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  • Antonio Gasalla, el artista que comenzó en los sótanos, creó personajes imborrables y se convirtió en leyenda

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/03/2025 12:41

    Antonio Gasalla: nace una leyenda Cuando Antonio Gasalla, caracterizado como la abuela aparecía en el programa de Susana, no solo se producían diálogos desopilantes y la diva estallaba de risa, además el rating subía varios puntos. Con oficio y con talento, el actor fue uno de los pocos que consiguió un verdadero mimo para el ego: las dos figuras más grandes de la TV argentina de la época, Marcelo Tinelli y Susana Giménez, se lo disputaron como estrella para sus programas. El humorista trajinó muchos años de profesión, pasión y talento para lograr no solo ser aceptado en el olimpo de los consagrados sino convertirse en miembro vitalicio y honorario. Antonio Alberto Gasalla nació el 9 de marzo de 1941. Su padre, de oficio peluquero de señoras, era un hombre de carácter fuerte que lo marcó con la disciplina del esfuerzo, del trabajo, de la responsabilidad. Se murió en 1964 cuando su hijo menor recién empezaba a ser conocido. Su madre era una mujer que “vivió toda su vida sin la posibilidad de hacer preguntas” y con la que, quizá por eso, “nos entendíamos casi sin hablar”. Ya adulto y aunque Gasalla vivió 30 años solo, cuando la vejez le pasó factura a su madre, se la llevó a vivir con él. La familia se completaba con un hermano mayor y una abuela paterna que andaba siempre vestida de negro. La cuota de histrionismo la daba la abuela francesa que todos los 14 de julio ponía La Marsellesa y la cantaba con más pasión que entonación en medio de la sala. En esa infancia en Ramos Mejía no hubo signos de una vocación irrefrenable. Recordaba que tuvo una niñez inquieta pero ingenua. Con travesuras típicas de la época como subirse a un auto, tirar piedras o romper las lamparitas de las calles. “Cosas que ahora parecen de la Edad Media”. Pero en esa ciudad del oeste bonaerense funcionaban tres cines que pasaban nueve películas y Antonio las veía todas. A veces se colaba porque no tenía la edad permitida para disfrutar de las estrellas italianas de la época o de los musicales de Gene Kelly. El teatro, su gran amor, llegó por casualidad. Una amiga de la familia conseguía entradas de cartelera y así con boletos baratos conoció el arte de Fanny Navarro, María Rosa Gallo, Luisa Vehil o Narciso Ibáñez Menta. Antonio Gasalla en 2012, cuando fue jurado del Bailando por un Sueño (Ideas del Sur) Al terminar el secundario si no hubiera emprendido el camino del espectáculo igual hubiera trabajado para lograr sonrisas. Estudió tres años de Odontología, pero en segundo se anotó en el Conservatorio de Arte Dramático... Y todo cambió. Gasalla había cursado la primaria, la secundaria y parte de la facultad estudiando cosas que no le interesaban. Pero en el Conservatorio se zambulló en la historia del arte, del teatro, vocalización, gimnasia rítmica, plástica; ocho horas todos los días de la semana y a veces también los sábados. Lejos de sentirse apabullado descubrió un nuevo mundo, su mundo. “Teníamos una hora libre y nos íbamos a leer autores prohibido: Malrauxc, Simone de Beauvoir y André Gide. Podíamos estar horas analizando la escena de Romeo y Julieta en el balcón”. Seguir las dos carreras resultaba imposible. “Un día dije ‘pero me estoy engañado a mí mismo. No voy más a la facultad. Chau” y comencé a vivir como quise. Hay que decidirse. La gente posterga la felicidad”. En su casa la noticia tuvo el efecto de una bomba. Su padre enfurecido le “cortó los víveres”. Pero su mamá le pasaba a escondidas un billete de 50 que alcanzaba para comprar un paquete de cigarrillos, un sándwich y el boleto de tren de Ramos a Once y el del colectivo 101 que lo dejaba en Las Heras y Callao donde estaba el Conservatorio o su paraíso. Egresó en 1964 con muy buenas notas y flamante título de actor nacional. Conseguir trabajo no era sencillo. “Recibirse de actor era como recibirse de linyera. La opción laboral era el San Martín. Había una especie de acuerdo por el que el mejor alumno entraba para hacer de ‘pueblo’ o de lo que fuera. Pero tenías que medir 1,80 y pararte con una lanza en la mano. Los que medían menos de 1,70, ¡a la calle!”