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» Comercio y Justicia
Fecha: 18/03/2025 19:54
En Chile, un fenómeno comercial está revolucionando el paisaje urbano y rural por igual: los malls chinos. Estos centros comerciales, que ofrecen desde ropa y herramientas hasta cotillón y electrónica a precios imbatibles, se multiplican a un ritmo vertiginoso. Según un reciente informe de The Clinic, en 2025 ya suman 190 locales distribuidos a lo largo del país trasandino, con un crecimiento anual del 30%. No solo dominan las grandes ciudades como Santiago, sino que también llegan a zonas rurales, desafiando a históricos barrios comerciales. La pregunta que empieza a sonar en esta orilla del mapa es inevitable: ¿Podría este modelo cruzar la cordillera y desembarcar en la Argentina? Un boom que no para Los malls chinos son mucho más que un puñado de negocios con carteles en mandarín. En Chile, se han convertido en una fuerza imparable del comercio minorista. En Nogales, una pequeña comuna de la Región de Valparaíso, el periodista Edu Gajardo describió en el portal mendocino Memo cómo estos locales atraen multitudes con una oferta que parece infinita: focos led a tres dólares; pijamas enterizos por menos de diez dólares o globos de cotillón a menos de medio dólares. “Es difícil entrar y no comprar algo”, asegura Gajardo, destacando la variedad y los precios que seducen a compradores de todo tipo. El crecimiento no es casualidad. En Santiago, el barrio Unión Latinoamericana se ha transformado en un epicentro de estos malls, con 27 centros comerciales instalados en la última década, según un estudio de la consultora Scielo. Pero la expansión no se queda en la capital: Valparaíso y Biobío concentran 9,9% y 8,3% de los locales, respectivamente, y hasta pueblos remotos como Chimbarongo o Catemu tienen su propio “mall chino”. Esta capilaridad responde a una estrategia clara: ubicarse en zonas con más de 20.000 habitantes, aprovechando locales vacíos de retailers tradicionales y una demanda creciente por productos baratos, favorecidos por la política de apertura importadora que tiene Chile desde hace años, que en la Argentina quiere replicar el gobierno de ultraderecha. ¿Cómo lo hacen? El secreto del éxito está en la fórmula que los expertos chilenos llaman “las 3B”: bueno, bonito y barato. Los comerciantes chinos, muchos provenientes de la provincia de Zhejiang, operan con ventajas competitivas difíciles de igualar. Importan directamente desde China, sin intermediarios, lo que les permite ofrecer precios que el retail local no puede ni soñar. Además, trabajan en redes familiares, reduciendo costos operativos y manteniendo una logística aceitada que renueva el stock a velocidad récord. Un ejemplo concreto: en un mall chino, un niño de 4 a 8 años puede salir vestido de pies a cabeza —zapatillas, ropa interior, chaqueta— por menos de 30 dólares. En la Argentina, con la inflación galopante y los márgenes de las cadenas tradicionales, esa hazaña sería impensable y por el contrario, el mismo objetivo exigiría el triple de dinero. “Son los propios chinos quienes gestionan todo, y eso les da una ventaja brutal”, explica Juan Esteban Musalem, presidente de la Cámara Chileno-China de Comercio, en un artículo en el diario La Tercera. Y no solo venden barato: la percepción de la calidad ha mejorado, rompiendo el viejo prejuicio de que “lo chino no dura”. El impacto en Chile y las alarmas Pero no todo es color de rosa. En Chile, los shoppings chinos están empezando a inquietar a los comerciantes tradicionales. Patronato, un barrio emblemático de Santiago conocido por su oferta textil, siente la presión de esta competencia feroz. “Amenazan barrios comerciales históricos”, titula The Clinic, señalando cómo la llegada de estos gigantes low-cost está desplazando a negocios locales que no pueden seguirle el paso a los precios ni a la variedad. Al mismo tiempo, el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) ha puesto la lupa sobre ellos: en 2024, los reclamos subieron 140%, con 101 quejas por problemas de calidad o garantías. ¿Y en la Argentina? Entonces, ¿podría este modelo pegar el salto a nuestro país? Hay razones para pensarlo. Por un lado, Argentina ya tiene una larga tradición de comercio chino, con los supermercados asiáticos como prueba. Sin embargo, el formato de mall chino chileno —grandes superficies con cientos de productos bajo un mismo techo— es otra cosa. La crisis económica, con un consumo en caída libre y una clase media desesperada por ahorrar, podría ser el caldo de cultivo perfecto. Es fácilmente imaginar un “Lida Center” (el megamall chino que abrió en Providencia, Santiago, con 11.000 m²) en el conurbano bonaerense, en Rosario o Córdoba, ofreciendo herramientas, ropa y electrodomésticos a precios que harían temblar a las cadenas locales. Pero no sería tan fácil. Las trabas burocráticas, los aranceles a las importaciones y la inestabilidad cambiaria son escollos que los inversores chinos tendrían que sortear. En Chile, los tratados de libre comercio facilitan el ingreso de mercadería; acá, en cambio, el cepo y los impuestos podrían frenar la avalancha. Además, está el factor cultural: ¿aceptarían los argentinos masivamente un modelo tan asociado a “lo chino” en un contexto donde la calidad sigue siendo una obsesión? El futuro, una incógnita Por ahora, el imperio de los malls chinos sigue creciendo en Chile, conquistando desde barrios céntricos hasta rincones rurales. En la Argentina, el terreno está listo para algo parecido, pero el desembarco no está garantizado. Si los comerciantes chinos logran adaptar su fórmula a nuestras reglas de juego, podríamos estar ante una revolución comercial que cambie el modo en que compramos. ¿Te imaginás un mall chino en tu barrio, con pijamas a menos de diez dólares o focos a tres dólares? La cordillera no parece tan alta cuando hay negocios de por medio.
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