquezas de un país edificado a las piñas y lleno de contradicciones inexplicables, y por lo mismo, siempre irresistible para observarlo desde lo paródico. Gasalla, autor, actor, director y uno de los responsables de los cambios de rumbo que primero tuvo el teatro de revista al que intento deconstruir cuando ni siquiera se acuñaba el término, y dos décadas más tarde hizo lo mismo en la televisión, murió este martes a los 84 años y con su muerte se cierra un capítulo de una larga agonía, dado que no tiene continuadores en su estilo y en sus formas de construcción humorística, independientemente de los cientos de plagios de sus personajes, la gran mayoría de mala calidad. Con una formación académica que lo dotó de un conocimiento en principio en las escénicas dado que egresó en los primeros años 60 de la Escuela Nacional de Arte Dramático, su capacidad para el “aquí y ahora” que luego se llamaría café concet, inauguró esa estética con otros de sus referentes contemporáneos como Carlos Perciavalle, con el que tuvo una relación de amor-odio; Edda Díaz y Nora Blay, pioneros en la materia, y todos juntos crearon la matriz de ese tipo de humor que fue Help Valentino. Las grandes revistas que lo vieron brillar en las marquesinas de la calle Corrientes en los años 70, la televisión que lo abrazó a partir de El mundo de Antonio Gasalla con la vuelta de la democracia en la década siguiente en el viejo ATC donde la diversidad fue todo un signo, y la apertura, entre más, a los íconos del Parakultural de la post dictadura, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese y hasta el inolvidable Batato Berea, hicieron de este humorista de las tablas un tótem de la televisión, el dueño de un humor a seguir y a recrear, un artista que abrió puertas a lo largo de toda su carrera y que también tuvo su paso por el cine. Incluso, por sus programas de tevé de aquellos años pasaron muchos otros referentes del under porteño como Tino Tinto, Renata Schussheim, Luis Diego Pedreira, Nelly Meden junto con aquellos que eran parte de su staff como Juan Acosta, la incandescente Norma Pons, Verónica Llinás, Juana Molina, Carlos Parrilla, Atilio Veronelli, Ana Acosta, Roberto Carnaghi, Claudio Gallardou y Claudio Giúdice, entre otros. Con Mamá Cora, la abuela que se “escapó” de la película de Alejandro Doria Esperando la carroza, la radiografía más contundente de la argentinidad al palo, Gasalla se sentó muchos años después en el living de Susana Giménez y hasta la hizo ver ingeniosa y empática, más allá de sus indiscutibles dotes para la comedia como una segunda de antología. Pero quedarán para siempre en el recuerdo otros personajes extraordinarios de su cantera inagotable, semblanzas de una sucesión de fracasos colectivos más allá de esa vieja jubilada que hacía malabares para llegar a fin de mes, y que hoy, a lo Norma Plá, los putearía sin descanso a todos los que miran en silencio a los jubilados que son víctimas de la represión, la desidia y la barbarie libertaria. En una larga hilera imaginaria de una vigencia extraordinaria pasan también La Nena que sacaba tajada de las trifulcas familiares, la conductora de tevé que no entendía nada y se hacía llamar Bárbara Don’t Worry (sobran los ejemplos de antes y de ahora), Flora, la empleada pública en la que convivían muchas otras empleadas públicas; el hastío y el pánico en Soledad Dolores Solari, la manipulación doméstica y tortuosa en Yolanda, la locura desaforada y el fracaso de una forma de educación en la maestra Noelia, la telenovela de las Hermanas Malabuena, la regia Mecha, la adinerada y siempre muy tuneada Inesita, y muchísimos otros personajes quizás con destinos más efímeros. Más allá de los homenajes post mortem que se sucederán por mucho tiempo porque eso también es parte de la argentinidad, y de una despedida más que merecida por estas horas, Antonio Gasalla se alejó de la televisión porque esa misma televisión que lo aplaudió en otros tiempo y hoy lo llora en todos los programas le soltó la mano y le bajó el telón al humor, especulando con algo más rentable y económico que darle trabajo a los artistas que definitivamente la condujo a un presente de fracasos. Acaso sea Gasalla el último de los humoristas extraordinarios del espectáculo argentino, el gran maestro de ceremonia de la risa, el bastonero que en el borde del carrusel acercaba la sortija y tentaba a la suerte, a quien habrá que agradecerle eternamente por su incorrección, y por abrirle paso en el espectáculo argentino a la diversidad y el disparate en tiempos en los que eso era algo inimaginable.
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