. Con las puertas del teatro cerradas buscó la ventana de la televisión. Mamá Cora y Soledad, dos de los personajes más entrañables que compuso Gasalla “El gran éxito era El amor tiene cara de mujer de Nené Cascallar. Tenías que llevarle una foto y hacer una prueba. Cuando el secretario vio la mía me dijo ‘No, vos tenela. No hace falta que la entregues’ y me echó. Imaginate era la época de Bebán, Barreiro, Langlais; todos gigantes, hombres hermosos con mujeres espectaculares”. En vez de sentirse derrotado, Edda Díaz, Carlos Perciavalle y Nora Blay, sus compañeros de Conservatorio, decidieron montar un espectáculo de humor. Era el tiempo del pop art, la canción de protesta y el mítico Di Tella. En ese clima nació Help Valentino. La representaban en un sucucho llamado La Fusa, frente al Ital Park. Para entrar había que atravesar un pasillo entre la ropa colgada de una vecina. Se convirtieron en suceso, trabajaban a sala llena y las entradas se vendían con cuatro meses de anticipación. Los llamaban irreverentes, los acusaban de perversos pero no se podía negar que eran distintos. En el escenario hacían Romeo y Julieta en broma pero se notaba que sabían hacerlo en serio y eso se aplaudía. El éxito duró tres años y siguieron Dejate de historias y Cosaquemos la cosaquia. En 1971, Gasalla se largó al unipersonal con sus primeras caracterizaciones, como la de un guapo que bailaba con la Argentina y Ricardito, un niño terrible y cínico. Dejó de actuar en sótanos con nombres insólitos como El pollo erótico o el El gallo cojo, para armar espectáculos más grandes. Montó Pigalle con Valeria Lynch en el Sans Souci de la calle Corrientes y lo coronaron rey del café concert. Un día, en pleno mundial de fútbol de 1978, lo llamaron del reino soñado: el Maipo. Alberto González, en ese momento dueño del teatro, le propuso hacer temporada en verano pero Gasalla le dijo que quería el invierno. González lo consultó con su hermana, Zully Moreno y aceptó. Le preguntó quién lo dirigiría y Gasalla contestó “yo”, y quién escribiría la obra, respondió “yo”. Fue el inicio de algo que sería su marca: el artista múltiple que hacía todo: producir, escribir, dirigir y actuar. La obra duró tres años y luego pasó al Odeón. “Fue cuando realmente empecé a trabajar”. Gasalla junto a su gran amiga Graciela Borges (Foto: Teleshow) La fama de Gasalla como inventor de personajes comenzó a trascender. En el Maipo nació una de sus criaturas más conocidas: Mamá Cora. “Yo quería hablar de la vejez –le contó en un reportaje a Magdalena Ruiz Guiñazú- y salió un sketch con dos viejitas. Lo estrené con Jovita Luna y luego lo hice con Adriana Aizemberg”. Mucho después se convirtió en un monólogo hasta que lo llamó Alejandro Doria para Esperando la carroza. “La de la película era más gagá, la actual es más conectada con la realidad porque no quiero hacer una vieja que suscite pena, medio patética”. Por esa razón, la abuela que visitaba a Susana subía y bajaba del colectivo, cargaba con sus nietas y bisnietas adolescentes y hablaba de sexo sin problemas. Gasalla ya brillaba en las marquesinas pero le faltaba popularidad esa que solo otorga esa caja que de boba no tiene nada: la televisión. La primera incursión fue en 1974, en el viejo canal 7 con un espectáculo en la trasnoche llamado Café Concert El Búho. En los 90 cuando los argentinos salían de la pesadilla de la hiperinflación de Raúl Alfonsín para entrar al país de la pizza con champagne de Carlos Menem, Gasalla desembarcaba en ATC. Fue desembarco y fue conquista. En 1988 comenzó con El palacio de la risa y luego El mundo de Antonio Gasalla. Su programa trepó al podio de los más vistos. Flora, la empleada pública; Noelia, la maestra; la abuela; Yolanda provocaban risa y admiración. Los personajes lo trascendieron. La gente lo paraba por la calle para preguntar si la abuela era “porque conociste a mi mamá”. La revista Times puso a la empleada pública como “ejemplo de la burocracia argentina” y hasta el gobierno de la Ciudad lo invitó a dar charlas sobre la