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» Diario Cordoba
Fecha: 18/03/2025 06:49
Estuve el pasado jueves en la sala Mudéjar del Rectorado. Mª Paz Cepedello, profesora de Teoría de la Literatura de la Universidad de Córdoba, pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia de Córdoba, enlazando una obra de la escritora Cristina Fernández Cubas con la disyunción de los cuentos de hadas, y aquel análisis clásico que Vladimir Propp hizo sobre la morfología del cuento. Propp arrimó el axioma griego de «nada hay nuevo bajo el sol» a las 31 funciones que pueden combinarse en la trama de esos relatos mágicos cuya transmisión, desde la noche de los tiempos, fue principalmente la oralidad. Para Propp es la función, y no el personaje, la quintaesencia de este relato popular, que se identifica con el mito, aunque Lévy Strauss y otros autores rechacen este derrotero. Hablar de viejas es un cuento cheli de Fernández Cubas, que para nada tiene un final feliz. Y enlazo aquel discurso con el reverso de Hansel y Gretel que dramáticamente hemos vivido en Badajoz. Una de las funciones de Propp es la huida de los personajes principales, pero aquí todo está subvertido. La casita de dulces y chocolate es un piso tutelado, y los tres menores que presuntamente han matado a la educadora social no son infantes desvalidos, a la manera de aquellos huérfanos de Dickens del Londres industrial. La víctima es otra figura transgresora. María Belén era una bruja buena, cuyos conjuros destilaban inseguridad e impotencia ante unas medidas de reinserción que se saltaban a la piola estos menores. Treinta y siete delitos en un fin de semana llegó a acumular uno de estos adolescentes, mientras el otro agredió en cuatro ocasiones a su padre, llegando a romperle la nariz. Es difícil poner paños calientes a esta deriva de la impunidad, con la denunciante consternación de los compañeros de María Belén. Ellos se salvaron por la ruleta de los turnos, pero señalan que resulta demasiado barato matar. La maldad se fermenta en los pequeños detalles: en no poner coto precozmente al vasallaje de la frustración; en postergar indefinidamente la materialización del príncipe destronado, fabricando tenebrosos Peter Panes encadenados a sus caprichos; en endosar abusivamente al colegio la educación, pero también el olfato de los afectos, aupando familias desarraigadas que se refugian en el oráculo del móvil; en las fisuras de un sistema tutelar de menores encanijado de medios económicos y apoyado excesivamente en las inercias del voluntarismo; en la arraigada pereza anticipatoria que aún habita en este país, dado a encomendarse a santa Bárbara solo cuando truena. Y en asumir que, pese a todo, el mal dispone de cuotas irredentas que se burlan del buenismo frente al cual una sociedad privada de desquites y de taliones debe necesariamente actuar. Porque somos personajes de nuestro propio relato, quizá Propp tenga razón. En su canon cabe todo, desde las miserias hasta nuestros cuentos de hadas.
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