burocracia. Aplaudidas, criticadas, a veces cuestionadas, sus criaturas supieron dar que hablar. El humorista admitía que las primeras eran muy ácidas pero con el tiempo aprendió a hacerlas menos negativas. “Del humor al cinismo hay un centímetro. Si sos un cínico y tenés una visión de mierda de la realidad y transmitís que todo es una porquería confundís a la gente”. Al observarlas no se podía dejar de reír pero también surgía un “la pucha, de qué me río”. Caricaturas como la empleada pública maltratadora o Noelia la maestra gritona ayudaban a tomar conciencia de las fallas que tenemos como sociedad pero también como personas. Nadie como él creó tantos personajes arquetípicos de la sociedad argentina. Sin necesidad de buscar inspiración ni copiar fórmulas, solo con su mirada sagaz y su inteligencia logró captar con una gracia desopilante los tics y los lugares comunes de una clase, de un oficio y de una generación. Son verdaderas críticas sociales sin una palabra de más ni desde la cátedra de la soberbia. Una postal ochentosa: Gasalla junto a Norma Aleandro, Alberto Olmedo y Susana Giménez (Instagram) Alguna vez le preguntaron por qué sus mujeres caricaturizadas eran tan malditas. “Son masculísimas que nada tiene que ver con feminidad. Son brutas, fuertes, gritan. Y hay una cierta cosa de travetismo que a mí me sale más divertido”. En los 90 protagonizó dos escándalos. En uno de sus programas arrojaba preservativos al público –uno de los latiguillos era “ídolos o forros”- y el canal recibió furibundas cartas con quejas. En el verano del 91, en una emisión de A la playa con Gasalla, arrojaron a la Reina de los Pescadores a una pileta y el actor tuvo que pedir disculpas. El escándalo repercutió por primera vez en la venta de entrada y mudó su espectáculo de Mar del Plata a Punta del Este. Mientras no tenía pantalla, el teatro seguía siendo su espacio favorito. Reinaba con sus obras Monólogos de la endorfina y Picadillo de carne, hasta que volvió a la televisión con Gasalla en pantalla. En 1998 le pidieron que caracterizado como la abuela se presentara en el living de Susana. Parecía una salida rápida e ingeniosa para que la diva se despachara de un tema espinoso: su divorcio de Roviralta. Pero la pequeña participación terminó siendo un suceso de rating y el nacimiento de una dupla tan graciosa como televisiva que duró casi dos décadas. Gasalla y Susana Giménez en los premios Martín Fierro 2018 En el 2009 volvió a arrasar en el teatro con la obra Más respeto que soy tu madre, escrita por Hernán Casciari. El codiciado cartel de “localidades agotadas” era de uso frecuente en la boletería. Entre 2009 y 2013 más de un millón de personas lo vieron tanto que en 2015 estrenó Más respeto que soy tu madre 2. Si el teatro fue su reino y la televisión su conquista, en el cine fue un visitante esporádico. Apenas nueve películas entre ellas Esperando la carroza, Almejas y mejillones y Dos hermanos. De su vida privada solo se sabe lo que quiso contar. Se psiconalizó durante veinte años tiempo que necesitó para que el tamaño de su ego –que sabía enorme- no lo dominara. Es que la fama descentra, pero también consuela. Si estaba triste salía a la calle, porque sabía que lo abrazarían, mínimo, cincuenta personas. Reconocía que las dos horas que pasaba sobre el escenario eran las mejores del día y que atravesaba la jornada esperando ese momento. Un momento que siempre terminaba con aplausos que eran homenaje. Lo hacían reír esa trilogía de genios que son Quino, Fontanarrosa y Caloi. Le gustaba Enrique Pinti porque era ocurrente y brillante “salvo cuando se pone a dar consejos”, también escuchaba a Alejandro Dolina y en la tele se reía con El Contra de Juan Carlos Calabró porque es un “arquetipo de los argentinos”. Con Niní Marshall tuvieron una relación de afecto y admiración. Cada vez que estrenaba un programa ella lo llamaba para felicitarlo, algo que contaba con emoción pero también con inocultable orgullo. En los años 70 ,cuando tenía el pelo largo, usaba tacos altos y un tapado de piel hasta el suelo, solía presentarse en shows a las tres de la mañana donde hacía reír a los noctámbulos. En los 80, ya consagrado era común encontrarlo en lugares del underground buscando y descubriendo a jóvenes actores como Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Verónica Llinás. Antonio Gasalla interpretando a uno de sus personajes en el show que hizo en Mar del Plata durante la temporada 2020 Pero en los últimos años, luego de un problema en una rodilla, se metió para adentro. Elegía quedarse en su casa leyendo a los clásicos, escuchando música o reunido con amigos. Prefería ver videos que ir al cine y actuar en el teatro que ir al teatro porque “no la paso bien”. Fue el tiempo de descanso para el guerrero. Meticuloso con el dinero no tenía problemas en gastarlo –o invertirlo- en “cosas que me dan placer”. Le encantaba viajar, así conoció la India, Egipto, Estados Unidos y casi toda Europa. Invertía mucho en libros, obsesivo por saber las raíces de las palabras coleccionaba diccionarios etimológicos. Aseguraba que el dinero no le importaba. “Yo gano muy bien, pero podría hacer veinte curros y digo que no. Solo hago convenciones que me las pagan muy bien pero entre noviembre y diciembre. Y nada más”. Cierta vez lo criticaron por protagonizar una publicidad y contestó sarcástico “Si les hubieran pagado lo que me pagaron todos la habrían hecho”. No era el tipo de artista que aparecía en cuanta revista circulaba o programa lo invitaba. Al contrario, prefería el silencio a la saturación y solo admitía notas cuando era preciso decir algo y no solo cubrir un espacio. Si le preguntaban qué odiaba de su profesión contestaba sin dudar y sin diplomacia: la prensa. Detestaba brindar reportajes y solo los concedía porque “hay que hacerlo”. Le molestaban las polémicas innecesarias y añoraba la época en que por contrato no se podía hablar mal del espectáculo. Curtido y para evitar problemas, en su contrato especificaba cuántos centímetros debía tener su nombre en la cartelera, en qué orden saludaba y cómo. Si algún productor le preguntaba si no era mucho replicaba: “Leé el contrato de Barbra Streisand con Columbia y es la Enciclopedia británica”. La ultima nota que dio Antonio Gasalla Hombre de ceño severo y aire melancólico, en las notas no solía mostrar el humor del que hacía gala porque, justificaba, es “como si en una entrevista a Susana Rinaldi tuviera que cantarse un tango entre pregunta y pregunta”. Y agregaba: “Los periodistas esperan que responda a cada pregunta con un chiste genial. Pero yo soy un actor y quienes quieran divertirse conmigo tienen que ir al teatro y pagar la entrada”. En el 2013 su salud le dio un gran susto cuando le diagnosticaron cáncer de piel. Para evitar especulaciones fue a Intrusos con Jorge Rial donde aclaró que se estaba atendiendo y hasta mostró un análisis con el negativo en virus HIV para evitar “que se difundan mentiras”. En el medio del programa, Susana Giménez sorprendió con un llamado donde le expresó “te admiro desde el primer día que te vi”. En abril de 2023, su amigo Marcelo Polino había alertado sobre el estado de salud de Gasalla. “Está teniendo unos problemas cognitivos desde hace ya dos años. Está perdiendo su memoria y a veces no reconoce a ciertas personas que se le acercan”, dijo el periodista. La primera alerta sobre cómo estaba el cómico se reveló en 2020, mientras hacía temporada en Mar del Plata junto al periodista. A partir de entonces comenzaron una serie de contratiempos respecto a su estado cognitivo, al que se le sumó un litigio familiar cuando su hermano denunció un faltante de objetos en uno de los pisos que el capocómico tiene en Barrio Norte de la Ciudad de Buenos Aires. “Antonio estaba en su casa cuando pasó, alguien lo distrajo y habrían entrado personas que reventaron las dos cajas fuertes. Eso es alguien que conoce perfectamente dónde están las cajas fuertes, qué es lo que hay y que tiene acceso. Ya cambiaron las llaves y la casa estaba custodiada”, reveló Polino por aquel entonces. Antonio Gasalla Alguna vez Gasalla dijo que “la profesión de actor es muy gratificante y te va comiendo la vida sin que te des cuenta”. Es que para la vida, tipos como Gasalla son un verdadero banquete. ¡Buen viaje, ídolo!

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